XIX Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo B

“El que cree tiene vida eterna”

El tema general de este domingo es continuación del desarrollado en el domingo pasado centrado en el pan. Hoy se insiste en el pan que Dios da a Elías y Jesús a los hombres como fuente de vida cuyos efectos duran hasta la llegada al monte de Dios (Elías) y hasta la llegada a la vida eterna comenzada ya en la tierra (Jesús).

Primera lectura: Primer Libro de los Reyes 19,4-8.

Marco: Desde 1Reyes 17 hasta 2Reyes 1, el narrador recoge acontecimiento relacionado con Elías, por eso se le llama el “ciclo de Elías”. El capítulo 19 relata el camino y la estancia de Elías hasta el Horeb para beber de las fuentes de la revelación sinaítica y el lugar donde es estipuló la alianza. Los profetas son los intérpretes de la alianza en el devenir histórico del pueblo. Es necesario volver a las raíces. Pues bien, el fragmento que ahora proclamamos recoge el itinerario de Elías hacia el Horeb para el encuentro con Dios.

Reflexiones:

1ª: ¡Dificultades y cansancio de un profeta!

Elías se sentó bajo una retama, y se deseó la muerte diciendo: Basta ya Señor, quítame la vida, pues yo no valgo más que mis padres. La fidelidad a la vocación profética desemboca en la persecución. Ya hemos reflexionado hace algunos domingos sobre las dificultades que encuentran los ministros de la palabra en la realización de su tarea de voceros de Dios. A lo largo de la historia de la salvación es una constante que llega a su cima en la vida de Jesús. Elías ha experimentado la dureza de su misión. Necesita volver a las fuentes y, huyendo de las amenazas de la reina, huye hacia al sur, hacia el Horeb. Y ruega a Dios que dé por terminada su misión. Pero Elías ignora que apenas acaba de comenzar su misión, que queda por delante una ardua tarea. Y es conducido a las fuentes. Camina durante cuarenta días y cuarenta noches por la fuerza de un pan singular que le ofrece Dios. Cuarenta es un número simbólico, como ya sabemos bien. Significa madurez, una plenitud acabada, una generación, el tiempo de la travesía por el desierto. Elías recibirá en el Horeb la luz y la fuerza para la ardua tarea que le espera todavía. La Iglesia ha de asumir la verdad de que la proclamación del Evangelio no es tarea fácil, que no se realiza de una vez para siempre, que es necesario volver a las fuentes y a las raíces para reencontrar el frescor, la lozanía y la autenticidad de la Palabra de Dios.

Segunda lectura: Efesios 4,30-5,2.

Marco: Es la continuación del domingo anterior y con el mismo tema: la vida nueva en Cristo.

Reflexiones:

1ª: ¡Sed imitadores de Dios, como hijos queridos!

Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó. El propio Jesús nos había dicho en el sermón de la montaña: Vosotros sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5,48). Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso (Lc 6,36). Seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los ingratos y los perversos (Lc 6,35). El autor de la carta a los Efesios puede escribir con toda coherencia: Desterrad de vosotros la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo (Ef 4,32). Las actitudes del creyente tienen su raíz en el comportamiento de Jesús y del propio Padre celestial, tienen su clima vital en la realización de un amor sincero, y se expresan en gestos diarios concretos que construyen la comunidad cristiana y humana. Los discípulos de Jesús son llamados a ser testigos más convincentes de la verdad humanizadora del evangelio. La realidad de cada día marca la medida de la autenticidad de los principios y convicciones evangélicas.

Tercera lectura: Juan 6,41-52.

Marco: seguimos proclamando el capítulo 6 del evangelio de Juan. Recoge la reacción de los judíos ante las palabras de Jesús. ¿No le pidieron que les diera de ese pan? Sí, pero el maná. No pudieron sospechar la nueva revelación sobre el nuevo pan. Jesús insiste en que él es el Pan-Sabiduría bajado del cielo y abre ya la puerta para hablar del Pan-Eucaristía (que desarrollará en los versículos siguientes y que proclamaremos el próximo domingo).

Reflexiones:

1ª: ¡Murmuraron y rechazaron la propuesta de Jesús porque creyeron que era una pretensión!

Criticaban a Jesús porque había dicho “yo soy el pan bajado del cielo”, y decían: ¿No es el hijo de José? Sabemos que en el relato joánico aparece con frecuencia el hecho de que la humanidad real de Jesús se convertía en obstáculo para la adhesión y la aceptación. La Encarnación, teología propia de Juan entre los evangelistas, fue un acercamiento de la Palabra a la humanidad: la Palabra se hizo hombre (historia) y estableció su tienda entre nosotros y hemos visto su gloria, gloria propia del Hijo Único del Padre lleno de gracia y de verdad. Pues bien, esta oferta totalmente gratuita de Dios se convirtió en un obstáculo para el acceso de los judíos a Jesús. A lo largo del relato evangélico aparece este debate, en muchas ocasiones agrio. Estas palabras de Jn 7,40-42 ilumina el fragmento de hoy: Muchos entre la gente decían: “Este es sin duda el profeta”. Otros decían: “Este es el Cristo”. Pero otros replicaban: “¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo?”. O estas otras de 8,53: ¿Por quién te tienes a ti mismo? Todas estas expresiones apuntan en la misma dirección: la humanidad de Jesús, que debería ser camino de acceso a Dios, se ha convertido en un obstáculo para los judíos por su incomprensión. En este marco se entiende la murmuración y el rechazo despectivo de los judíos contra Jesús. ¿Cómo puede bajar del cielo si es hijo de José, como todos sabemos? Sólo los que son capaces de entrar en la dinámica auténtica de la Encarnación encuentran la verdad de Jesús. Pero esto también indica lo difícil que es entender a Jesús y lo necesario que es abrirse a su palabra. Y, sin embargo, Jesús no podía ser acusado ni de pecado ni de pretensiones inadecuadas. La Iglesia, continuadora de la obra de Jesús como sacramento de salvación para la humanidad, también está sometida al debate que provoca la encarnación: santa y pecadora a la vez. Por eso es urgente el testimonio más convincente de toda la Iglesia para el mundo actual.

2ª: ¡En el horizonte existe para el hombre la resurrección y la vida!

El que cree tiene vida eterna... El que coma de este pan vivirá para siempre... Y yo lo resucitaré en el último día. La oferta de Jesús alcanza a los más profundos anhelos del hombre: el deseo de disfrutar de la vida para siempre. La alternativa vida-muerte sigue estando presente en el discurso. La señal de que Jesús procede del cielo, como recordábamos el domingo pasado, es que los padres comieron el maná en el desierto pero murieron. Este dato de experiencia desmiente la pretensión de que el maná viniera del cielo, porque del cielo no puede venir la muerte. Jesús ofrece la alternativa contraria: la señal de él ha bajado del cielo es que ofrece un pan, él mismo, que es fuente de vida; no sólo es un pan vivo, sino un pan vivificante. Y todavía añade el último redactor de este evangelio que “él lo resucitará en el último día”. No hemos proclamado ni el domingo pasado ni este, el v. 37 que dice: Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no le echaré fuera. Este versículo recuerda, de nuevo, la tradición sapiencial y la escena de los orígenes: los padres fueron expulsados del paraíso. Jesús realizará el proyecto original, restaurando plenamente la vida perdida allá en los orígenes como efecto del pecado . Vida y resurrección son una oferta global para el hombre total. Y esta oferta de vida es ilimitada, no sólo para el pueblo de Israel, sino para todo el mundo. El autor ha pasado de la contemplación de Jesús como Pan-Sabiduría a la presentación de Jesús como Pan-Eucaristía. Esta palabra la necesita la humanidad atenazada por la experiencia de la muerte y de la destrucción.

Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)