La Transfiguración del Señor

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

6 Agosto

La Transfiguración del Señor

AUDIO

Daniel 7,9-10.13-14: “Su vestido era blanco como la nieve”, Salmo 96: “Reina el Señor, alégrese la tierra”, San Marcos 9, 2-10: “Éste es mi Hijo amado”

Después de las exigencias que Jesús pone a sus discípulos para su seguimiento, después de comprobar que para ellos es difícil cargar la cruz y ser rechazados, llama a Pedro, Santiago y Juan, y les hace vivir una experiencia muy profunda de lo que significa su presencia. Los lleva a lo alto del monte, donde se vive la cercanía con Dios. Y allí realiza su manifestación, “Teofanía”, su descubrirse delante de ellos y transfigurar su rostro y sus ropas en signos esplendorosos. Todo es señal y signo, y ningún detalle puede pasarse por alto: el monte, la soledad, la transfiguración, los testigos, la voz.

Moisés y Elías representaban lo más grande y sagrado para el pueblo de Israel, son íconos de la ley y los profetas que sostenían todas las relaciones del pueblo y su vinculación y alianza con Dios. Ahora ahí están con Jesús, asumiéndose como testigos y dando cumplimiento a todo lo que ellos habían prefigurado. Todo sugiere belleza, paz, armonía, tanto que Pedro se atreve a sugerir la permanencia indefinida en aquel espacio. La nube luminosa, signo de la Presencia Divina que acompañó y protegió a todo el pueblo, los envuelve; la Voz, bajada del cielo, resuena declarando y esclareciendo la identidad de Jesús: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo” Así se presenta al mismo tiempo la meta a la que se debe llegar, la transfiguración; y la forma en que se logrará llegar, escuchando su palabra.

Todas las dudas y recelos que suscita el cargar la cruz adquieren ahora un sentido. El mismo crucificado, despreciado y condenado como criminal, es reconocido como Hijo de Dios y se le concede toda la autoridad a su Palabra.

Contemplemos hoy a Cristo también nosotros en silencio, presentemos nuestras cruces, nuestras dudas y nuestros recelos, y después dejémonos invadir del resplandor de su presencia que ilumina todas nuestras inquietudes. Escuchar su Palabra nos dará la fuerza necesaria para emprender el camino, a pesar de las cruces y las incomprensiones. Subamos al monte, contemplemos a Jesús, escuchemos su Palabra.