¡Que no pierda novedad!

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

14 Julio

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San Camilo de Lelis.

Éxodo 2,1-15a: “Le puso por nombre Moisés, porque fue sacado del agua. Cuando Moisés creció, fue a visitar a sus hermanos”, Salmo 68: “Busquen al Señor y vivirán”, San Mateo 11,20-24: “El día del juicio será menos riguroso para Tiro, Sidón y Sodoma que para otras ciudades”

Sodoma, Tiro y Sidón, son ciudades que los israelitas juzgaban como pecadoras, que en la Escritura aparecen como perdidas y que han recibido un castigo. Ahora Jesús parece alabarlas o al menos disculparlas. ¿Por qué esta nueva actitud frente a ciudades que aparecían como prototipo de pecado? Porque ahora está presente el mismo Jesús frente a otras ciudades y no ha encontrado conversión. Sus milagros, su palabra y su vida deben ser un testimonio que cambie y transforme la vida de cada uno de nosotros.

Es fácil acostumbrarse a Jesús, es fácil hacer cotidianas sus palabras y que ya no hagan ninguna mella en nosotros. Pero hoy Jesús nos dice que su Palabra debe resultar siempre una novedad en medio de nosotros y que no podemos quitarle todo su dinamismo y transformarla en palabras huecas, vacías y repetidas. Lo más grave que nos puede pasar a nosotros sus discípulos es que el Evangelio pierda su novedad y que, sin haberlo hecho presente, lo demos por sabido. Lo más triste que puede acontecer es encontrarse con discípulos que se creen buenos y que toda predicación se les resbala sin producir ningún efecto.

Ya exclamaba el salmista en nombre del Señor: “No endurezcan el corazón”. Una de las condenas más fuertes que encontramos en la Biblia es la tibieza, porque haciéndonos creer que somos seguidores de Jesús nos conformamos con escuchar “tibiamente” sus palabras, sin que se produzca ninguna conversión. Aparentemente no somos malos, pero tampoco hacemos las obras que producen los frutos del Reino. Tranquilizamos nuestra conciencia y nos sentimos a salvo. Las palabras de Jesús hoy deberían producir una conmoción en nuestro interior y transformar plenamente nuestras vidas. No podemos adulterar el evangelio y quedarnos tranquilamente compaginándolo con la ambición, con el poder y con la corrupción.

¿Somos cristianos “acomodados” que han traicionado el evangelio? Que resuene en nuestro interior la palabra fuerte de Jesús, que nos sacuda, que nos transforme, que nos saque de nuestras tibiezas y de nuestro pecado.