El valor del sufrimiento

de Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

7 septiembre

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Colosenses: 1, 24-2,3: “He llegado a ser ministro de la Iglesia, para anunciar el designio secreto que Dios ha mantenido oculto desde siglos”. Salmo 61: “Dios es nuestra salvación y nuestra gloria”, San Lucas: 6, 6-11: “Estaban acechando a Jesús para ver si curaba en sábado”

Aunque generalmente nuestra respuesta al saludo de cómo estamos, es “estoy muy bien”, con frecuencia en seguida empezamos a enumerar una serie de enfermedades, problemas que parecen oscurecer nuestra felicidad. Las palabras que hoy nos dice San Pablo en su carta a los Colosenses me llaman la atención en este sentido. Dice: “Ahora me alegro de sufrir por ustedes, porque así completo lo que falta a la pasión de Cristo en mí, por el bien de su cuerpo que es la Iglesia”. ¿Verdad que parecería una contradicción que afirme que se alegra y que sufre?

Pareciera que en nuestra forma de pensar no puede haber alegría y felicidad junto con el sufrimiento. Y así cuando llega algún contratiempo o dificultad, nos sentimos abrumados, tristes y con frecuencia hasta enojados y agresivos. No somos capaces de reflexionar dónde está el problema y acabamos agrediendo a todos. Si nos falta dinero, peleamos con la esposa, con el esposo, con los hijos o con los padres, siendo que muchas veces ellos no tienen culpa, es más, están padeciendo lo mismo que nosotros. Así que lo primero es descubrir bien dónde está el problema.

Lo segundo es que no nos haga perder la paz interior. A veces por cosas materiales o externas perdemos la paz interior, y nos alejamos de los amigos y de las personas que nos quieren; o las alejamos con nuestro humor. Pero San Pablo da un paso más: nos enseña que su sufrimiento completa lo que falta a la Pasión de Cristo. No porque la Pasión sea incompleta, sino porque Cristo nos permite como miembros suyos, ser también participes de su misión corredentora.

Así pues hoy miremos las cosas que nos lastiman. Veamos sus causas y si es posible poderlas solucionar. Démosles su verdadero lugar y no dejemos que se salgan de ese sitio, que no estropeen las relaciones con los hermanos o familiares. Miremos lo que nos une, y, sobre todo, nuestro dolor y sufrimiento unámoslo a la Cruz de Jesús. ¿Cómo sufre Cristo? ¿Cómo podemos sufrir nosotros?