María anima, sostiene y llena de esperanza

Enrique Díaz Díaz
Obispo Coadjutor de San Cristóbal de las Casas

22 septiembre

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Esdras 6,7-8.12b.14-20: “Terminaron la reconstrucción del templo y celebraron la Pascua”, Salmo 121: Vayamos con alegría al encuentro del Señor, San Lucas 8,19-21: “Le avisaron: tu madre y hermanos quieren verte”

Hoy la liturgia nos presenta dos lecturas que aparentemente no tienen nada que ver una con la otra. Mientras en el libro de Esdras se está hablando de la alegría del pueblo de Israel por la reconstrucción del templo, de los sacrificios y las grandes fiestas que se organizaron porque nuevamente podían adorar al Señor en el templo y eso era la señal de libertad del pueblo y una fortaleza que los impulsaba a reconstruir toda la nación.

El templo era la señal de la presencia de Dios en medio de ellos y entonces el pueblo se sentía seguro y podía afrontar las graves dificultades que la destrucción de su territorio había dejado. El evangelio en cambio nos presenta a María como la portadora de las esperanzas del nuevo pueblo, pero no sólo por haber dado a luz al Salvador, sino porque ella llevaba en su corazón la palabra viva. Es el nuevo templo que hace presente a nuestro Dios y nos lanza a la reconstrucción de una sociedad que cae a pedazos y que cada día se destruye y contamina.

Cuando Jesús escucha el anuncio de que están presentes su madre y sus hermanos, parecería despreciar la parentela al hacer aquella declaración que su madre y sus hermanos son los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica, pero en lugar de disminuir la alabanza la aumenta. María no solamente es la madre sino la discípula que escucha atenta las enseñanzas de su Hijo, que las guarda en corazón, que las transforma en servicio y vida para la comunidad.

Se supera así una relación que sería solamente de la carne y de la sangre, de por sí ya muy fuerte, y se hace una unión más estrecha a través del Espíritu y de la Palabra. El templo del antiguo testamento que anunciaba la presencia de Dios, que fortificaba la esperanza de los israelitas, ahora lo encontramos en María que anima, que sostiene y llena de esperanza al nuevo pueblo de Dios. Al igual que María también nosotros somos el Templo de Dios, pero debemos acoger la palabra de Dios, ponerla en práctica. Así daremos vida y esperanza a nuestro pueblo. Nos ponemos bajo el manto amoroso de María para seguir sus pasos.