Los Juegos Olímpicos

de Excmo. Juan Armando Pérez Talamantes
Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey

Los Juegos Olímpicos

El Monte Olimpo es la montaña más alta de Grecia. En la mitología griega fue considerado el monte en cuya cima habitaban los dioses, muchos hombres tenían el deseo de llegar hasta esa cima, pero era una hazaña que superaba las capacidades de los mortales humanos. La reflexión griega nos permite entrar en ese deseo humano de proponernos metas altas, a buscar las condiciones necesarias para alcanzarlas y aprender a superar los obstáculos propios de cada iniciativa. Los juegos olímpicos son un símbolo de este deseo humano: luchar por llegar a la cima, donde viven los dioses, quienes simbolizaban estados más perfectos de ser y de vivir. Al final de cuentas, los esfuerzos humanos buscan ser mejor, vivir mejor. Los juegos olímpicos modernos hacen incapié en la superación del sí mismo, superar las propias marcas derivaría eventualmente en superar las marcas del resto de los competidores. En el podio olímpico están las mejores tres marcas, la mejor de ellas se ubica en el lugar más alto, evocando la cima del Monte Olimpo, un mejor estado del ser y del vivir de quien la alcanzó. Ese estado mejor puede ser alcanzado superándose a sí mismo, como lo propone el lema olímpico: citius, altius fortius (más rápido, más alto, más fuerte). Los deportes en equipo revelan las capacidades humanas de esfuerzo conjunto respecto a una meta común y la entrega mutua y armónica necesaria para el equipo.

Algunos pensadores, como José Ortega y Gasset y Carl Sagan, proponían que el deporte era una evolución del instinto de conservación del ser humano; un avance de la civilización que aprende a canalizar sus impulsos de poder de una manera más humana y sin tanta violencia destructiva. Es verdad que para practicar un deporte el atleta necesita cultivar conocimientos, mentalidad y habilidades especiales; esta entrega modifica al deportista y, en la actualidad, modifica a los aficionados. Esta modificación en atletas y aficionados, a pesar de ser de diferente calidad, es uno de los fundamentos de la función social del deporte. En este sentido, los juegos olímpicos siguen siendo expresión de un noble movimiento del corazón que impulsa al hombre a nuevas metas y nuevas realizaciones por medio del esfuerzo disciplinado. Tal vez, ese avance civilizado del que hablaban Ortega y Sagan, es la apropiación de la disciplina: alguien que se propone una meta noble, busca el apoyo de alguien más, juntos hacen lo necesario por alcanzarla. La meta en cuanto tal, tiene sus marcas y pedirá al atleta que las supere si quiere alcanzarla. El atleta tendrá que subir al Monte Olimpo si quiere el fuego de los dioses, superar miedos y obstáculos, con constancia y perseverancia bajo la guía de alguien que lo acompañe; además, tendrá que aprender a lo largo del camino.

Una de las imágenes olímpicas que recuerdo con más emoción es una pancarta levantada por una atleta en la Ceremonia de Clausura de los Juegos Olímpicos de Los Angeles en 1984. Muchos atletas desfilaban y bailaban en el pasto del Estadio Memorial Coliseum, sobre los hombros de un compañero ella estaba sentada levantando la pancarta con la leyenda "Thank you, Coach" (¡Gracias, Entrenador!). Tal vez, en las coberturas informativas nos falte evidenciar más esa relación tan necesaria como civilizada: nadie sube al podio solo, el atleta sube con todos los que lo han apoyado, de manera especial sus coaches, que son varios, unos lo son formalmente y otros lo son de hecho. Tal vez, a los atletas haga falta mencionar más el nombre de su coach y expresar su agradecimiento. Es verdad que el talento, el esfuerzo y la entrega los realiza el atleta, pero quien lo anima, dirige, corrige, felicita, acompaña es alguien más. Como el testimonio de muchos atletas lo dice, en la competencia hay el recuerdo de alguien, en el interior del atleta está presente alguien más, sea su familia, su novia, su novio, sus amigos, su patria, sus patrocinadores, su coach... todos quienes lo apoyan material, administrativa, física, mental y espiritualmente, todos están allí luchando en la arena junto a él. La disciplina es una cristalización de la relación entre el atleta, la meta propuesta, su coach y quienes lo apoyan; cada atleta es un equipo y es comunidad de meta, acuerdo de trabajo en común. El espíritu olímpico expresa un grado de civilización, impulsar con seriedad el atletismo de un pueblo, también lo expresa.

El espíritu olímpico se mueve sobre muchos corazones en el mundo. En los corazones humanos late el deseo de superar los estados pasados y presentes; San Pablo hablaba de una desproporción interior que tiene consecuencias hasta en el momento de la decisión y la acción por la verdad, el bien y la justicia; San Agustín hablaba de la inquietud del alma que busca su reposo, su paz. En la actualidad esta inquietud humana por llegar a nuevas realizaciones, confiando encontrar mejores momentos, se manifiesta en dimensiones tan sencillas como profundas: la concepción de un bebé, la asistencia al empleo de todos los días, el tomarse una medicina, el apoyo para que otras personas alcancen sus metas, el lograr acuerdos de apoyo mutuo, el inscribirse a un curso para aprender cosas nuevas... Sigue habiendo tanta inquietud por alcanzar la cima! Cada esfuerzo para avanzar hacia las promesas divinas es llamado sacrificio, nadie hace un sacrificio sin una promesa. En lo personal, el espíritu olímpico que ondea en el cielo de Rio de Janeiro 2016, renueva mi anhelo de ser mejor y vivir mejor, bajo el impulso del Espíritu Santo; de no perder el anhelo de aprender nuevas cosas verdaderas y buenas; de recordar que las batallas de la vida no son contra otros, sino que se libran en el juego interior de uno frente a sí mismo decidiendo ser mejor y superar sus propias marcas, en un camino de conversión alentado por el amor de Jesús y con la ayuda que mutuamente podemos darnos. En el interior está uno mismo, la promesa de la salvación y el amor de Jesús y de los hermanos. El llamado de Dios Padre es aspirar a su perfección, la cual no es posible para el esfuerzo de los mortales humanos, pero por el camino del amor de Dios es posible.

Hasta el momento, en los Juegos Olímpicos Rio 2016, la delegación mexicana no ha alcanzado alguna medalla. No es el escenario deseado. Pero no se trata de recriminar a los atletas, la justa olímpica no es solo un momento, es un proceso en el tiempo cuya meta es el podio, en ese camino hay muchos factores. Los atletas han salido a hacer su mejor esfuerzo, pero alcanzar una medalla es fruto de equipo, en el cual esta todo el pueblo mexicano, tal vez nos decidamos a apoyar mejor los procesos de los atletas. El anhelo de esa medalla nos hace soñar con niños aprendiendo a correr, aprendiendo a nadar, aprendiendo a saltar, aprendiendo jugar, aprendiendo a superar obstáculos; jóvenes corriendo, nadando, saltando, jugando con disciplina y apoyo efectivo. Esas medallas llegarán si damos un paso como civilización.

Excmo. Mons. Juan Armando Pérez Talamantes
Obispo Auxiliar de Monterrey