de Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas
1. Testigos de Jesús
He visto que hay muchos jóvenes en la plaza. A ustedes les digo: lleven esta certeza: el Señor está vivo y camina con nosotros en la vida. ¡Esta es su misión! Lleven adelante esta esperanza: este ancla que está en los cielos; mantengan fuerte la cuerda, manténganse anclados y lleven la esperanza. Ustedes, testigos de Jesús, den testimonio de que Jesús está vivo y esto nos dará esperanza, dará esperanza a este mundo un poco envejecido por las guerras, por el mal, por el pecado. ¡Adelante, jóvenes! (Audiencia general 3 de abril de 2013).
2. En pos de ideales nobles
Hay muchos jóvenes hoy aquí en la plaza. Déjenme preguntarles esto: ¿Han escuchado a veces la voz del Señor, que a través de un deseo, una inquietud, los invitaba a seguirlo más de cerca? ¿Lo han escuchado? ¿Han tenido algún deseo de ser apóstoles de Jesús? La juventud hay que ponerla en juego en pos de nobles ideales. ¿Piensan en esto? ¿Están de acuerdo? Pregúntale a Jesús lo que quiere de ti y sé valiente. ¡Pregúntale!
Detrás y delante de toda vocación al sacerdocio o a la vida consagrada, siempre está la fuerte e intensa oración de alguien: de una abuela, un abuelo, de una madre, un padre, de una comunidad... Por eso Jesús dijo: "Rueguen al Dueño de la mies --es decir, Dios Padre--, que envíe obreros a su mies" (Mt. 9,38). Las vocaciones nacen en la oración y de la oración; y solo en la oración pueden perseverar y dar fruto. (Regina coeli, 21 de abril de 2013).
3. Soñar cosas grandes
En la plaza, he visto que hay muchos jóvenes, A ustedes, que están en el comienzo del viaje de la vida, pregunto: ¿Han pensado en los talentos que Dios les ha dado? ¿Han pensado en cómo los pueden poner al servicio de los demás? ¡No entierren los talentos! Apuesten por grandes ideales, aquellos ideales que agrandan el corazón, aquellos ideales de servicio que harán fecundos sus talentos. La vida no se nos da para que la guardemos celosamente para nosotros mismos, sino que se nos da para que la donemos. Queridos jóvenes, ¡tengan un alma grande! ¡No tengan miedo de soñar cosas grandes! (Audiencia general del 24 de abril de 2013)
4. Contra corriente
Permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes: caminar contra corriente. Esto hace bien al corazón, pero hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza. No habrá dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer, si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida. ¡Es tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, siempre nos perdona. Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales (28 de abril de 2013).
5. Dialogar con el Señor
Quisiera dirigirme en particular a ustedes los jóvenes: empéñense en su deber cotidiano, en el estudio, en el trabajo, en las relaciones de amistad, en la ayuda a los demás; su porvenir depende también de cómo saben vivir estos años preciosos de la vida. No tengan miedo del compromiso, del sacrificio y no miren con miedo al futuro; mantengan viva la esperanza: siempre hay una luz en el horizonte.
Para escuchar al Señor, es necesario aprender a contemplarlo, a percibir su presencia constante en nuestra vida; es necesario detenerse a dialogar con Él, darle espacio con la oración. Cada uno de nosotros debería preguntarse: ¿qué espacio doy al Señor? ¿Me detengo a dialogar con Él? Desde cuando éramos pequeños, nuestros padres nos han acostumbrado a iniciar y a concluir el día con una oración, para educarnos a sentir que la amistad y el amor de Dios nos acompañan. ¡Acordémonos más del Señor en nuestras jornadas! (1 de mayo de 2013).
6. Mártires cotidianos
Existe el martirio cotidiano. ¡Pensemos en la cantidad de papás y mamás que cada día ponen en práctica su fe, ofreciendo concretamente la propia vida por el bien de la familia! ¡Pensemos en todos ellos! ¿Cuántos sacerdotes, frailes y religiosas desarrollan con generosidad su servicio por el Reino de Dios? ¿Cuántos jóvenes renuncian a sus propios intereses para dedicarse a los niños, a los discapacitados, a los ancianos…? ¡Estos también son mártires! ¡Mártires cotidianos, mártires de la vida cotidiana!
Y a ustedes jóvenes, les digo: No tengan miedo de ir contracorriente, cuando les quieran robar la esperanza, cuando les propongan esos valores dañados, que son como una comida descompuesta, y cuando una comida está descompuesta nos hace mal; estos valores nos hacen mal. ¡Debemos ir contracorriente! Y ustedes jóvenes, sean los primeros: vayan contra la corriente tengan esa altura de ir contra la corriente, ¡Adelante, sean valientes y vayan contracorriente! ¡Y siéntanse orgullosos de hacerlo! (Angelus 23 de junio de 2013).
JORNADA MUNDIAL DE LA JUVENTUD, en Brasil (julio 2013)
7. Cristo confía en los jóvenes
He venido para la Jornada Mundial de la Juventud. Para encontrarme con jóvenes venidos de todas las partes del mundo, atraídos por los brazos abiertos de Cristo Redentor. Quieren encontrar un refugio en su abrazo, justo cerca de su corazón, volver a escuchar su llamada clara y potente: «Vayan y hagan discípulos a todas las naciones». Estos jóvenes provienen de diversos continentes, hablan idiomas diferentes, pertenecen a distintas culturas y, sin embargo, encuentran en Cristo las respuestas a sus más altas y comunes aspiraciones, y pueden saciar el hambre de una verdad clara y de un genuino amor que los una por encima de cualquier diferencia.
Cristo les ofrece espacio, sabiendo que no puede haber energía más poderosa que esa que brota del corazón de los jóvenes cuando son seducidos por la experiencia de la amistad con él. Cristo tiene confianza en los jóvenes y les confía el futuro de su propia misión: «Vayan y hagan discípulos»; vayan más allá de las fronteras de lo humanamente posible, y creen un mundo de hermanos y hermanas. Pero también los jóvenes tienen confianza en Cristo: no tienen miedo de arriesgar con él la única vida que tienen, porque saben que no serán defraudados.
Dirigiéndome a los jóvenes, hablo también a sus familias, sus comunidades eclesiales y naciones de origen, a las sociedades en las que viven, a los hombres y mujeres de los que depende en gran medida el futuro de estas nuevas generaciones. Es común entre ustedes oír decir a los padres: «Los hijos son la pupila de nuestros ojos». ¿Qué sería de nosotros si no cuidáramos nuestros ojos? ¿Cómo podríamos avanzar? (22 de julio de 2013).
8. Protagonistas de un mundo mejor
Dios nunca deja que nos hundamos. Ante el desaliento que podría haber en la vida, en quien trabaja en la evangelización o en aquellos que se esfuerzan por vivir la fe como padres y madres de familia, quisiera decirles con fuerza: Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la apaguemos en nuestro corazón. El «dragón», el mal, existe en nuestra historia, pero no es el más fuerte. El más fuerte es Dios, y Dios es nuestra esperanza. Es cierto que hoy en día, todos un poco, y también nuestros jóvenes, sienten la sugestión de tantos ídolos que se ponen en el lugar de Dios y parecen dar esperanza: el dinero, el éxito, el poder, el placer. Con frecuencia se abre camino en el corazón de muchos una sensación de soledad y vacío, y lleva a la búsqueda de compensaciones, de estos ídolos pasajeros. Queridos hermanos y hermanas, seamos luces de esperanza. Tengamos una visión positiva de la realidad. Demos aliento a la generosidad que caracteriza a los jóvenes, ayudémoslos a ser protagonistas de la construcción de un mundo mejor: son un motor poderoso para la Iglesia y para la sociedad. Ellos no sólo necesitan cosas. Necesitan sobre todo que se les propongan esos valores inmateriales que son el corazón espiritual de un pueblo, la memoria de un pueblo (24 de julio de 2013, en el Santuario de Aparecida).
9. Espero lío
¿Qué es lo que espero como consecuencia de la Jornada de la Juventud? ¡Espero lío! ¿Que acá dentro va a haber lío? ¡Va a haber! ¡Pero quiero lío en las diócesis! ¡Quiero que se salga afuera! ¡Quiero que la Iglesia salga a la calle! ¡Quiero que nos defendamos de todo lo que sea mundanidad, de lo que sea instalación, de lo que sea comodidad, de lo que sea clericalismo, de lo que sea estar encerrados en nosotros mismos. Las parroquias, los colegios, las instituciones, ¡son para salir! Si no salen, se convierten en una ONG, y la Iglesia no puede ser una ONG.
Los jóvenes tienen que salir, tienen que hacerse valer. Los jóvenes tienen que salir a luchar por los valores, ¡A luchar por los valores! Y ustedes, por favor, ¡no se metan contra los viejos! ¡Déjenlos hablar, escúchenlos, y lleven adelante! Pero sepan, sepan que en este momento, ustedes, los jóvenes y los ancianos, están condenados al mismo destino: exclusión! ¡No se dejen excluir! ¿Está claro?
Y la fe en Jesucristo no es broma, es algo muy serio, es un escándalo. Que Dios haya venido a hacerse uno de nosotros, ¡es un escándalo! Y que haya muerto en la cruz, es un escándalo, el escándalo de la Cruz. La Cruz sigue siendo escándalo, pero ¡es el único camino seguro, el de la Cruz, el de Jesús, la encarnación de Jesús!
Por favor, ¡no licuen la fe en Jesucristo! Hay licuado de naranja, licuado de manzana, licuado de banana, pero por favor, ¡no tomen licuado de fe! ¡La fe es entera, no se licua! Es la fe en Jesús. Es la fe en el Hijo de Dios hecho hombre, que me amó y murió por mí (25 de julio de 2013: A los jóvenes argentinos, en Río de Janeiro).
10. Vencer al mal con el bien
Queridos jóvenes, ustedes tienen una especial sensibilidad ante la injusticia, pero a menudo se sienten defraudados por los casos de corrupción, por las personas que, en lugar de buscar el bien común, persiguen su propio interés. Nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que la esperanza se apague. La realidad puede cambiar, el hombre puede cambiar. Sean los primeros en tratar de hacer el bien, de no habituarse al mal, sino a vencerlo, vencerlo con el bien. La Iglesia los acompaña ofreciéndoles el don precioso de la fe, de Jesucristo, que ha «venido para que tengan vida y la tengan abundante» (Jn 10,10) (25 de julio de 2013, en una Favela de Río de Janeiro)
11. Pon a Cristo en tu vida
“Qué bien se está aquí”, exclamó Pedro, después de haber visto al Señor Jesús transfigurado, revestido de gloria. Acogiendo a Jesucristo, Palabra encarnada, es como el Espíritu nos transforma, ilumina el camino del futuro y hace crecer en nosotros las alas de la esperanza para caminar con alegría.
Pero, ¿qué podemos hacer? Si queremos que nuestra vida tenga realmente sentido y sea plena, como ustedes desean y merecen, les digo a cada uno y a cada una de ustedes: “pon fe” y tu vida tendrá un sabor nuevo, la vida tendrá una brújula que te indicará la dirección; “pon esperanza” y cada día de tu vida estará iluminado y tu horizonte no será ya oscuro, sino luminoso; “pon amor” y tu existencia será como una casa construida sobre la roca, tu camino será gozoso, porque encontrarás tantos amigos que caminan contigo. ¡Pon fe, pon esperanza, pon amor!
“Pon a Cristo” en tu vida y encontrarás un amigo del que fiarte siempre; “pon a Cristo” y vas a ver crecer las alas de la esperanza para recorrer con alegría el camino del futuro; “pon a Cristo” y tu vida estará llena de su amor, será una vida fecunda. Porque todos nosotros queremos tener una vida fecunda. Una vida que dé vida a otros.
Hoy nos hará bien a todos que nos preguntemos sinceramente: ¿en quién ponemos nuestra fe? ¿En nosotros mismos, en las cosas, o en Jesús? Todos tenemos muchas veces la tentación de ponernos en el centro, de creernos que somos el eje del universo, de creer que nosotros solos construimos nuestra vida, o pensar que el tener, el dinero, el poder es lo que da la felicidad. Pero todos sabemos que no es así. El tener, el dinero, el poder pueden ofrecer un momento de embriaguez, la ilusión de ser felices, pero, al final, nos dominan y nos llevan a querer tener cada vez más, a no estar nunca satisfechos. Y terminamos empachados, pero no alimentados, y es muy triste ver una juventud empachada pero débil. La juventud tiene que ser fuerte, alimentarse de su fe, y no empacharse de otras cosas. ¡“Pon a Cristo” en tu vida, pon tu confianza en él y no quedarás defraudado!
Miren, queridos amigos, la fe hace una revolución que podríamos llamar copernicana: nos quita del centro y pone en el centro a Dios; la fe nos inunda de su amor que nos da seguridad, fuerza y esperanza. Aparentemente parece que no cambia nada, pero, en lo más profundo de nosotros mismos, cambia todo. Cuando está Dios en nuestro corazón habita la paz, la dulzura, la ternura, el entusiasmo, la serenidad y la alegría, que son frutos del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22). Entonces, nuestra existencia se transforma, nuestro modo de pensar y de obrar se renueva, se convierte en el modo de pensar y de obrar de Jesús, de Dios. Amigos queridos, la fe es revolucionaria y yo te pregunto a ti, hoy: ¿estás dispuesto, estás dispuesta a entrar en esta onda de la revolución de la fe? Sólo entrando en esta onda revolucionaria de la fe, tu vida joven va a tener sentido y así será fecunda.
Querido joven, querida joven: “Pon a Cristo” en tu vida. Él te espera: Escúchalo con atención y su presencia entusiasmará tu corazón. “Pon a Cristo”: Él te acoge en el Sacramento del perdón, con su misericordia cura todas las heridas del pecado. No le tengas miedo a pedirle perdón, porque Él en su gran amor nunca se cansa de perdonarnos, como un padre que nos ama. ¡Dios es pura misericordia! “Pon a Cristo”: Él te espera también en la Eucaristía, Sacramento de su presencia, de su sacrificio de amor, y Él te espera también en la humanidad de tantos jóvenes que te enriquecerán con su amistad, te animarán con su testimonio de fe, te enseñarán el lenguaje del amor, de la bondad, del servicio. También tú, querido joven, querida joven, puedes ser un testigo gozoso de su amor, un testigo entusiasta de su Evangelio para llevar un poco de luz a este mundo. Déjate amar por Jesús: es un amigo que no defrauda. ¡Jesús nos espera. Jesús cuenta con nosotros! (26 de julio de 2013).
12. Empujémoslos a salir
Dios quiere que seamos misioneros donde estamos, donde Él nos pone, en nuestra patria o donde Él nos ponga. Ayudemos a los jóvenes a darse cuenta de que ser discípulos misioneros es una consecuencia de ser bautizados, es parte esencial del ser cristiano, y que el primer lugar donde se ha de evangelizar es la propia casa, el ambiente de estudio o de trabajo, la familia y los amigos. Ayudemos a los jóvenes, pongámosle la oreja para escuchar sus ilusiones, necesitan ser escuchados, para escuchar sus logros, escuchar sus dificultades. Es estar sentado, escuchando quizá el mismo libreto pero con música diferente, con identidades diferentes. La paciencia de escuchar, eso se lo pido de todo corazón, en el confesionario, en la dirección espiritual, en el acompañamiento. Sepamos perder el tiempo con ellos. Sembrar cuesta y cansa, cansa muchísimo y es mucho más gratificante gozar de la cosecha, todos gozamos más con la cosecha. Pero Jesús nos pide que sembremos en serio.
No escatimemos esfuerzos en la formación de los jóvenes. San Pablo, dirigiéndose a sus cristianos, utiliza una expresión, que él hizo realidad en su vida: «Hijos míos, por quienes estoy sufriendo nuevamente los dolores del parto hasta que Cristo sea formado en ustedes» (Ga 4,19). Que también nosotros la hagamos realidad en nuestro ministerio. Ayudar a nuestros jóvenes a redescubrir el valor y la alegría de la fe, la alegría de ser amados personalmente por Dios, esto es muy difícil pero cuando un joven lo entiende, un joven lo siente con la unción que le da el Espíritu Santo, este ser amado personalmente por Dios, lo acompaña toda la vida después. La alegría que ha dado a su Hijo Jesús por nuestra salvación. Educarlos en la misión, salir a ponerse en marcha, a ser callejeros de la fe. Así hizo Jesús con sus discípulos: no los mantuvo pegados a él como una gallina con los pollitos; los envió. No podemos quedarnos enclaustrados en la parroquia, en nuestra comunidad, en nuestra institución parroquial, en nuestra institución diocesana, cuando tantas personas están esperando el Evangelio. Salir, enviar. No es un simple abrir la puerta para que vengan, para acoger, sino salir por la puerta para buscar y encontrar. Empujemos a los jóvenes para que salgan. Empujémoslos a salir. Pensemos con decisión en la pastoral desde la periferia, comenzando por los que están más alejados, los que no suelen frecuentar la parroquia. (27 de julio de 2013, a los obispos y sacerdotes).
13. Con la cruz
Con la cruz, Jesús está junto a tantas madres y padres que sufren al ver a sus hijos víctimas de paraísos artificiales, como la droga. Con la Cruz, Jesús se une a quien es perseguido por su religión, por sus ideas, o simplemente por el color de su piel; en la Cruz, Jesús está junto a tantos jóvenes que han perdido su confianza en las instituciones políticas porque ven el egoísmo y corrupción, o que han perdido su fe en la Iglesia, e incluso en Dios, por la incoherencia de los cristianos y de los ministros del Evangelio. Cuánto hacen sufrir a Jesús nuestras incoherencias. En la Cruz de Cristo está el sufrimiento, el pecado del hombre, también el nuestro, y Él acoge todo con los brazos abiertos, carga sobre su espalda nuestras cruces y nos dice: ¡Ánimo! No la llevas tú solo. Yo la llevo contigo y yo he vencido a la muerte y he venido a darte esperanza, a darte vida (cf. Jn 3,16).
Queridos jóvenes, fiémonos de Jesús, confiemos en Él. Porque Él nunca defrauda a nadie. Sólo en Cristo muerto y resucitado encontramos la salvación y redención. Con Él, el mal, el sufrimiento y la muerte no tienen la última palabra, porque Él nos da esperanza y vida: ha transformado la Cruz de ser un instrumento de odio, y de derrota, y de muerte, en un signo de amor, de victoria, de triunfo y de vida.
Queridos jóvenes, llevemos nuestras alegrías, nuestros sufrimientos, nuestros fracasos a la Cruz de Cristo; encontraremos un Corazón abierto que nos comprende, nos perdona, nos ama y nos pide llevar este mismo amor a nuestra vida, amar a cada hermano o hermana nuestra con ese mismo amor. (27 de julio de 2013, en el Viacrucis con los jóvenes).
14. Cristo cuenta con ustedes
«Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Con estas palabras, Jesús se dirige a cada uno de ustedes. Jesús te llama a ser discípulo en misión. ¿Qué nos dice hoy el Señor? Tres palabras: Vayan, sin miedo, para servir.
1. Vayan. La experiencia de este encuentro no puede quedar encerrada en su vida o en el pequeño grupo de la parroquia, del movimiento o de su comunidad. Pero ¡cuidado! Jesús no ha dicho: si quieren, si tienen tiempo vayan, sino que dijo: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». Compartir la experiencia de la fe, dar testimonio de la fe, anunciar el evangelio es el mandato que el Señor confía a toda la Iglesia, también a ti.
¿Adónde nos envía Jesús? No hay fronteras, no hay límites: nos envía a todos. El evangelio no es para algunos sino para todos. No es sólo para los que nos parecen más cercanos, más receptivos, más acogedores. Es para todos. No tengan miedo de ir y llevar a Cristo a cualquier ambiente, hasta las periferias existenciales, también a quien parece más lejano, más indiferente. El Señor busca a todos, quiere que todos sientan el calor de su misericordia y de su amor. La Iglesia necesita de ustedes, del entusiasmo, la creatividad y la alegría que les caracteriza.
2. Sin miedo. Puede que alguno piense: «No tengo ninguna preparación especial, ¿cómo puedo ir y anunciar el evangelio?». «No tengan miedo». Cuando vamos a anunciar a Cristo, es él mismo el que va por delante y nos guía. Al enviar a sus discípulos en misión, ha prometido: «Yo estoy con ustedes todos los días» (Mt 28,20). Y esto es verdad también para nosotros. Jesús no nos deja solos, nunca deja solo a nadie. Nos acompaña siempre.
3. La última palabra: para servir. La vida de Jesús es una vida para los demás, la vida de Jesús es una vida para los demás. Es una vida de servicio. Evangelizar es dar testimonio en primera persona del amor de Dios, es superar nuestros egoísmos, es servir inclinándose a lavar los pies de nuestros hermanos como hizo Jesús.
Queridos jóvenes: Jesucristo cuenta con ustedes. La Iglesia cuenta con ustedes. El Papa cuenta con ustedes. Que María, Madre de Jesús y Madre nuestra, los acompañe siempre con su ternura: «Vayan y hagan discípulos a todos los pueblos». (28 de julio de 2013: Misa de clausura de la Jornada Mundial de la Juventud).
15. Que reciban la Confirmación
El término “Confirmación” nos recuerda que este Sacramento aporta un crecimiento de la gracia bautismal: nos une más firmemente a Cristo; lleva a cumplimiento nuestro vínculo con la Iglesia; nos da una especial fuerza del Espíritu Santo para difundir y defender la fe, para confesar el nombre de Cristo y para no avergonzarnos nunca de su cruz (cfr Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1303). Y por eso es importante ocuparse de que nuestros niños y nuestros jóvenes reciban este sacramento. Todos nosotros nos ocupamos de que sean bautizados y esto es bueno, pero, quizás, no le damos tanta importancia a que reciban la Confirmación. Se quedan a mitad camino y no reciben el Espíritu Santo, que es tan importante para la vida cristiana, porque nos da la fuerza para seguir adelante. Pensemos un poco. ¿Verdaderamente nos preocupamos de que nuestros niños y nuestros jóvenes reciban la Confirmación? ¡Es importante esto! Y si vosotros en vuestra casa tenéis niños o jóvenes que todavía no la han recibido y ya tienen la edad para recibirla, haced todo lo posible para que terminen esta iniciación cristiana y que ellos reciban la fuerza del Espíritu Santo. (Audiencia general 29 de enero de 2014).
16. Decir “sí” a Jesús
Queridos jóvenes, Jesús nos pide que respondamos a su propuesta de vida, que decidamos cuál es el camino que queremos recorrer para llegar a la verdadera alegría. Se trata de un gran desafío para la fe. Jesús no tuvo miedo de preguntar a sus discípulos si querían seguirle de verdad o si preferían irse por otros caminos (cf. Jn 6,67). Y Simón, llamado Pedro, tuvo el valor de contestar: «Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna» (Jn 6,68). Si sabéis decir "sí" a Jesús, entonces vuestra vida joven se llenará de significado y será fecunda.
San Juan, al escribir a los jóvenes, decía: «Sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros, y habéis vencido al Maligno» (1 Jn 2,14). Los jóvenes que escogen a Jesús son fuertes, se alimentan de su Palabra y no se "atiborran" de otras cosas. Atreveos a ir contracorriente. Sed capaces de buscar la verdadera felicidad. Decid no a la cultura de lo provisional, de la superficialidad, del usar y tirar, que no os considera capaces de asumir responsabilidades y de afrontar los grandes desafíos de la vida.
Intentad ser libres en relación con las cosas. El Señor nos llama a un estilo de vida evangélico de sobriedad, a no dejarnos llevar por la cultura del consumo. Se trata de buscar lo esencial, de aprender a despojarse de tantas cosas superfluas que nos ahogan. Desprendámonos de la codicia del tener, del dinero idolatrado y después derrochado. Pongamos a Jesús en primer lugar. Él nos puede liberar de las idolatrías que nos convierten en esclavos. ¡Fiaros de Dios, queridos jóvenes! Para superar la crisis económica, hay que estar dispuestos a cambiar de estilo de vida, a evitar tanto derroche. Igual que se necesita valor para ser felices, también es necesario el valor para ser sobrios.
Necesitamos la conversión en relación a los pobres. Tenemos que preocuparnos de ellos, ser sensibles a sus necesidades espirituales y materiales. A vosotros, jóvenes, os encomiendo en modo particular la tarea de volver a poner en el centro de la cultura humana la solidaridad. Ante las viejas y nuevas formas de pobreza –el desempleo, la emigración, los diversos tipos de dependencias–, tenemos el deber de estar atentos y vigilantes, venciendo la tentación de la indiferencia. Pensemos también en los que no se sienten amados, que no tienen esperanza en el futuro, que renuncian a comprometerse en la vida porque están desanimados, desilusionados, acobardados. Tenemos que aprender a estar con los pobres. No nos llenemos la boca con hermosas palabras sobre los pobres. Acerquémonos a ellos, mirémosles a los ojos, escuchémosles. Los pobres son para nosotros una ocasión concreta de encontrar al mismo Cristo, de tocar su carne que sufre. (13 de abril de 2014)
17. Convertirse en sacerdote
¿Qué hay que hacer para convertirse en sacerdote? ¿Dónde se venden las entradas? No, no se venden. Ésta es una cosa donde la iniciativa la toma el Señor. El Señor llama, llama a cada uno de los que quiere que se conviertan en sacerdote. Y quizás haya algunos jóvenes aquí que han sentido en su corazón esta llamada: el deseo de convertirse en sacerdotes, el deseo de servir a los demás en las cosas que vienen de Dios, el deseo de estar toda la vida al servicio para catequizar, bautizar, perdonar, celebrar la Eucaristía, cuidar a los enfermos… Pero toda la vida así. Si alguno de vosotros ha sentido esto en el corazón, es Jesús que se lo ha puesto ahí. Cuidad esta invitación y rezad para que esto crezca y dé fruto en toda la Iglesia. (26 de marzo de 2014)
18. Solidaridad cercana con el pueblo
En la actualidad, las múltiples violencias que afligen a la sociedad mexicana, particularmente a los jóvenes, constituyen un renovado llamamiento a promover este espíritu de concordia a través de la cultura del encuentro, del diálogo y de la paz. A los Pastores no compete, ciertamente, aportar soluciones técnicas o adoptar medidas políticas, que sobrepasan el ámbito pastoral; sin embargo, no pueden dejar de anunciar a todos la Buena Noticia: que Dios, en su misericordia, se ha hecho hombre y se ha hecho pobre (cf. 2 Co 8, 9), y ha querido sufrir con quienes sufren, para salvarnos. La fidelidad a Jesucristo no puede vivirse sino como solidaridad comprometida y cercana con el pueblo en sus necesidades, ofreciendo desde dentro los valores del Evangelio.
Pienso con esperanza en los jóvenes que sienten el llamado de Cristo. Cuiden especialmente la promoción, selección y formación de las vocaciones al sacerdocio y la vida consagrada. Son expresión de la fecundidad de la Iglesia y de su capacidad de generar discípulos y misioneros que siembren en el mundo entero la buena simiente del Reino de Dios. (A los obispos mexicanos: 19 de mayo de 2014).
19. Tecnologías para embaucar
Con frecuencia, las víctimas de la trata y de la esclavitud son personas que han buscado una manera de salir de un estado de pobreza extrema, creyendo a menudo en falsas promesas de trabajo, para caer después en manos de redes criminales que trafican con los seres humanos. Estas redes utilizan hábilmente las modernas tecnologías informáticas para embaucar a jóvenes y niños en todas las partes del mundo. (1 de enero de 2015).
20. Sistema económico que excluye
La causa principal de la pobreza es un sistema económico que ha quitado a la persona del centro y ha puesto al dios dinero, un sistema económico que excluye, excluye siempre, excluye a los niños, ancianos, jóvenes sin trabajo... y que crea la cultura del descarte en la que vivimos. Nos hemos acostumbrado a ver personas descartadas. Esta es el motivo principal de la pobreza, no las familias numerosas. (21 de enero de 2015).
21. Sociedad sin padres
“Padre” es una palabra conocida por todos, una palabra universal. Ésta indica una relación fundamental cuya realidad es tan antigua como la historia del hombre. Hoy en día, sin embargo, se ha llegado a afirmar que la nuestra sería una ‘sociedad sin padres’. En otros términos, en particular en la cultura occidental, la figura del padre sería simbólicamente ausente, desaparecida, eliminada. En un primer momento, la cosa se ha percibido como una liberación: liberación del padre-dueño, del padre como representante de la ley que se impone desde fuera, del padre como censura de la felicidad de los hijos y obstáculo de la emancipación y de la autonomía de los jóvenes. De hecho, a veces en nuestras casas reinaba en el pasado el autoritarismo, en ciertos casos incluso la opresión: padres que trataban a los hijos como siervos, no respetando las exigencias personales de su crecimiento; padres que nos les ayudaban a emprender su camino con libertad, y no es fácil educar al hijo en libertad; padres que no les ayudaban a asumir las propias responsabilidades para construir su futuro y el de la sociedad. Esto, ciertamente, no es una buena actitud.
Pero, como sucede a veces, hemos pasado de un extremo al otro. El problema de nuestros días no parece ser tanto la presencia invasiva de los padres, sino más bien su ausencia, su fuga. Los padres están a menudo tan centrados sobre sí mismos, su trabajo, y sobre la propia realización individual, que olvidan incluso la familia. Y dejan solos a los pequeños y a los jóvenes. Ya de obispo de Buenos Aires me daba cuenta del sentido de orfandad que viven hoy los chavales. A menudo preguntaba a los padres si jugaban con sus hijos, si tenían la valentía y el amor de perder tiempo con los hijos. Y la respuesta era fea. En la mayoría de los casos: ‘no puedo, tengo mucho trabajo’. El padre estaba ausente de ese hijo que crecía y no jugaba con él, no perdía tiempo con él. Ahora, en este camino común de reflexión sobre la familia, quisiera decir a todas las comunidades cristianas que debemos estar más atentos: la ausencia de la figura paterna en la vida de los pequeños y de los jóvenes produce lagunas y heridas que pueden ser también muy graves. Y de hecho las desviaciones de los niños y de los adolescentes se ponen en buena parte reconducir a esta falta, a la carencia de ejemplos y de guías autorizadas en su vida de cada día. A la carencia de cercanía, a la carencia de amor por parte del padre. Es más profundo de lo que pensamos el sentido de orfandad que viven muchos jóvenes.
Son huérfanos en la familia, porque los padres a menudo están ausentes, también en casa, sobre todo porque, cuando están, no se comportan como padres, no dialogan con sus hijos, no cumplen su tarea educativa, no dan a los hijos en ejemplo acompañado por las palabras, esos principios, esos valores, esas reglas de vida que necesitan como el pan. La calidad educativa de la presencia paterna es aún más necesaria cuando el padre está obligado por el trabajo a estar lejos de casa.
A veces parece que los padres no saben bien qué lugar ocupar en la familia y cómo educar a los hijos. Y entonces, en la duda, se abstienen, se retiran y descuidan sus responsabilidades, quizá refugiándose en una relación improbable “de igual a igual” con los hijos. Es verdad que debes ser compañero de tu hijo, pero sin olvidar que eres el padre. Si tú solamente te comportas como un compañero a la par, no le hará bien al joven.
Los jóvenes permanecen así, huérfanos de caminos seguros que recorrer, huérfanos de maestros de los que fiarse, huérfanos de ideales que calienten el corazón, huérfanos de valores y de esperanzas que les apoyen cotidianamente. Están llenos quizá de ídolos pero se les roba el corazón, son empujados a soñar diversiones y placeres, pero no se les da trabajo; son ilusionados con el dios dinero, y se les niegan las verdaderas riquezas. Que el Señor nos ayude a entender bien estas cosas. (28 de enero de 2015).
22. La familia
La familia es el hospital más cercano; cuando uno está enfermo lo cuidan ahí para que se cure. Es la primera escuela de los niños, el grupo de referencia imprescindible para los jóvenes, el mejor asilo para los ancianos. La familia constituye la gran riqueza social, que otras instituciones no pueden sustituir, que debe ser ayudada y potenciada, para no perder nunca el justo sentido de los servicios que la sociedad presta a los ciudadanos. (6 de julio de 2015).
23. Jóvenes “ni, ni”
La esperanza de un futuro mejor pasa por ofrecer oportunidades reales a los ciudadanos, especialmente a los jóvenes, creando empleo, con un crecimiento económico que llegue a todos, y no se quede en las estadísticas macroeconómicas, crear un desarrollo sostenible que genere un tejido social firme y bien cohesionado. Si no hay solidaridad, esto es imposible. Me refería a los jóvenes y me referí a la falta de trabajo. Mundialmente es alarmante. Países europeos que estaban en primera línea hace décadas, hoy están sufriendo y la población juvenil, de 25 años hacia abajo, un 40, un 50 por ciento de desocupación. Estos jóvenes desocupados, que son los que llamamos 'ni, ni', ni estudian ni trabajan, ¿qué horizonte les queda?: las adicciones, la tristeza, la depresión, el suicidio (no se publican íntegramente las estadísticas de suicidio juvenil), o enrolarse en proyectos de locura social que al menos representen una idea. Hoy se nos pide cuidar de manera especial, con solidaridad, este tercer sector de exclusión de la cultura del descarte. Prepararlos a pequeños trabajos que le otorguen la dignidad de poder llevar el pan a casa. (8 de julio de 2015).
24. Jóvenes, vigías de primavera
La Iglesia también siente una preocupación especial por los jóvenes que, comprometidos con su fe y con grandes ideales, son una promesa de futuro, «vigías que anuncian la luz del alba y la nueva primavera del Evangelio», decía Juan Pablo II. Cuidar a los niños, hacer que la juventud se comprometa en nobles ideales, es garantía de futuro para una sociedad. (9 de julio de 2015).
25. A los jóvenes en Paraguay: Un corazón libre
La libertad es un regalo que nos da Dios, pero hay que saber recibirlo, hay que saber tener el corazón libre, porque todos sabemos que en el mundo hay tantos lazos que nos atan el corazón. Y no dejan que el corazón sea libre. La explotación, la falta de medios para sobrevivir, la drogadicción, la tristeza, todas esas cosas nos quitan la libertad. Tener un corazón libre, un corazón que pueda decir lo que piensa, que pueda decir lo que siente y que pueda hacer lo que piensa y lo que siente. Ese es un corazón libre. Y eso es lo que vamos a pedir todos juntos. Repitan conmigo: Señor Jesús, dame un corazón libre, que no sea esclavo de todas las trampas del mundo, que no sea esclavo de la comodidad, del engaño, que no sea esclavo de la buena vida, que no sea esclavo de los vicios, que no sea esclavo de una falsa libertad que es hacer lo que me gusta en cada momento.
Y hemos escuchado dos testimonios. El de Liz y el de Manuel. Liz con su vida nos enseña que no hay que ser como Poncio Pilato, lavarse las manos. Liz podía haber tranquilamente puesto a su mamá en un asilo, a su abuela en otro asilo y vivir su vida de joven divirtiéndose, estudiando lo que quería y Liz dijo no. La abuela, la mamá. Y Liz se convirtió en sierva, en servidora, y si quieren más fuerte todavía, en sirvienta de la mamá y de la abuela, y lo hizo con cariño.
Hasta tal punto, decía ella, que hasta se cambiaron los roles, y ella terminó siendo la mamá de su mamá, en el modo en cómo la cuidaba, su mamá con esa enfermedad tan cruel que confunde las cosas. Y ella quemó su vida hasta ahora, los 25 años, sirviendo a su mamá y a su abuela. ¿Sola? No, Liz no estaba sola. Ella dijo dos cosas que nos tienen que ayudar. Habló de un ángel, de una tía, que fue como un ángel. Y habló del encuentro con los amigos los fines de semana, con la comunidad juvenil de evangelización, con el grupo juvenil que alimentaba su fe. Y esos dos ángeles, esa tía que la custodiaba y ese grupo juvenil le daban más fuerza para seguir adelante. Y eso se llama solidaridad. ¿Cómo se llama? Cuando nos hacemos cargo del problema de otro. Y ella encontró allí un remanso para su corazón, cansado, pero hay algo que se nos escapa. Ella no dijo, ‘bueno, hago esto y nada más’. Estudió y es enfermera. Y haciendo todo eso, la ayuda, la solidaridad que recibió de ustedes, del grupo de ustedes, que recibió de esta tía que era como un ángel, la ayudó a seguir adelante. Y hoy a los 25 años, tiene un corazón libre. Liz cumple el cuarto mandamiento, honrarás a tu padre y a tu madre. Liz muestra su vida, la quema en el servicio a su madre. Es un grado altísimo de solidaridad. Es un grado de amor. Un testimonio. Padre, ¿entonces se puede amar? Ahí tienen a alguien que nos enseña a amar.
Y a Manuel no le regalaron la vida. Manuel no es un nene bien. No es un nene, no fue un nene, no es un chico, no es un muchacho a quien la vida le fue fácil. Dijo palabras duras: Fui explotado. Fui maltratado. A riesgo de caer en las adiciones. Estuve solo. Explotación, maltrato y soledad. Y en vez de salir a hacer maldades, en vez de salir a robar, se fue a trabajar. En vez de salir a vengarse de la vida, miró adelante.
Manuel usó una frase linda. Pude salir adelante porque en las situaciones que yo estaba era difícil hablar de futuro. ¿Cuántos jóvenes tienen la posibilidad de estudiar, de sentarse a la mesa con la familia todos los días, tienen la posibilidad de que no le falte lo esencia? ¿Cuántos de ustedes tienen eso? Los que tiene eso, digan ‘Gracias Señor’. Gracias porque acá tuvimos un testimonio de un muchacho que desde chico supo lo que era el dolor, la tristeza, que fue explotado, maltratado, que no tenía que comer y que estaba solo. Señor, salva a esos chicos y chicas que están en esa situación. Y para nosotros Señor, gracias, gracias Señor. Todos. Gracias Señor.
Libertad de corazón, servicio, solidaridad, esperanza, trabajo, luchar por la vida, salir adelante. Como ven, la vida no es fácil para muchos jóvenes y esto quiero que lo entiendan, quiero que se lo metan en la cabeza. Si a mí la vida me es relativamente fácil, hay otros chicos y chicas a quienes no les es relativamente fácil. Más aún, la desesperación los empuja a la delincuencia, los empuja al delito, los empuja a colaborar con la corrupción. A esos chicos, a esas chicas les tenemos que decir que nosotros les estamos cerca, que queremos darles una mano, que queremos ayudarles con solidaridad, con amor, con esperanza.
Hubo dos frases que dijeron los dos que hablaron. Liz y Manuel. Dos frases lindas. Liz dijo que empezó a conocer a Jesús, conocer a Jesús. Y eso es abrir la puerta a la esperanza. Y Manuel dijo: ‘conocí a Dios, mi fortaleza’. Conocer a Dios es fortaleza. Conocer a Dios, acercarse a Jesús es esperanza y fortaleza.
Y eso es lo que necesitamos de los jóvenes hoy. Jóvenes con esperanza y jóvenes con fortaleza. No queremos jóvenes debiluchos, jóvenes que están ahí no más, ni sí ni no. No queremos jóvenes que se cansen rápido y que vivan cansados, con cara de aburridos. Queremos jóvenes fuertes, jóvenes con esperanza y con fortaleza. ¿Por qué? Porque conocen a Jesús, porque conocen a Dios. Porque tienen un corazón libre. Corazón libre. Solidaridad. Trabajo. Esperanza. Esfuerzo. Conocer a Jesús. Conocer a Dios mi fortaleza. Un joven que vive así, ¿tiene la cara aburrida? ¿Tiene el corazón triste? Ese es el camino.
Pero para eso hace falta sacrificio. Hace falta andar contracorriente. Las bienaventuranzas son el plan de Jesús para nosotros. El plan, ese plan contracorriente. Jesús les dice: ‘felices los que tienen alma de pobre’, no dice felices los ricos, los que acumulan plata. No, los que tienen el alma de pobre, los que son capaces de acercarse y comprender lo que es un pobre. Jesús no dice felices los que la pasan bien, sino que dice felices los que tienen capacidad de afligirse por el dolor de los demás. Y así yo les recomiendo que lean después en casa las bienaventuranzas, que están en el capítulo quinto de San Mateo. Léanlas y medítenlas, que le va a hacer bien.
El otro día, un cura en broma me dijo: “Sí, usted siga aconsejando a los jóvenes que hagan lío, siga, siga, pero después los líos que hacen los jóvenes los tenemos que arreglar nosotros”. Hagan lío, pero también ayuden a arreglar y a organizar el lío que hacen. Las dos cosas. Hagan lío y organícenlo bien. Un lío que nos dé un corazón libre, un lío que nos dé solidaridad, un lío que nos dé esperanza, un lío que nazca de haber conocido a Jesús y de saber que Dios, a quien conocí, es mi fortaleza. Ese es el lío que hagan. Ayuden a organizar el lío que hacen para que no destruya nada. Y todos juntos ahora en silencio vamos a elevar el corazón a Dios cada uno. Cada uno desde su corazón, en voz baja, repita las palabras:
Señor Jesús, te doy gracias por estar aquí. Te doy gracias porque nos diste muchos hermanos que te encontraron, Jesús, que te conocen, Jesús, que saben que tú eres su Dios, eres su fortaleza. Jesús, te pido por los chicos y chicas que no saben que tú eres su fortaleza y que tienen miedo de vivir, miedo de ser felices, tienen miedo de soñar. Jesús, enséñanos a soñar. A soñar cosas grandes, cosas lindas, cosas que aunque parezcan cotidianas son cosas que engrandecen el corazón. Señor Jesús, danos fortaleza, danos un corazón libre. Danos esperanza, danos amor. Y enséñanos a servir. Amén. (12 de julio de 2015).
26. Exhortación Evangelii nuntiandi
La pastoral juvenil, tal como estábamos acostumbrados a desarrollarla, ha sufrido el embate de los cambios sociales. Los jóvenes, en las estructuras habituales, no suelen encontrar respuestas a sus inquietudes, necesidades, problemáticas y heridas. A los adultos nos cuesta escucharlos con paciencia, comprender sus inquietudes o sus reclamos, y aprender a hablarles en el lenguaje que ellos comprenden. Por esa misma razón, las propuestas educativas no producen los frutos esperados. La proliferación y crecimiento de asociaciones y movimientos predominantemente juveniles pueden interpretarse como una acción del Espíritu que abre caminos nuevos acordes a sus expectativas y búsquedas de espiritualidad profunda y de un sentido de pertenencia más concreto. Se hace necesario, sin embargo, ahondar en la participación de éstos en la pastoral de conjunto de la Iglesia (No. 105).
Aunque no siempre es fácil abordar a los jóvenes, se creció en dos aspectos: la conciencia de que toda la comunidad los evangeliza y educa, y la urgencia de que ellos tengan un protagonismo mayor. Cabe reconocer que, en el contexto actual de crisis del compromiso y de los lazos comunitarios, son muchos los jóvenes que se solidarizan ante los males del mundo y se embarcan en diversas formas de militancia y voluntariado. Algunos participan en la vida de la Iglesia, integran grupos de servicio y diversas iniciativas misioneras en sus propias diócesis o en otros lugares. ¡Qué bueno es que los jóvenes sean «callejeros de la fe», felices de llevar a Jesucristo a cada esquina, a cada plaza, a cada rincón de la tierra! (No. 106).