“EL LENGUAJE ELOCUENTE: DEL LLANTO MESIANICO”

​Han pasado cuarenta días, en los que la Iglesia Católica se ha preparado con reflexiones espirituales y morales para celebrar la Solemnidad de la Pascua. Cuarenta días en los que hemos meditado y agradecido que Jesús como un pastor que tiene cien ovejas, salió por los caminos y senderos a buscar la que se había perdido. Como un padre que tiene dos hijos, esperó con el corazón herido, en la puerta de la casa el regreso del que había partido. Como médico dejó a los sanos y salió para encontrar enfermos. !Qué confortable es meditar¡ que Jesús dijo: que es más grande la alegría por la oveja encontrada, que por las noventa y nueve no perdidas; por el hijo que regresa, que por el que nunca había partido; por el pecador perdonado, que por los justos que siembre habían amado. Porque su única fiesta, es la fiesta del amor y del perdón que son más fuertes que nuestro olvido y nuestra rebeldía. Celebremos pues el misterio de la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús. El, para eso había venido y los días ya están contados y acortados. Se acerca la hora de la cita en la que el “Hijo del Hombre” será levantado sobre la tierra, como la serpiente de bronce en el desierto y atraerá hacia sí, todas las miradas de los hombres. Todos le mirarán. Unos con sarcasmo, otros con amor y gratitud. Dicen los evangelios que Jesús se encontraba en Betania en casa del resucitado Lázaro. Por aproximarse la pascua Judía, un gran número de peregrinos estaban llegando a Jerusalén. Estos, anunciaban la presencia de Jesús en la casa de los amigos y fue mucha gente; tanto para ver a Jesús como también ver al vivo que fue difunto. Muchos que llegaban por simple curiosidad y se volvían creyentes. Al día siguiente del sábado, salió Jesús de Betania para ir a Jerusalén. Mandó a sus discípulos por un asno, que nadie había montado jamás, ya que estaba destinado a ser cabalgadura del Rey Pacífico anunciado por Zacarías. Un día Jesús huyó de las turbas que querían hacerlo rey; no porque no lo fuera, Él es: Profeta, Sacerdote y Rey. Sólo que no era como ellos lo querían: “un rey de pan”, un Mesías político y temporal que luchara contra el poder romano y los liberara de su dominación. Porque les preocupaba más soportar el yugo romano, que ser esclavos del pecado.

​La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén es toda una página festiva, que registran los Evangelios. Antes Jesús, solía amortiguar, cualquier arrebato de entusiasmo popular en torno a su persona. El fausto y la teatralidad, no se avenían con su misión. El cambio que vemos en esta escena evangélica obedecía a que había llegado su “Hora” de declarar públicamente de esa forma tan clamorosa, que El, era el Mesías, El Hijo de Dios, el Rey pacífico, cuya insignia es la mansedumbre. ! Rey Victorioso montado sobre un asno ¡Jamás el asno ha sido cabalgadura regia. Todo aquello era un extraño espectáculo y rudo contraste. Sin embargo fue el más clamoroso triunfo de cuantos había cosechado en su vida. Tal vez en esa ocasión muchos pronosticaron para El Nazareno la más brillante carrera política. Pero todos sabemos la historia. Todo aquello fue efímero, una adhesión superficial. Los ramos verdes de palma símbolo de victoria pronto se marchitarán. Para Jesús aquella ciudad así de entusiasmada era otra cosa muy distinta. Era una ciudad asesina de profetas y lapidadora de los que le fueron enviados. Había sido escogida con singular predilección, como pueblo por Dios preferido, pero no supo responder a esta distinción. Por eso Jesús dijo: “! Ah ¡si tu reconocieras, siquiera en este día lo que te puede traer la paz. Más ahora está oculto a tus ojos. Y Jesús lloró. No hay en el mundo palabras tan eficaces y elocuentes como las lágrimas. Una lágrima dice a veces más que cualquier palabra. Allí donde se acaba la fuerza de las palabras, comienza la eficacia de las lágrimas, porque son la sangre del alma. Ver llorar a un niño impresiona, más que ver llorar a una mujer. Ver llorar a un hombre impone. Pero ver llorar a un Dios hecho hombre por la ingrata Jerusalén deicida se queda uno acongojado guardando únicamente silencio. Dice el Evangelio que Jesús lloró en dos ocasiones. La primera fue ante la tumba de su amigo Lázaro. Fue un llanto de hombre, contagiado por la tristeza, que causa la separación de los seres queridos, producida por la muerte. Fue un llanto humano. Pero las lágrimas, que en esta ocasión arrasaron sus ojos, fueron lágrimas no de un hombre, sino de un Dios rechazado por su pueblo escogido. Fue un llanto Mesiánico. No por causa de la cruz que le esperaba, sino por la dureza de aquel pueblo al que quiso reunir muchas veces como la gallina reúne a sus pollitos bajo sus alas y no quiso aceptar, que la salvación Mesiánica, no consistía en una mera liberación del yugo romano, sino en el rescate de la esclavitud del pecado. Es éste, la causa de todas las estructuras humanas, sean deshumanizantes del hombre. El pecado es la causa de la deformación de la conciencia, a nivel personal o colectivo. Ese llanto mesiánico se puede decir que es de perenne actualidad, al ver tanta vida cristiana deformada en todos nosotros. Frecuentemente se hace dicotomía entre la fe y la vida pública. Llanto de perenne actualidad por la superficialidad y la esterilidad de obras para la vida eterna de muchos de nosotros. Pero aún es tiempo, porque todos somos llamados a la reconciliación. Nosotros somos los desatentos a esta llamada y nos negamos a seguirla, desbaratando con nuestro libertinaje los planes salvíficos de Dios. Que ese lenguaje mudo de las lágrimas mesiánicas, derramadas por Jesús en aquella efímera apoteosis mesiánica, nos ayuden a encauzar nuestra vida, por auténticos senderos, que hagan en mí eficaz la muerte de Jesús. Aceptémosle como a “Señor” de nuestras vidas; aceptemos su proyecto sobre nosotros e intentemos llevarlo a cabo lo más fielmente posible. Es necesaria una reforma de nuestra vida, porque ha llegado el tiempo de su Reino y tenemos necesidad de creer en la “Buena Noticia” de un mundo distinto, hecho realidad por hombres transformados. No debemos honrar a Dios con palabras que no cambian nuestras vidas.

​En estos días calificados de Santos no piense sólo en vacaciones, en diversiones, en juergas, sino reflexione sobre este misterio pascual, centro del Cristianismo. Tome una actitud de disponibilidad, ésta fue fundamental en Jesús, en María, en los Apóstoles y la es en todo auténtico creyente. Recuerde que la fe verdadera acrecienta las alegrías de la vida y les da sentido. Una fe profunda y una sinceridad reformadora, deben ayudarnos a abrirnos a la reconciliación con Dios y al misterio de la Cruz. Viva Cristianamente la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús.