Lecturas del miércoles, segunda semana de adviento, ciclo A

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mié, 2016-12-07

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro de Isaías 40,25-31

«¿A quién podéis compararme, que me asemeje?», dice el Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿Quién creó aquello? El que cuenta y despliega su ejército y a cada uno lo llama por su nombre; tan grande es su poder, tan robusta su fuerza, que no falta ninguno. Por qué andas hablando, Jacob, y diciendo, Israel: «Mi suerte está oculta al Señor, mi Dios ignora mi causa»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído?
El Señor es un Dios eterno y creó los confines del orbe. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Él da fuerza al cansado, acrecienta el vigor del inválido; se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas corno las águilas, corren sin cansarse, marchan sin fatigarse.

Sal 102,1-2.3-4.8.10 R/. Bendice, alma mía, al Señor

Bendice, alma mía, al Señor,
y todo mi ser a su santo nombre.
Bendice, alma mía, al Señor,
y no olvides sus beneficios. R/.

Él perdona todas tus culpas
y cura todas tus enfermedades;
él rescata tu vida de la fosa
y te colma de gracia y de ternura. R/.

El Señor es compasivo y misericordioso,
lento a la ira y rico en clemencia;
no nos trata como merecen nuestros pecados
ni nos paga según nuestras culpas. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,28-30

En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.»

II. Compartimos la Palabra

Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas

El pueblo de Israel es, amén de ingrato, olvidadizo, y no cae en la cuenta que tal condición es la peor actitud en sus propias desdichas. Olvidarse de quién es Yahvé en su azarosa historia es su más evidente error. Pero Dios no hace dejación de su grandeza, cuya existencia se advierte en que nunca se cansa de guiar con exquisito mimo a su pueblo ni de amparar a los que en él confían. Dios no se olvida de sus hijos, porque, además, no sabe hacerlo, va contra su propia identidad de Padre de su pueblo. Israel puede manifestar su frivolidad entreteniéndose con ídolos e inútiles sustitutos de la grandeza de Yahvé, porque éstos a lo más que llegan es a ser vulgares imágenes de supuestas divinidades. Mientras que el Dios, guía de Israel, no olvida a su pueblo ni siquiera en el duro trance del exilio y lo ampara más allá del aparente olvido. Dios no se cansa de querer a los suyos, actúa siempre con el que busca su rostro con sinceridad, da vigor al cansado, reanima y consuela a todo el que espera la fuerza de Yahvé, pues su cariñoso y sublime amparo inutiliza la superficialidad de los ídolos.

Mi yugo es llevadero y mi carga ligera

Para el piadoso judío tomar el yugo de la ley era asumir de grado el contenido de la misma como pauta de vida; con el tiempo tornóse fardo insoportable para todos y en particular para los más humildes. El Señor sale a nuestro encuentro para desactivar la arrogancia de los líderes religiosos y la pérdida del norte de no pocos incautos despistados en la búsqueda de su mejor razón para vivir. Jesús de Nazaret brinda quietud y concordia a las personas abrumadas por tantas normas religiosas que ponen su acento en lo externo, por decisiones insoportables vendidas en nombre de Dios con falsedad patente, por una voluntad que se dice divina cuando no pasa de ser interés expreso de una clase clericalizada. El yugo del evangelio del Señor no es tal, al menos en su acepción de carga onerosa; al contrario, es suave ayuda para levantar la cabeza, para asir nuestra existencia a una amorosa razón de vivir, para topar con un Dios que es Padre y no vuelve la espalda a ninguno de sus hijos, para asumir al hermano como espacio de Dios y gloria a fomentar. Podrá entender alguno que amar al igual conlleva entrega y dolor, puede que sea así, pero hay que considerar también la otra cara de la moneda: porque también es alegría que ilumina nuestra conciencia, vivencia que no abre heridas sino argumentos para conocer mejor a Dios en la compasión compartida con los hermanos; y sobre todo es saborear, cada uno a su manera, la paz y el impulso vital que nos da la dulce palabra de nuestro Maestro.

San Ambrosio, es la mejor denominación de la archidiócesis de Milán, a cuyo servicio prestó lo mejor de su talento y vigor apostólico y para el cual fue elegido por aclamación de la comunidad. Luchó con denuedo contra el arrianismo y nos dejó hermosas muestras de su doctrina y creencia.

Los ídolos no son exclusivos del Antiguo Testamento ¿la comunidad se atreve a identificar los actuales ídolos de nuestra iglesia?
¿Leemos el sufrimiento de nuestro mundo, en especial el de los más débiles, a la luz de esta Palabra del Señor?

Fr. Jesús Duque O.P.
Convento de Santo Domingo de Scala-Coeli (Córdoba)