Lecturas del sábado, 26ª semana del tiempo ordinario, ciclo C

Date: 
Sáb, 2016-10-01

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de Job 42,1-3.5-6.12-16:

Job respondió al Señor: «Reconozco que lo puedes todo, y ningún plan es irrealizable para ti, yo, el que te empaño tus designios con palabras sin sentido; hablé de grandezas que no entendía, de maravillas que superan mi comprensión. Te conocía sólo de oídas, ahora te han visto mis ojos; por eso, me retracto y me arrepiento, echándome polvo y ceniza.»
El Señor bendijo a Job al final de su vida más aún que al principio; sus posesiones fueron catorce mil ovejas, seis mil camellos, mil yuntas de bueyes y mil borricas. Tuvo siete hijos y tres hijas: la primera se llamaba Paloma, la segunda Acacia, la tercera Azabache. No había en todo el país mujeres más bellas que las hijas de Job. Su padre les repartió heredades como a sus hermanos. Después Job vivió cuarenta años, y conoció a sus hijos y a sus nietos y a sus biznietos. Y Job murió anciano y satisfecho.

Sal 118 R/. Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo

Enséñame a gustar y a comprender,
porque me fío de tus mandatos. R/.
Me estuvo bien el sufrir,
así aprendí tus mandamientos. R/.
Reconozco, Señor, que tus mandamientos son justos,
que con razón me hiciste sufrir. R/.
Por tu mandamiento subsisten hasta hoy,
porque todo está a tu servicio. R/.
Yo soy tu siervo: dame inteligencia,
y conoceré tus preceptos.R/.
La explicación de tus palabras ilumina,
da inteligencia a los ignorantes.R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 10,17,24:

En aquel tiempo, los setenta y dos volvieron muy contentos y dijeron a Jesús: «Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre.»
Él les contestó: «Veía a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado potestad para pisotear serpientes y escorpiones y todo el ejército del enemigo. Y no os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo.»
En aquel momento, lleno de la alegría del Espíritu Santo, exclamó: «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»
Y volviéndose a sus discípulos, les dijo aparte: «¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron.»

II. Compartimos la Palabra

Ahora te han visto mis ojos; por eso me retracto y me arrepiento

El texto nos ha dibujado la fe de Job, sólida y nada corriente; la cadena de sucesos aciagos que soportó no tenían una explicación fácil desde la visión de sus amigos que, inermes ante su desgracia e incapaces de explicarla, quedan perplejos ante el final de esta historia. Y de lo que se trata es de poner a Dios en su sitio, como creador, y a Job como creatura en el suyo. Porque el relato enfrenta al hombre con Dios, cara a cara; Job se ha topado con Dios y la luz que emana de este encuentro personal supera todas las opiniones de sus amigos y los dictámenes de las escuelas y de los sabios: Te conocía solo de oídas, pero ahora te han visto mis ojos. Es la práctica, no la teoría, la que nos indica que es preferible hablar con Dios a hablar de Dios. Este hablar con Dios implica tratarle, sentirle, vivirle, decir y comunicarse desde Él. Job ha transitado con dolor y lágrimas por su noche oscura, y ahora, desde su fe personal, casi agónica, reconoce el lugar y el protagonismo de Dios en su vida y en el mundo. Por eso, en Job resalta el fiel caminar por la verdad de Dios, creador.

Estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo

No ocultan su alegría los discípulos al retorno de su misión: han visto cómo el poder del Señor les ha facilitado su trabajo y han evidenciado que el mal se puede vencer desde el Espíritu del Señor Jesús. Sólo por creer en Jesús el mal es derrotado, expresado éste en los símbolos de las fuerzas malignas. El Reino asoma ya su luz y bondad, por eso el Maestro se ocupa en hacerles ver a los discípulos que lo más importante no es que derroten el mal, sino que sus nombres están consignados en el cielo, es decir, que participan del Reino de Dios y fungen con sus fraternas exigencias. La comunidad creyente toma buena nota de esta advertencia: su poder sólo vendrá de su inserción en el Reino, nunca de otra razón por muy humana y lógica que parezca en algunos momentos de su historia (número de hermanos, doctrina, disciplina…). El Maestro nos traslada después la perfecta comunión del Padre con él, misterio de vida que necesita la humanidad y que solo los ojos de los más sencillos y limpios perciben, porque son los que buscan al Señor sin condiciones previas, guiados siempre de su necesidad de bondad y misericordia.

El Carmelo de Lisieux nos ofrece hoy a su hija más señera: Teresa del Niño Jesús, que en su corta vida tuvo tiempo de una experiencia espiritual de suma excelencia centrada solo en el Dios amor.

Las heridas de nuestro mundo ¿las procesamos en la fe y en la oración de la comunidad?
Como integrantes del Reino de Dios ¿en qué ponemos nuestra alegría?

Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de San Jacinto (Sevilla)