I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro de los Proverbios 2,1-9:
Hijo mío, si aceptas mis palabras y conservas mis consejos, prestando oído a la sensatez y prestando atención a la prudencia; si invocas a la inteligencia y llamas a la prudencia; si la procuras como el dinero y la buscas como un tesoro, entonces comprenderás el temor del Señor y alcanzarás el conocimiento de Dios. Porque es el Señor quien da sensatez, de su boca proceden saber e inteligencia. Él atesora acierto para los hombres rectos, es escudo para el de conducta intachable, custodia la senda del deber, la rectitud y los buenos senderos. Entonces comprenderás la justicia y el derecho, la rectitud y toda obra buena.
Sal 33,2-3.4.6.9.12.14-15 R/. Bendigo al Señor en todo momento
Bendigo al Señor en todo momento,
su alabanza está siempre en mi boca;
mi alma se gloría en el Señor:
que los humildes lo escuchen y se alegren. R/.
Proclamad conmigo la grandeza del Señor,
ensalcemos juntos su nombre.
Contempladlo, y quedaréis radiantes,
vuestro rostro no se avergonzará. R/.
Gustad y ved qué bueno es el Señor,
dichoso el que se acoge a él.
Venid, hijos, escuchadme:
os instruiré en el temor del Señor. R/.
Guarda tu lengua del mal,
tus labios de la falsedad;
apártate del mal, obra el bien,
busca la paz y corre tras ella. R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 19,27-29:
En aquel tiempo, dijo Pedro a Jesús: «Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido; ¿qué nos va a tocar?»
Jesús les dijo: «Os aseguro: cuando llegue la renovación, y el Hijo del hombre se siente en el trono de su gloria, también vosotros, los que me habéis seguido, os sentaréis en doce tronos para regir a las doce tribus de Israel. El que por mí deja casa, hermanos o hermanas, padre o madre, mujer, hijos o tierras, recibirá cien veces más, y heredará la vida eterna.»
II. Compartimos la Palabra
Benedicto XVI presenta a san Benito de Nursia
El miércoles, 9 de abril de 2008, la intervención de Benedicto XVI en la audiencia general estuvo dedicada a san Benito de Nursia, fundador del monaquismo en occidente, patrono de su pontificado. Empezó así: “Hoy quisiera hablar de san Benito, fundador del monaquismo occidental, y patrono de mi pontificado. Comienzo citando una frase de san Gregorio Magno, que al escribir sobre san Benito dice: «Este hombre de Dios que brilló sobre esta tierra con tantos milagros no resplandeció menos por la elocuencia con la que supo exponer su doctrina» (Diálogos II, 36). El gran Papa escribió estas palabras en el año 592; el santo monje había muerto 50 años antes y todavía estaba vivo en la memoria de la gente y sobre todo en la floreciente orden religiosa que fundó. San Benito de Nursia, con su vida y su obra, ejerció una influencia fundamental en el desarrollo de la civilización y de la cultura europea”.
Seguro que muchos de los asistentes recordaron la conferencia del entonces Cardenal Joseph Ratzinger el día 1 de abril de 2005, en Subiaco, titulada: ‘Europa en la crisis de las culturas”, quizá no tanto por lo que dijo cuanto por lo significativo de la fecha. Entre otras cosas dijo: “Lo que más necesitamos en este momento de la historia son hombres que a través de una fe iluminada y vivida, hagan que Dios sea creíble en este mundo... Necesitamos hombres como Benito de Nursia, quien en un tiempo de disipación y decadencia, penetró en la soledad más profunda logrando, después de todas las purificaciones que tuvo que sufrir, alzarse hasta la luz, regresar y fundar Montecassino, la ciudad sobre el monte que, con tantas ruinas, reunió las fuerzas de las que se formó un mundo nuevo. De este modo Benito, como Abraham, llegó a ser padre de muchos pueblos”. Así concluyó el cardenal su conferencia, el día 1 de abril de 2005. Ignoraba, al decir estas palabras, que al día siguiente moriría Juan Pablo II y que, al ser él el elegido para ocupar su puesto, iba a tomar el nombre del santo de quien estaba hablando, por la profunda admiración que sentía por él, siguió sintiendo y así, seguro, continúa.
Recibir cien veces más y heredar la vida eterna
Esta es la promesa de Jesús a San Benito, a sus hijos, a todos los que y las que, con hábitos distintos e incluso con traje talar o ropa de calle, han sido y son seguidores suyos. Esta fue la promesa, tristemente incumplida, a aquel buen joven que se le acercó pidiéndole qué hacer para heredar la vida eterna; y, cuando lo supo, le dio miedo, y se marchó. Pero, hubo dos detalles en torno a él que quiero recalcar:
“Jesús se le queda mirando con cariño”. No necesitaríamos saber más. Yo no necesitaría tener más. Una cosa es saber del amor de Dios hacia nosotros; otra, tener la experiencia del encuentro con Dios. Y, en el encuentro, sentir la mirada llena de cariño hacia mí, en una relación muy personal e intransferible con la deidad. Estoy seguro de que, aunque el Evangelio no lo diga, aquel joven no olvidó nunca aquella mirada de Jesús. Es cierto que se quedó a medias, que no fue capaz de secundar la encomienda del Señor. Pero, fue mirado con cariño, y esa mirada tiene fuerza para cambiar la vida de todo el que la haya recibido. Y cambiar la vida a perpetuidad, porque a perpetuidad es la mirada de Dios, no así las nuestras.
No me gusta nada eso de “hacer lo mandado” “para heredar la vida eterna”. No es que se diga, pero me da miedo que pueda quedar insinuado. No me gusta porque el paso siguiente es querer “comprar”, con obras buenas, la vida eterna. Y la vida eterna es un don de Dios, no una conquista humana. Nosotros no compramos, espiritualmente hablando, nada. Sólo nos abrimos para recibir, junto con la mirada cariñosa de Dios, su gracia, su Espíritu y su salvación. Y, lógicamente, luego, “hacemos” o, mejor, “intentamos hacer” lo mandado y lo que agrada a Dios, no para comprar lo que no está en venta, sino para dar gracias y agradecer lo recibido y lo que esperamos tener.
Que la mirada de Jesús al joven rico y a san Benito, nos haya hecho recordar las nuestras. Y que si alguna vez la olvidamos, nos dé segundas oportunidades. Lo decisivo es él, su mirada, y la experiencia inolvidable de ese entrañable encuentro.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino