I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro de Josué, 3,7-10a. 11. 13-17.
En aquellos días, el Señor dijo a Josué: «Hoy empezaré a engrandecerte ante todo Israel, para que vean que estoy contigo como estuve con Moisés. Tú ordena a los sacerdotes portadores del arca de la alianza que cuando lleguen a la orilla se detengan en el Jordán.»
Josué dijo a los israelitas: «Acercaos aquí a escuchar las palabras del Señor, vuestro Dios. Así conoceréis que un Dios vivo está en medio de vosotros, y que va a expulsar ante vosotros a los cananeos. Mirad, el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra va a pasar el Jordán delante de vosotros. Y cuando los pies de los sacerdotes que llevan el arca de la alianza del Dueño de toda la tierra pisen el Jordán, la corriente del Jordán se cortará: el agua que viene de arriba se detendrá formando un embalse.»
Cuando la gente levantó el campamento para pasar el Jordán, los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza caminaron delante de la gente. Y, al llegar al Jordán, en cuanto mojaron los pies en el agua –el Jordán va hasta los bordes todo el tiempo de la siega–, el agua que venía de arriba se detuvo, creció formando un embalse que llegaba muy lejos, hasta Adam, un pueblo cerca de Sartán, y el agua que bajaba al mar del desierto, al mar Muerto, se cortó del todo. La gente pasó frente a Jericó. Los sacerdotes que llevaban el arca de la alianza del Señor estaban quietos en el cauce seco, firmes en medio del Jordán, mientras Israel iba pasando por el cauce seco, hasta que acabaron de pasar todos
Sal 113A,1-2.3-4.5-6 R/. Aleluya
Cuando Israel salió de Egipto,
los hijos de Jacob de un pueblo balbuciente,
Judá fue su santuario,
Israel fue su dominio. R/.
El mar, al verlos, huyó,
el Jordán se echó atrás;
los montes saltaron como carneros;
las colinas, como corderos. R/.
¿Qué te pasa, mar, que huyes,
a ti, Jordán, que te echas atrás?
¿Y a vosotros, montes, que saltáis como carneros;
colinas, que saltáis como corderos? R/.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 18,21. -19,1.
En aquel tiempo, se adelantó Pedro y preguntó a Jesús: «Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?»
Jesús le contesta: «No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Y a propósito de esto, el reino de los cielos se parece a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus empleados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara asi. El empleado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré todo." El señor tuvo lástima de aquel empleado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda. Pero, al salir, el empleado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba, diciendo: "Págame lo que me debes." El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba, diciendo: "Ten paciencia conmigo, y te lo pagaré." Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía. Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido. Entonces el señor lo llamó y le dijo: "¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo pediste. ¿No debías tú también tener compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?" Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda. Lo mismo hará con vosotros m¡ Padre del cielo, si cada cual no perdona de corazón a su hermano.»
Cuando acabó Jesús estas palabras, partió de Galilea y vino a la región de Judea, al otro lado del Jordán.
II. Compartimos la Palabra
Un Dios vivo está en medio de vosotros
El libro de Josué nos sitúa ante la conquista de la tierra prometida; no es fácil desde nuestra mentalidad actual, poder comprender y aceptar que un pueblo invada y conquiste a otro, sometiéndolo y expulsándolo de su tierra. Más bien nos produce rabia y rechazo. Y es por eso que cuesta leer este tipo de relatos y acogerlos como Palabra de Dios.
Pero en fin, es verdad que aquellos tiempos eran otros, y parece que este tipo de prácticas eran algo común en el mundo semítico antiguo y los israelitas lo vivieron como algo que Dios quería para ellos: la tierra es el don prometido por Dios y la por tanto, la conquista de la tierra es el cumplimiento de esa promesa.
El protagonista de este acontecimiento no es el pueblo, sino Dios. Él es el que va delante, en el arca de la Alianza, signo de la presencia fiel de Dios con su pueblo. Sólo Él hace posible la entrada en Canaán. Por eso, se narra este hecho como algo portentoso: la corriente da agua del Jordán se corta y lo que era algo imposible para aquellos hombres y mujeres Dios lo posibilita; la entrada en la tierra cananea se convierte en un paseo, en una especie de peregrinación que el Señor conduce.
También nosotros podemos, pararnos en la orilla del Jordán, símbolo de aquello que nos separa del horizonte de vida al que Dios nos invita cada día; pararnos para escuchar su Palabra y descubrir que Él es el “Dios vivo que está en medio” abriendo caminos allí donde sólo parece haber muros y expulsando miedos y cobardías, que suelen ser nuestros peores enemigos.
¿No debías tú también tener compasión de tu compañero?
Nada nos cuesta más en la vida como el perdón: perdonarse a sí mismo, perdonar a los otros y dejarse perdonar.
Como en esto del perdón no vamos nunca muy sobrados, se entiende que Pedro, en el Evangelio de hoy, todavía situado en el marco del cumplimiento, quiera saber a qué atenerse sobre el tema, por eso pregunta a Jesús, como los niños cuándo quieren saber hasta dónde puedan llegar: “Señor, si me hermano me ofende ¿Cuántas veces lo tengo que perdonar? ¿Hasta siete?” Y seguro que a Pedro le parecía ya mucho.
La contestación de Jesús es rotunda: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”. No sé si alguna vez nos hemos molestado en hacer el cálculo; yo sí y me salen ¡490 veces! O sea, una barbaridad; seguro que Pedro se quedaría obnubilado. ¿Cómo podemos perdonar a quien reiteradamente nos ofende?
Mateo, introduce como respuesta a la perplejidad de Pedro, una parábola que Jesús propone y que nos puede desconcertar un poco. En ella el perdón está vinculado a la compasión; el que se compadece es capaz de perdonar y así lo hace el rey en la primera situación. Pero la parábola acaba mal; no es perdón lo que triunfa, sino el ajuste de cuentas. No se da la conversión del corazón a la misericordia y a la compasión.
Por eso, una y otra vez, necesitamos volver nuestra vida hacia Dios, que es “lento a la ira y rico en misericordia” y aprender de él que lo que quiere de nosotros es “misericordia y no sacrificios”.
Sólo Él puede transformar nuestro corazón y convertirnos a la compasión, que lejos de ser un sentimiento de personas débiles es la única fuerza que hoy puede hacer posible un mundo diferente.
Hna. María Ferrández Palencia, OP
Congregación Romana de Santo Domingo