“UNA EXHORTACION DIVINA: ESTEN VIGILANTES Y PREVENIDOS”

El tiempo es un peregrino incansable; pero gracias a su continuo y monótono rodar y dentro de los póstumos días otoñales, nace un nuevo Año Litúrgico. Con este primer Domingo de Adviento queda inaugurado un nuevo ciclo, dentro del calendario eclesiástico. Es urgente y necesario que el hombre de hoy, inmerso en ese cotidiano ajetreo de preocupaciones materiales, asimile y viva la gran riqueza litúrgica y espiritual propia de este tiempo, que nos lleva a vislumbrar, todo lo que ha sido el Plan Divino de Salvación. Desde los primeros ecos de expectación mesiánica oídos en el Antiguo Testamento. Hasta su consumación perfecta al final de los tiempos. No podemos afirmar que el Adviento sea, una preparación, para que el mundo recuerde y celebre un hecho realmente histórico, pero ya pasado cronológicamente, como es la irrupción de Dios hecho hombre en la historia humana.
Restringir el sentido del Adviento a esto, significa dejar en el olvido nuestro destino final. El mesianismo al empezar a realizarse en la plenitud de los tiempos es el comienzo de la escatología. Coronamiento definitivo de la obra redentora de Jesucristo. Así pues, decir Adviento, no es únicamente decir, preparación para la navidad, sino que significa las esperanzas y la responsabilidad de los creyentes ante el que ya realizó su venida redentora y que volverá un día a coronar su obra de salvación de cara a la eternidad. Proclama la profunda necesidad que todos seguimos teniendo de Él, de su evangelio y de su gracia. El Adviento nos sitúa en el presente de la salvación, con la responsabilidad de una apertura personal a la palabra, a la promesa y a las exigencias de la Vocación Cristiana, para hacer posible ya desde aquí, la realización del “Reino de Dios”.

“VIGILEN Y ESTEN PREVENIDOS, porque no saben cuándo llegará el momento, no vaya a suceder que llegue de repente y los halle durmiendo. Lo que les digo a ustedes, lo digo para todos: Permanezcan alerta” (Mc. XIII, 33-37). Es una llamada de atención hecha por Jesucristo. Y su Iglesia renueva ese impresionante grito de alerta, para zarandear el amodorramiento religioso del hombre actual, inmerso en un ambiente obsesivamente materialista, que le hace olvidar su vocación escatológica. El hombre desde que fue herido por el pecado tiene la inclinación a seguir un camino equivocado con el riesgo de perderse en forma definitiva. Por eso es urgente y necesaria esa constante y reiterada exhortación a la vigilancia, para afrontar responsablemente el misterio de la Salvación. Ciertamente el mundo es para el hombre y éste, para el mundo; se pertenecen mutuamente, para una plena realización de ambos; pero no debe vivir de espaldas al sentido escatológico que tiene todo el universo. El auténtico cristiano, es el hombre que vive el Evangelio a diario con la atención acuciante de quien espera la manifestación definitiva de Cristo. Fácilmente el hombre se puede dejar absorber, por el remolino que produce el mundo con sus realidades. Por eso la Iglesia, siguiendo a Cristo grita: Alerta, vigilen, porque no hay nada en el mundo, que no sea una llave, para abrir o cerrar las puertas del Reino. La Iglesia llama la atención, para que el hombre, con su actividad haga al mundo más humano, con apertura a la libertad y despegue de las constricciones de la materia, para abrirse a las posibilidades infinitas del espíritu. Hay que estar alerta, para saber valorar las cosas de este mundo con relación a los bienes eternos. La esperanza humana va más allá de las realizaciones en el mundo.
Vivir en el mundo tiene su riesgo por ello la Iglesia en este tiempo de Adviento que es tiempo de deseo, de anhelo, de esperanza, de preparación, de reforma y de conversión interior, de oración y de esfuerzo sincero en la búsqueda constante de un Cristo vivo y de un Evangelio encarnado, subraya la vocación escatológica del hombre. El espíritu del Adviento nos exige a vivir no en el abandono enervante de un pasivismo espiritual derrotista; sino con el alma esperando ansiosa y responsablemente a Cristo reformador de nuestras miserias, que retornará de manera imprevisible, como divino ladrón. Por eso se nos pide una actitud perenne de vigilia y de expectación, no tanto apocalíptica, sino de una vida diaria encarnada en el Evangelio, hasta hacernos testimonio viviente de Cristo y con la responsabilidad irrenunciable de mantenernos irreprochables para la Parusía. Litúrgicamente nos preparamos para la navidad, pero existencialmente para el Día del juicio del Señor. ESTE PUES ALERTA, NO SE DUERMA. Por eso, se nos recuerda que la vigilancia es una actitud fundamental para el cristiano y que no sólo tiene, dimensión intramundana; sino que también tiene dimensión escatológica que mira y nos orienta hacia el final del mundo. Y sin despreocuparnos de la vida temporal y sus problemas, no debemos tampoco instalarnos despreocupadamente en ella del encuentro final y definitivo con el Divino Juez. Se nos recuerda que no olvidemos que somos peregrinos en este mundo y vamos caminando consciente o inconscientemente, hacia la tierra prometida, que mana leche y miel, por toda la eternidad. Somos viajeros, que diario avanzamos queramos o no queramos hacia la frontera eterna de esta tierra prometida. No olvide que: mientras se vive, se muere y se muere mientras se vive. Por eso la liturgia de este tiempo de adviento y el magisterio eclesiástico nos exhorta a no endurecer el corazón y que meditemos la Palabra Divina, que nos advierte que debemos estar vigilantes y ricos en obras buenas para el encuentro definitivo con el Divino Creador y Juez, que nos advierte, que no nos vaya a suceder lo que les sucedió a los contemporáneos de Noé y Lot. Cuando se muere, se cierran los ojos y los oídos al mundo, pero se abren a Dios, para verlo y oír su divina sentencia. Ojalá que sea de premio y no de castigo eterno. Estemos vigilantes, como se nos aconseja en este tiempo litúrgico del: ¡Adviento!