Domingo de Pascua (Jn 20: 1-9), No tenemos Vida, SOMOS VIDA

La palabra “Pascua” (paso) expresa bien el significado de la muerte: un paso o un despertar de la misma Vida. Sabemos que, en el mundo de las formas, todo es polar. Pero el polo opuesto a “muerte” no es Vida, sino “nacimiento”. Nacimiento y muerte son “episodios” –o incluso apariencias- que toma la Vida, pero esta no muere, del mismo modo que nunca nació: Vida es Lo que (siempre) es.
Las mujeres del relato buscan a Jesús entre los muertos. Desconocen que su nombre es “el que vive”. Y, una vez más, lo que ocurre con Jesús es lo que ocurre con todos nosotros.
Como él, nuestra identidad última no es un yo que tiene vida. No; somos Vida que se expresa, transitoriamente, en la forma concreta de un yo. Cada uno puede decir con razón: yo soy vida. Sabiendo que el sujeto (yo) de esa frase no es el individuo particular, sino el Yo Soy universal de la única Vida, que se expresa en infinitas formas.
Para poder experimentarlo, necesitamos, por tanto, ir más allá (o venir “más acá”) de nuestra identidad particular. Si te atrae, puedes probar de esta manera:
Empieza por tomar un tiempo para ti, en el que puedas permanecer en el momento presente, sin dejarte arrastrar por la prisa o la ansiedad. Y empieza tomando consciencia de tu respiración.
Una vez preparado/a, trae la atención a tu propio cuerpo. Toma consciencia de cualquier sensación corporal que detectes: calor, hormigueo, cosquilleo, suave movimiento interno, vibración… (tu cuerpo es un campo de energía que está vibrando constantemente).
Entrégate a esas sensaciones que detectas en tu cuerpo. Y tómate un tiempo –siendo paciente con las prisas- para sentirlas con detenimiento.
Poco a poco, advierte el fondo común de todas esas sensaciones, lo que todas ellas manifiestan: es energía, Vida. Siéntela de un modo inmediato.
Entrégate cada vez más a ella, nota cómo crece y se expande: solo hay Vida.
Permanece en ella, hasta que te reconozcas en ella: esa Vida eres tú; ella es tu verdadera identidad. Saboréala, familiarízate con ella, déjate ser ella. Mientras estés en esa consciencia de quien realmente eres, experimentarás Plenitud.
Realmente, solo podemos saber lo que es la Vida cuando la somos de un modo consciente, inmediato y autoevidente. Es entonces, al serlo, cuando experimentamos que somos Vida. Y que hay una única Vida que vive en nosotros.
Mónica Cavallé lo dice de una manera hermosa: “El sabio no siente que «viva su vida»; se sabe vivido por la corriente de la única Vida. Y descansa en esa certeza, sorprendido y maravillado ante la obra que la Vida realiza a través de él y a través de todo lo existente. Somos expresiones de la Vida, sostenidos por Ella”.
Precisamente por eso, “no es posible escapar de la Vida. Nadie puede concebirla como algo «Otro», distinto del mundo o de sí mismo. Somos la Vida. O, más propiamente, Ella nos es. Y la Vida es una constante celebración de sí misma” (M. CAVALLÉ, La sabiduría recobrada. Filosofía como terapia, Oberon, Madrid 2002, pp.110 y 107. Existe una nueva edición de este valioso libro en editorial Kairós, Barcelona 2011).
La “conversión” también significa esto: vivir el “paso” de pensar que somos el yo particular que, durante un tiempo, tiene vida, a experimentar que somos Vida –la única Vida- que se expresa en esa forma. Y, poco a poco, permitir que la Vida se viva a través de nosotros.
Es obvio que la Vida, tal como la nombramos aquí, es lo mismo que las religiones han querido expresar con la palabra “Dios”. Pero para muchos de nosotros tiene tantas connotaciones que se nos hace difícil usar ese término para nombrar Aquello (el Misterio) a lo que apunta.
El despertar, en cualquier caso, consiste en reconocer que la Vida o Dios es nosotros. Y que, cuando no ponemos obstáculos a que se viva libremente, lo que aparece es Jesús, “el hombre que pasó por la vida haciendo el bien” (Hech 10,38).

Enrique Martínez Lozano