de Emmo. Card. Alberto Suárez Inda
Arzobispo de Morelia
El VI Congreso Eucarístico Nacional, que tiene lugar durante estos días en la ciudad de Monterrey, es una fuerte motivación para que los católicos en todo México vivamos más intensamente el don supremo de Jesús que ha de dar sentido a nuestro diario caminar en la historia y nos ha de fortalecer en la tarea de transformar al mundo.
Si contemplamos y recibimos con fe el tesoro que el Señor nos dejó en la Eucaristía, no podemos permanecer cerrados en el egoísmo ni paralizados en la indiferencia; no podemos caer en la timidez ni dejarnos vencer por la cobardía ante las adversidades y peligros que nos rodean. La entrega de amor que inspiró a Jesús ha de darnos un dinamismo para no vivir ya para nosotros mismos, sino para el Señor en el servicio a los demás.
La conversión personal, fruto de una fe madura, es el principio de una revolución cultural como le dice el papa Francisco a una nueva manera de valorar el mundo y de relacionarnos en la sociedad. La adoración del Santísimo Sacramento, lejos de enajenarnos, nos compromete al trabajo diario en la construcción y embellecimiento del entorno.
Fuente de alegría y vida en las familias y en la sociedad. Este lema del Congreso nos invita a recuperar el gozo que no se reduce a una satisfacción pasajera y egoísta, sino que brota de la donación, del servicio desinteresado y de la preocupación amorosa por los demás.
Es difícil aceptar y entender la lógica del Evangelio, que parece absurda a los ojos del mundo, pero que es el secreto de la Bienaventuranza. Felices los pobres, que viven el desprendimiento, y los limpios de corazón, que miran con respeto la belleza de la Creación alabando al Creador. La Eucaristía es escuela de un espíritu de generosidad y de alabanza.
La alegría en la familia y en la sociedad es prolongación y consecuencia de la fiesta que vivimos en torno a la mesa del altar, principalmente los domingos, al vivir el triunfo del Resucitado en el Misterio Pascual. En la sociedad actual es frecuente que las fiestas sean ruidosas, pero no siempre ocasión de gozo más pleno y profundo.
La Eucaristía, Pan de vida eterna, nos alimenta y nos da vigor para sobreponernos a una cultura de muerte. Los cristianos estamos comprometidos por favorecer una vida digna que es preludio y prenda del mundo futuro. Recordemos la enseñanza que nos dio hace cincuenta años el Concilio: El Señor dejó a los suyos prenda de tal esperanza y alimento para el camino en aquel Sacramento de la Fe en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se convierten en el Cuerpo y Sangre gloriosos con la cena de la comunión fraterna y la degustación del banquete celestial (GS 38).