Lecturas del sábado, 25ª semana del tiempo ordinario, ciclo B

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Sáb, 2015-09-26

I. Contemplamos la Palabra

Lectura de la profecía de Zacarías 2,5-9.14-15ª.

Alcé la vista y vi a un hombre con un cordel de medir. Pregunté: «¿Adónde vas?»
Me contestó: «A medir Jerusalén, para comprobar su anchura y longitud.»
Entonces se adelantó el ángel que hablaba conmigo, y otro ángel le salió al encuentro, diciéndole: «Corre a decirle a aquel muchacho: "Por la multitud de hombres y ganado que habrá, Jerusalén será ciudad abierta; yo la rodearé como muralla de fuego y mi gloria estará en medio de ella –oráculo del Señor–."»
«Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti –oráculo del Señor–. Aquel día se unirán al Señor muchos pueblos, y serán pueblo mío, y habitaré en medio de ti.»

Jr 31,10.11-12ab.13 R/. El Señor nos guardará como un pastor a su rebaño

Escuchad, pueblos, la palabra del Señor,
anunciadla en las islas remotas:
«El que dispersó a Israel lo reunirá,
lo guardará como un pastor a su rebaño.» R/.

«Porque el Señor redimió a Jacob,
lo rescató de una mano más fuerte.»
Vendrán con aclamaciones a la altura de Sión,
afluirán hacia los bienes del Señor. R/.

Entonces se alegrará la doncella en la danza,
gozarán los jóvenes y los viejos;
convertiré su tristeza en gozo,
los alegraré y aliviaré sus penas. R/.

Lectura del santo evangelio según san Lucas 9,43b-45:

En aquel tiempo, entre la admiración general por lo que hacía, Jesús dijo a sus discípulos: «Meteos bien esto en la cabeza: al Hijo del hombre lo van a entregar en manos de los hombres.»
Pero ellos no entendían este lenguaje; les resultaba tan oscuro que no cogían el sentido. Y les daba miedo preguntarle sobre el asunto.

II. Compartimos la Palabra

En el párrafo evangélico que sirve de soporte a la memoria de San Cosme y San Damián, cortísimo en extensión, insondable en profundidad, sobresalen dos ideas, cuyos protagonistas son: Jesús, en la primera, y los discípulos, en la segunda. Hay otra que sólo se insinúa, pero a la que Jesús da una gran importancia: “la grandeza de lo, aparentemente, pequeño”.

Segundo anuncio de la Pasión

Según el texto paralelo de San Marcos, ésta es la segunda vez que Jesús les anuncia clarísimamente su pasión y su muerte, sin olvidar su Resurrección. Pero ellos, excesivamente “pescadores” todavía, no entendían este lenguaje. Y, quizá por no querer encontrarse con lo que no buscaban, “les daba miedo preguntarle sobre el asunto”.

Que los discípulos no entiendan, que nosotros no entendamos las predicciones de Jesús, entra dentro de lo normal. Pero, no querer entender, no querer saber, tener miedo a preguntar lo que no se comprende, es menos disculpable. Jesús ha escogido aquella subida a Jerusalén como método de aprendizaje de lo que deben conocer para que, cuando llegue, no sólo no se escandalicen, sino sepan asumirlo y encajarlo en los planes y en la vida de Jesús. Para ello, no sólo les habla de lo que inequívocamente va a suceder, sino del cómo: “en manos de los hombres”, “rechazado por los ancianos y por los sacerdotes”. Incluso les ha dicho que es necesario que todo esto ocurra, dándoles argumentos. Todo inútil. Ni entienden ni quieren preguntar porque les da miedo.

Los importantes para nosotros y para Jesús

En la primera ocasión en la que Jesús les había hablado de su Pasión y Muerte, fue cuando Pedro, en una reacción espontánea, muy suya, quiso persuadir a Jesús para evitar lo que les estaba pronosticando. Y, en justa correspondencia, recibió por parte de Jesús una de sus más duras reprimendas: “Apártate de mí, que no piensas como Dios, sino como los hombres”. Bueno, pues no sé cuánto tiempo habría pasado entre ambos anuncios, pero el hecho es que Pedro y sus compañeros discípulos seguían pensando, no como Dios, sino como hombres, sin haber avanzado mucho.

“Llegados a Cafarnaún y ya en casa les pregunta: ¿de qué discutíais en el camino?” Y dice san Marcos que ellos “no contestaron”. No contestaron porque habían discutido “quién era entre ellos el más importante”. Esta es la cuestión clave, fundamental, en la vida y en los planes de muchos hombres y de muchas mujeres. “Si yo soy para mí lo más importante -pensamos- veamos cómo puedo extender, ampliar y consolidar esa categoría preferente sobre los demás”. Exactamente así pensaban los discípulos, incluso cuando Jesús les estaba hablando de lo más serio de su vida y de su muerte. Ellos a lo suyo.

Ciertamente nuestros criterios no coinciden con los de Jesús. ¿A quién de nosotros se le hubiera ocurrido pensar hoy que los hombres y mujeres más importantes son aquellos que parecen los “últimos” porque viven al servicio de los demás? Para nosotros, importante es el hombre de prestigio, seguro de sí mismo, que ha alcanzado el éxito en algún campo de la vida, que ha logrado sobresalir sobre los demás y ser aplaudido por las gentes.

Según el criterio de Jesús, miles y miles de hombres y mujeres anónimos, de rostro desconocido, a quienes nadie hará homenaje alguno, pero que se desviven en el servicio sencillo y desinteresado a los demás. Hombres y mujeres que no viven para su éxito personal. Gentes que no actúan sólo para arrancarle a la vida todas las satisfacciones posibles para sí mismo, sino que se preocupan de la felicidad de los otros. Hombres y mujeres que saben poner su vida a disposición de los otros No existen para sí mismos. Actúan movidos por su bondad. Una ternura grande envuelve su trabajo, su quehacer diario, sus relaciones, su convivencia. No viven sólo para trabajar ni para disfrutar. Su vida no se reduce simplemente a cumplir sus obligaciones profesionales y ejecutar diligentemente sus tareas. En su vida se encierra algo más. Cada persona que encuentran en su camino, cada dolor que perciben a su alrededor, cada problema que surge junto a ellos, es una llamada que les invita a actuar, servir y ayudar. Pueden parecer los últimos, pero su vida es verdaderamente grande. Tan grande como la que hoy celebramos en San Cosme y San Damián, y, antes de ellos, en todos y cada uno de los discípulos que escucharon a Jesús esta misma recomendación.

Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino