LA EUCARISTIA Y EL SACERDOCIO CATOLICO: SACRAMENTOS CENTRALES

​Hoy es Jueves Santo. Se inicia el triduo Pascual o Sacro. Es el recuerdo de la iniciación del hecho más importante de la humanidad. En ellos se estampó la firma de una Alianza Nueva y eterna. Son tres días plenos de contenido, en los que la Iglesia invita a los fieles a la reflexión sobre los hechos que son fundamento y síntesis de toda la obra salvífica de Dios. No deben de ser días de bullicio, ajetreo y licores, ni tampoco rutina de actos litúrgicos sin ninguna vitalidad espiritual. Sino llenos de fe operante en amor y gratitud, porque Eucaristía, Muerte y Resurrección, son dimensiones de una misma y única realidad: angustia embriagadora de Jesús por dar pleno cumplimiento a su destino Mesiánico. Para eso había venido. Desde las primeras horas de su vida, tiene conciencia de su camino pascual y sabe que por amor va a morir, por un mundo que no sabe más que de egoísmos. Jesús nunca ha caminado entre eventualidades y dudas: “He aquí, que Yo vengo, oh Dios para hacer tu voluntad” (Heb. X, 5-7). Y la voluntad de Padre es que el Hijo a través de su pasión, reconcilie y una al Creador con la creatura, al hombre con Dios. Su pasión es como un puente que une extremos y acorta distancias. Por ese puente pasarán los hombres seguros a donde el Padre los espera. Había llegado la hora de la cita, para encontrarse con la muerte que daría vida. Marcha a su encuentro con inolvidable ternura y prodigiosa serenidad.

​Pero antes de sufrir la pasión, Jesús quiere reunirse por última vez, con sus doce apóstoles en la intimidad de una mesa común. En una cena, no improvisada, ni como ocurrencia del momento, sino pensada y programada desde hacía tiempo. “He deseado vivamente, comer esta Pascua con Ustedes antes de que Yo padezca”. (Lc. XXII. 15). Porque sería una cena muy especial y significativa, revestiría solemnidad litúrgica en la que tendrían lugar la institución de dos Sacramentos, íntimamente relacionados: LA EUCARISTIA Y EL SACERDOCIO MINISTERIAL CATOLICO. Sucesos tan importantes, porque con ellos daba comienzo la Nueva Pascua con un nuevo sacrificio y una nueva Cena. Desde ese momento en adelante ya no será más, la carne y la sangre de corderos, la que se ofrezca, sino que es El mismo el que se ofrece como víctima de propiciación de la Nueva Alianza. Jesús es como el Nuevo Moisés, que celebra su nueva comida con el nuevo Israel, para llevarlo así a la libertad de Hijos de Dios, planeada desde Abraham y prometida a él, y a sus descendientes. Consistente en la liberación del pecado y participación de la misma vida a través de la gracia.

​Y hoy JUEVES SANTO, la liturgia de la Iglesia Católica celebra un aniversario más de dos de sus Sacramentos: LA EUCARISTIA Y EL SACERDOCIO. Los evangelios nos narran, los más sublimes misterios de nuestra fe, en términos concretos y fáciles de entender. Así leemos en los evangelios sinópticos tres relatos de fundamental importancia, en los que nos dicen que Jesús dentro del marco de la celebración de aquella Pascua Judía, tosco y elemental ensayo de la Pascua Cristiana, cumplía la promesa hecha antes de darnos a comer, su carne y a beber su sangre, para poder así tener Vida eterna. Dicen los evangelistas que tomó pan y lo partió, para que cada uno de los DOCE tuviera su parte. Pero antes de distribuirlo hizo oración y lo bendijo y les dijo: “TOMEN Y COMAN TODOS DE EL, PORQUE ESTO ES MI CUERPO QUE SERA ENTREGADO POR USTEDES, Y POR TODOS LOS HOMBRES, PARA LA REMISION DE LOS PECADOS”: Y Marcos añade que bebieron todos de ella. Mas como Jesús no quería que la Pascua Cristiana fuera un episodio transitorio y esporádico, después de la consagración del pan y del vino pronunció estas palabra: “HAGAN ESTO, EN MEMORIA MIA”: Así Jesús instituía el Sacramento de la Eucaristía y Orden Sacerdotal, dando a sus apóstoles y en ellos a todos sus sucesores el poder de convertir el pan y el vino en su Cuerpo y en su Sangre, como lo acababa de hacer El. Así su Iglesia tendrá siempre un precioso y vivísimo memorial de su Pasión, Muerte y Resurrección.

​La Eucaristía trasciende la historia y la naturaleza misma de la Iglesia. Es un misterio y síntesis de los misterios en donde se aquilata la fe cristiana auténtica y operante, ya que nos da la presencialidad personal y real de Jesucristo. La Eucaristía nos muestra que el “misterio”, antes que una verdad sobre la cual hay que indagar, es un acontecimiento salvífico, por el que hay que dejarse arrastrar; es el gesto de un Dios amigo cuyo amor es tan grande que trastorna y supera los esquemas racionales del hombre y no un “jeroglífico” ante el cual ha de rendirse la capacidad especulativa humana; el carácter misterioso de Dios suscita confianza, no competencia. La Fe pues, resulta ante este Sacramento, más necesaria que nunca, porque aquí se encuentra la médula de toda la economía Cristiana. Por contener la Eucaristía la presencia real y operante de Jesús, está sobre todos los demás sacramentos. Estos están ordenados hacia Ella, como a su fin, ya que Ella es su fuente. Los demás sacramentos son signos instrumentales de la acción salvífica de Cristo, pero en la Eucaristía está el mismo Cristo presente de Verdad. Si el misterio de la Encarnación es bastante profundo, al menos en él, su humanidad era evidente; pero en la Eucaristía, Humanidad y Divinidad permanecen ocultas. Sin embargo están tan presentes que esa oblea que ven nuestros ojos y gusta nuestro paladar ya no es pan. Ya no posee el ser o naturaleza de un objeto material. Ciertamente permanecen los accidentes del color, sabor, figura, etc., Pero la substancia no ya la del pan sino que es la del cuerpo vivo de Cristo. “TOMEN Y COMAN, ESTO ES MI CUERPO”. Yo soy el pan vivo bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá eternamente. La Eucaristía, nos comunica lo que el hombre tanto desea por lo cual está dispuesto a luchar hasta lo máximo: La Vida. Es necesario recordar la exhortación de Cristo de que no nos afanemos tanto, por el pan que alimenta por hora, sino que busquemos más bien el Pan que da vida eterna; el que contiene su cuerpo y su sangre. Habrá que decir como los judíos, pero comprendiendo que no se trata de un pan del tipo del maná que sus antepasados comieron en el desierto, sino el que esconde su cuerpo y su sangre que es el que produce Verdadera Vida, porque Él es el viviente y el que esté unido a Él vive en el verdadero sentido de la palabra.

​El Sacramento más relacionado con la Eucaristía es el Sacerdocio. No puede pensarse uno sin el otro La Eucaristía, exige necesariamente el Sacramento del Orden. Nunca podrá haber Eucaristía sin sacerdote. Y el sacerdocio encuentra su plenitud, realizando la Eucaristía. La raíz teológica del sacerdocio católico, está en el sacerdocio de Cristo, único mediador entre Dios y los hombres y de Él, como una prolongación nace el sacerdocio ministerial, para perpetuar su misión santificadora. LA NUEVA PASCUA debe ser permanente. Su sacrificio redentor debe perpetuarse a través de los siglos, gracias al sacerdocio ministerial que siempre estará al servicio de su Iglesia, en orden al desarrollo de la gracia bautismal de todos sus miembros. El sacerdocio instituido por Jesús, es el medio por el cual, no cesa de construir y conducir a sus discípulos. El, por propia voluntad, como en otro tiempo Dios escogiera una de las doce tribus, para el servicio litúrgico, escoge a “DOCE” para que estuvieran con El. Los educó y formó de manera especial haciéndolos participantes de su propia misión y los envía como el Padre lo envió a Él y deben actuar como El, en favor de sus hermanos. Lo específico del Ministerio Sacerdotal, no se puede reducir a funciones puramente cultuales o sacramentales; querer circunscribir la labor sacerdotal en torno a estas actividades, es minimizar la misión a la que fue llamado. El Sacerdote además de ser dispensador de las cosas sagradas, es pregonero de la palabra de Dios; pastor que guía y custodia la comunidad y se solidariza con el hombre en forma preferencial por el que sufre, por el más débil. Acercarse al hombre en su situación concreta, comporta asumir responsablemente la suerte de los que menos tienen, de los desplazados por circunstancias migratorias, de los enfermos, de los ancianos y de los marginados. Debe como Cristo pasar haciendo el bien. Y el mayor bien que se puede hacer a un hombre es cerciorarle de que es amado por Dios. El Sacerdote debe ser signo transparente del Buen Pastor, para poder así prolongar la misión de Cristo. Hoy Jueves Santo agradezcamos a Dios esas dos fuentes de vida sobrenatural; esos dos Sacramentos con los que quiso enriquecer a su Iglesia. Acérquese con frecuencia a recibir el cuerpo de Cristo y ore por los sacerdotes, para que realmente sean Luz del mundo y sal de la tierra.