Ignacio, el hombre que supo de dónde venía, a dónde iba y cómo llegar

de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM

Artículo publicado en La Razón

“No hay viento favorable para quien no sabe a dónde va”, dice una frase atribuida a Séneca. Efectivamente, sólo quien reconoce de dónde viene y a dónde se dirige, sabe qué hacer con lo que sucede ¡Hasta con lo adverso! Así lo entendió Ignacio de Loyola, mientras se recuperaba de las heridas que había sufrido en un combate en Pamplona.

Leyendo La Vida de Cristo y la Vida de los Santos, comenzó a reflexionar sobre el sentido de la vida. Se dio cuenta que cuando deseaba seguir a Cristo por el camino del amor, como habían hecho los santos, sentía paz; en cambio, cuando pensaba volver a una existencia egoísta y superficial, aunque por un momento sentía placer, terminaba inquieto y vacío.

Decidido a alcanzar una vida plena, hizo una confesión general y veló armas en Montserrat. En Manresa se entregó a la oración y a la penitencia con el fin de “quitar de sí todas las afecciones desordenadas, para buscar y hallar la voluntad divina y alcanzar la salud del alma”. Fruto de este encuentro con Dios fue conocerse a sí mismo y comprender la realidad; el sentido y la meta de la vida, y el camino que debe seguirse.

Luego de peregrinar a Tierra Santa realizó estudios en Barcelona, Alcalá, Salamanca y París, obteniendo los grados de bachiller, licenciado y maestro. Además, impartía los Ejercicios Espirituales, fruto de su experiencia en Manresa, ayudando a muchos a ser mejores. Tras superar las sospechas de la Inquisición, en 1534, junto con algunos compañeros, hizo votos de pobreza y de peregrinar a Jerusalén, lo que, si esperado un año resultase imposible, se ofrecerían al Papa para que los enviase donde juzgara conveniente.

En Venecia, concluidos sus estudios teológicos, él y sus compañeros recibieron las órdenes sagradas de manos del Obispo de Arbe, en 1537. Reconociendo la imposibilidad de peregrinar a Tierra Santa, se trasladaron a Roma, donde, luego de resolver algunas dificultades, fue aprobada la “Compañía”, a la que Ignacio llamó “de Jesús”, indicando así su origen y destino: Cristo, siguiéndolo en la Iglesia y con la Iglesia.

Desde entonces, los jesuitas han servido a Dios y a la humanidad, incluso en los campos más difíciles o de primera línea, “en los cruces de ideologías y en las trincheras sociales”, como decía Paulo VI, respondiendo a necesidades concretas de la sociedad, con evangelización, misiones, investigación, desarrollo intelectual y cultural, instituciones educativas, atención a grupos vulnerables, promoción humana, acción social, medios de comunicación, etc.

San Ignacio, que murió en 1556, en sus “Ejercicios” aconseja: “En desolación no hacer mudanza”. Así enseña que en los malos momentos no debemos hacer cambios irreflexivos, sino, teniendo presente a Dios, de quien venimos y hacia quien vamos, perseverar en los buenos propósitos que teníamos antes de sentirnos así. De esta manera aprovecharemos hasta los vientos contrarios para llegar a la meta de una vida plena y eternamente feliz.