CIEGO PARA LA GLORIA DE DIOS. ¡TAMBIÉN ASÍ DEBE SER!: ¡LA ENFERMEDAD Y EL DOLOR QUE MUCHOS PADECEMOS!

​Hay muchas enfermedades que se derivan de desórdenes morales; otras son de orden genético, hereditario. Y aunque la raíz última del dolor, de la enfermedad y de la misma muerte sea el pecado, no nos es permitido pensar que él dolor y la enfermedad, son castigos de Dios por los pecados de quien las sufre. El dolor y la enfermedad tienen también un significado y aunque hay muchas causas que las pueden producir y Dios los permite pero para sacar siempre bienes a corto o largo plazo, para la vida eterna.

​Aún más, muchas veces Dios permite enfermedades para manifestar su gloria como es en el caso presente, del que trata el evangelio y de cualquier otra enfermedad aceptada con espíritu cristiano. La gloria de Dios se manifiesta en la disposición interior del enfermo, pero sobre todo en el hecho de que un día Dios glorificará, ese cuerpo presa del dolor y de la enfermedad, de tal forma que jamás vuelva a ser alcanzado por ninguno de ellos.

​Era un enfermo que con sus ojos color blanco perdidos en el infinito y con su mano tendida al vacío, solicitaba diariamente una limosna a los transeúntes. Era un ciego de nacimiento y esto todo el mundo lo sabía, porque el mismo lo decía en cada una de sus constantes peticiones. Pasó por ahí Jesús y le miró con particular amor, lo cual no pasó desapercibido por sus discípulos que se acercaron, lo rodearon y uno de ellos rompió el silencio con indiscreta pregunta: “Maestro: ¿Quién pecó: Éste o sus padres, para que naciera ciego?

​De seguro que el pobre ciego al oír esto, recogería su mano avergonzado y buscaría con paso inseguro y ayudado de su viejo bastón, retirarse de la escena. Pero Jesús dijo: “Ni pecó éste, ni sus padres, sino para que resplandezcan en él, las maravillas de Dios”. Con esta categórica respuesta Jesús no responde al por qué; sino al para qué de aquella enfermedad.

​La pregunta de los discípulos se funda en una vieja creencia basada en varios textos veterotestamentarios, en los que aparece el mal físico, como castigo del pecado: Aunque también hay bastantes textos, en los que aparece sin ninguna vinculación a culpas personales. El Nuevo Testamento niega rotundamente, que haya alguna dependencia entre el mal moral y el físico.

​La máxima prueba es la respuesta de Jesús en el caso presente, que descarta explicaciones triviales y quita esa falsa suposición y habla de un fin providencial. Desde entonces el dolor y la enfermedad, no son ya problema, sino misterio. Y un misterio es mucho más que un problema: es un problema ya resuelto, aunque no con fórmulas o de una manera prevista y deseada.

​Un misterio aunque insondable es satisfactorio y aquietador, que un problema insoluble, pues añade a éste, la esperanza de su perfecta solución algún día y aún más ofrece ya desde ahora solución. Si bien envuelta en la oscuridad de la fe. Ciego para la gloria de Dios, como en otro tiempo lo fuera Tobías. Desde luego que sí. Porque contribuyó a engendrar la fe y expandirla, tanto en el propio interesado como en los discípulos. Su curación humanamente imposible, ya que era ciego de nacimiento, fue realizada, públicamente, en pleno día y en una forma curiosa.

​Aunque Jesús es Señor de todas las cosas y podía curar a los enfermos del modo y manera que se le antojara, con una sola palabra, con un simple gesto y aún a distancia, en el caso presente se rodea de un cierto aparato carente de sentido. Con polvo de la tierra amasado con saliva divina, formó un poco de lodo y lo untó en los ojos del ciego y mandó que fuera quitado con agua de la piscina de Siloé, célebre desde los tiempos de Isaías. Y cuando la fresca agua quitó las costras de lodo, sus ojos quedaron limpios y pudo contemplar, su propia imagen en el movedizo espejo del agua de la piscina.

​Fue para la gloria de Dios, porque este milagro tuvo una nube de testigos, que lo harán incuestionable. Los compañeros habituales del ciego no dudan de su identidad; pero otros si dudaban, porque ahora con sus ojos llenos de luz se transformaba todo su semblante. Sin embargo todos reconocieron su identidad. Era el mismo.

​Grande fue entonces la conmoción del pueblo. Pero Jesús había cometido dos infracciones del reposo sabático: hizo lodo -obra servil- y ejerció la medicina, cosa que estaba permitida más que para curar enfermos de muerte. Jueces oficiales interrogan al beneficiado, a los padres y a vecinos y todos afirman que era ciego y ahora está curado. Condenando al benefactor y al beneficiado, lo expulsan de la Sinagoga, por su valiente confesión a favor de Jesús.

​Con ocasión de este pasaje evangélico medite: que en todo sufrimiento que Dios permite, hay un designio misterioso que debemos aceptar. Puede ser que por nuestro sufrimiento, Dios esté podando algo, para después crecer. Tal vez nos está invitando a estar más cerca de su cruz y esto, puede ser un privilegio.

​Con el sufrimiento que estamos padeciendo vemos nuestras limitaciones y hay gente que se ha encontrado a Dios dentro de la tormenta. Muchos han cambiado de vida, en forma positiva después de una desgracia. Porque Dios permite el dolor en vista a un bien. Puede transformar al hombre. Descubre un sentido de solidaridad humana y cristiana hacia los enfermos, por medio de los hermanos como los de ¡Estoy Contigo! Y demás que de una manera u otra nos ayudan. Por la enfermedad, pueden estrecharse los lazos de amistad y sobre todo para que Dios sea glorificado, aunque usted no lo crea. Medite en el pasaje presente y recuerde que Jesús también afirma de Lázaro, que su enfermedad no es para la muerte, sino para gloria de Dios.

​Nuestro dolor y sufrimiento, también pueden ser así. Transformémoslos y superémoslos por el amor y nos sentiremos diferentes. La enfermedad y la curación del ciego de nacimiento son toda una señal y símbolo para la gloria de Dios. Que se manifiesta en la buena disposición del enfermo. De este modo también la enfermedad sirve para la gloria de Dios. El ciego curado recobra la vista física y espiritual y se postra y lo adora afirmando que cree. Que los dolores, sufrimientos físicos o espirituales no nos aparten de Dios, que no sequen la vida de fe. Debemos aceptarlos como medios de santificación; y con gratitud, por el tiempo que Dios nos permita vivir. Para muchos de los que estamos sufriendo dolor y demás, son consecuencias de la edad.

​Pero como la vida, es el principal regalo, don, que Dios nos da y nos permite disfrutarla, no queremos perderla. Pero no se puede tener la misma vida y salud los a los quince años, que a los ochenta y tantos. Seamos comprensivos y agradecidos con Dios, aunque física o psicológicamente, estemos afectados, como en lo personal. No seamos ciegos ni físicamente, pero sobre todo espiritualmente. Recuerde que somos llamados y elegidos para ser hijos de la luz, que el Divino Creador nos dio, desde el día de nuestro bautismo. Nacimos ciegos espiritualmente, pero con este Sacramento recibido, nos dio la luz de la fe, que ilumina íntegramente la Vida espiritual, en el tiempo que vivamos, y la eleva a niveles sobrenaturales y salvíficos. El Médico Divino, no quiere que seamos ciegos, ante el dolor y el sufrimiento que ya muchos estamos viviendo y padeciendo; sino que los aceptemos y vivamos, iluminados por la luz de la fe, para convertirlos en frutos para la vida eterna. La luz de la fe, nos pide tener conciencia exacta, de esta realidad que muchos ya estamos viviendo, y otros vivirán. Que esta luz de la fe, haga de nuestra vida física y espiritual un testimonio vivo, de verdaderos discípulos de Cristo. ¡Arriba y adelante!

​La vida humana es un verdadero tesoro y hay que vivirla en plenitud en todo momento, aunque esté abrazada y envuelta por el misterio del dolor y el sufrimiento, que son un combate que no podemos afrontar sin la ayuda divina, como la que le aconteció al ciego. No olvidemos que la enfermedad, el dolor y el sufrimiento, le dan a la vida un valor profundo durante nuestro peregrinar por la tierra y ninguna lágrima se pierde, ante el Divino Creador, cuya presencia silenciosa nos acompaña. Por eso una vez más: ¡Arriba y adelante!