Lecturas del miércoles, 14ª semana del tiempo ordinario, ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Mié, 2015-07-08

I. Contemplamos la Palabra

Lectura del libro del Génesis 41,55-57;42,5-7.17-24a:

En aquellos días, llegó el hambre a todo Egipto, y el pueblo reclamaba pan al Faraón; el Faraón decía a los egipcios: «Dirigíos a José y haced lo que él os diga.»
Cuando el hambre cubrió toda la tierra, José abrió los graneros y repartió raciones a los egipcios, mientras arreciaba el hambre en Egipto. Y de todos los países venían a Egipto a comprarle a José, porque el hambre arreciaba en toda la tierra. Los hijos de Jacob fueron entre otros a comprar grano, pues había hambre en Canaán. José mandaba en el país y distribuía las raciones a todo el mundo. Vinieron, pues, los hermanos de José y se postraron ante él, rostro en tierra.
Al ver a sus hermanos, José los reconoció, pero él no se dio a conocer, sino que les habló duramente: «¿De dónde venís?»
Contestaron: «De tierra de Canaán, a comprar provisiones.»
Y los hizo detener durante tres días.
Al tercer día, les dijo: «Yo temo a Dios, por eso haréis lo siguiente, y salvaréis la vida: si sois gente honrada, uno de vosotros quedará aquí encarcelado, y los demás irán a llevar víveres a vuestras familias hambrientas; después me traeréis a vuestro hermano menor; así probaréis que habéis dicho la verdad y no moriréis.»
Ellos aceptaron, y se decían: «Estamos pagando el delito contra nuestro hermano, cuando le veíamos suplicarnos angustiado y no le hicimos caso; por eso nos sucede esta desgracia.»
Intervino Rubén: «¿No os lo decía yo: "No pequéis contra el muchacho", y no me hicisteis caso? Ahora nos piden cuentas de su sangre.»
Ellos no sabían que José les entendía, pues había usado intérprete. Él se retiró y lloró; después volvió a ellos.

Sal 32,2-3.10-11.18-19 R/. Que tu misericordia, Señor, venga sobre nosotros, como lo esperamos de ti

Dad gracias al Señor con la cítara,
tocad en su honor el arpa de diez cuerdas;
cantadle un cántico nuevo,
acompañando los vítores con bordones. R/.

El Señor deshace los planes de las naciones,
frustra los proyectos de los pueblos;
pero el plan del Señor subsiste por siempre,
los proyectos de su corazón, de edad en edad. R/.

Los ojos del Señor están puestos en sus fieles,
en los que esperan en su misericordia,
para librar sus vidas de la muerte
y reanimarlos en tiempo de hambre. R/.

Lectura del santo evangelio según san Mateo 10,1-7:

En aquel tiempo, Jesús, llamando a sus doce discípulos, les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y dolencia. Éstos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y su hermano Andrés; Santiago el Zebedeo, y su hermano Juan; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo, el publicano; Santiago el Alfeo, y Tadeo; Simón el Celote, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones: «No vayáis a tierra de gentiles, ni entréis en las ciudades de Samaria, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que el reino de los cielos está cerca.»

II. Compartimos la Palabra

«Nuestras obras están presentes a Dios»

En este relato del Génesis, se nos narra el reencuentro de José con sus hermanos. Éstos, que por envidia le habían vendido a unos mercaderes y justificaron su maldad ante Jacob su padre, que tanto quería a José, diciéndole que una fiera había devorado a su hijo, se vuelven a encontrar con su hermano, sin conocerlo. Van a negociar favores, porque la hambruna ha llegado a Israel y sólo hay reserva de alimentos en Egipto. Allí José había medrado como intendente general y tiene que repartir los alimentos. Es el momento de José. Ya ha pasado tiempo, pero José no siente odio ni rencor, al contrario, llora emocionado este reencuentro y la posibilidad de devolver a su padre y a sus hermanos el favor que Dios le había reservado a él, de ser grande en Egipto. Temeroso de Dios, da gratis lo que él ha recibido del Dios que ha guiado sus pasos y ha fijado su destino.

La grandeza y magnanimidad de nuestros actos, la generosidad y el desinterés, como grandes agradecidos de los dones de Dios, hacen grande ante Dios nuestros actos y hacen presente el Reino de Dios creando un mundo más justo y generoso. Escamotear los dones recibidos o esconderlos sólo para nosotros es renunciar a la generosidad de Dios y ser injustos con nuestros hermanos.

«Y llamando a los doce les dio poder sobre los espíritus inmundos»

En este fragmento de Mateo se nos narra la misión de los doce. Se nombra uno a uno a todos los apóstoles, comenzando por Pedro y terminando por Judas Iscariote. Jesús les da el mandato de ir anunciando el Reino de Dios, les envía en misión, haciendo presente el Reino frente a las enfermedades, impurezas o espíritus malignos. Ellos tienen la fuerza y la gracia de Dios y, como Jesús, han de predicar el amor de Dios en este mundo.

Hay que abrir los corazones al mensaje de Jesús, al Dios Padre que quiere cambiar las condiciones de este mundo: borrar la enfermedad, las dolencias, los corazones impuros… demostrar como Jesús que el Reino ha venido para asentarse entre los pecadores, los pobres, los marginados, los que están abiertos a la palabra de Dios y esperan y confían en su gran misericordia.

Aunque en principio Mateo limita esta predicación a los hijos de Israel, después de Pentecostés se abrirá a todos los pueblos. El mensaje de Jesús es un mensaje salvífico que ha sido propuesto para la liberación del hombre de todas sus ataduras, sus limitaciones y sus debilidades, especialmente con el pecado personal y social.

Los apóstoles continúan esta misión salvífica de Jesús, como Iglesia sacramental de salvación, en orden a la redención humana en plenitud, en línea con la actuación de Jesús con su opción por la justicia y su decisión preferencial por los pobres.

Este es el mensaje esencial que ha de transmitir nuestra evangelización: la noticia de que Dios nos ama, que nos invita por la fe a su amistad, a su adopción filial que significa la fraternidad humana universal, mediante el seguimiento de Cristo, Hombre nuevo, que hemos de interiorizar en nuestros corazones, y hacer presente en nuestra vida diaria.

¿Aceptamos ser mensajeros de este amor de Dios, con fe y con esperanza, sabiendo que Dios actuará por medio de nuestra presencia y nuestro testimonio?
¿Somos temerosos y humildes, poniendo todos los dones que Dios nos ha concedido al servicio de la Palabra de Dios y su mensaje salvador?

D. Oscar Salazar, O.P.
Fraternidad San Martín de Porres (Madrid)