San Mauricio y compañeros mártires

Date: 
Miércoles, Septiembre 22, 2021
Clase: 
Santo

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El martirio de San Mauricio y compañeros de la Legión Tebana es uno de los casos mas preclaros de generosidad, entre los muchos casos de las persecuciones. La legión tebana, oriunda de la Tebaida de Egipto, era muy aguerrida. Estando en Jerusalén, entraron en contacto con el obispo de aquella ciudad y se convirtieron todos al cristianismo.

 Diocleciano y Maximiano se ensañaban contra los cristianos. Por entonces estalló en la Galia una revuelta social, por las excesivas exigencias del fisco imperial, que esquilmaba a los campesinos. Maximino Hercúleo acució desde Oriente para sofocar la revuelta cruelmente.

 Entre las tropas concentradas para dominar a los campesinos, figuraba la legión tebana, bien preparada y dispuesta para entrar en combate. Pero antes, todos los soldados debían tomar parte en un solemne sacrificio, con el que el emperador quería hacerse propicios a los dioses. Debían hacer un juramento de fidelidad, algunas prácticas idolátricas y sacrílegas imprecaciones. Unos tras otros, los batallones pasaron delante del altar. Mientras, la legión tebana, al mando de Mauricio, había acampado junto al lago Leman, en Agauna, que ahora se llama Saint-Maurice, nombre que tienen también otros setenta y dos municipios franceses.

 Un momento de fuerte tensión fue cuando le llegó el momento de jurar y sacrificar a la legión tebana: todos a una rehusaron obedecer. No participarían en el sacrificio ni prestarían el juramento. Obedecerían a Maximiano en todo lo que no se opusiera a su fe. Maximiano no podía creerlo. Estalló en una cólera terrible, les trató de traidores y de connivencia con los revoltosos. Era una falta grave contra las disciplina y había que castigarla, según lo previsto en el código militar: diezmar a los recalcitrantes. Puestos en fila, los sortearon de diez en diez y el que sacaba una decena era azotado y decapitado.

 No hizo mella entre los bravos soldados de la legión. Realizada la ejecución, los supervivientes se mantuvieron fieles. Se les diezmó de nuevo. Recibieron la orden con alegría, dispuestos a morir, antes que renegar de Cristo. "Somos cristianos, decían, y nunca sacrificaremos a los ídolos ni saldrán de nuestros labios juramentos impíos.

 Mauricio, que era el jefe; y sus dos subalternos Exuperio y Cándido, encendían el entusiasmo de todos y les animaban a la prueba. Siguió el tercer sorteo y finalmente la matanza general de todos aquellos intrépidos soldados de Cristo, que se estimulaban a porfía mutuamente. Víctor, un soldado veterano que procedía de otra legión, se les unió también.

 Arrojaron las armas y no quisieron defenderse. Solo se acordaban de que morían por Aquel que se dejó llevar a la muerte sin protestar, del Cordero Divino que no abrió la boca para quejarse. Era el 22 de septiembre del año 286.

 Euquero, obispo de Lyon, recogiendo las tradiciones orales de su tiempo, narró, a mediados del siglo V, el glorioso martirio de San Mauricio y la legión tebana. Sus reliquias se repartieron por muy diversas partes.

 Su devoción se extendió por doquier. Felipe II encargó al Greco un cuadro de San Mauricio para decorar el El Escorial. Es uno de los mejores cuadros del Greco, pero no gustó al rey, por lo que el Greco se trasladó a Toledo. Nunca Felipe II hizo mejor servicio a la ciudad imperial.

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