Valoremos a la familia

De Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas

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Con frecuencia nos enteramos de familias que se destruyen. Los esposos dicen que ya no se quieren, que ya no se entienden y, sin importarles los derechos y los sentimientos de los hijos, se separan e inician una nueva relación. Muchos se casan, incluso por la Iglesia, con la conciencia definida de que, si no se sienten a gusto, tienen el “derecho” de “rehacer” su vida, y buscar otra pareja. Aunque en las catequesis prematrimoniales y en la presentación en su parroquia se les advierte que el matrimonio religioso es para toda la vida, en la práctica no lo asumen así, con lo cual hacen inválido el sacramento. Por el temor o la resistencia a un compromiso de por vida, muchos no quieren celebrar un casamiento por la Iglesia, retrasan demasiado su boda, viven largos años “de prueba”, que se prolongan indefinidamente. A esto hay que agregar la reducción tan drástica de la natalidad, porque se ve a los hijos como un problema, sobre todo económico.

Durante esta semana, se concluye en Roma el Sínodo de los Obispos sobre la familia. Sin esperar cambios en la doctrina, que no podemos modificar, sí esperamos cambios pastorales, para que en las parroquias y diócesis asumamos unos compromisos más misericordiosos y creativos a favor de la familia.

PENSAR

Dijo el Papa Francisco en el encuentro mundial de la familia, en Filadelfia:

“Vale la pena la vida en familia. Una sociedad crece fuerte, crece buena, crece hermosa y crece verdadera, si se edifica sobre la base de la familia. Lo más lindo que hizo Dios, dice la Biblia, fue la familia. Creó al hombre y a la mujer; ¡y les entregó todo, les entregó el mundo! Crezcan, multiplíquense, cultiven la tierra, háganla producir, háganla crecer. Todo el amor que hizo en esa creación maravillosa se la entregó a una familia. Todo el amor que Dios tiene en sí, toda la belleza que Dios tiene en sí, toda la verdad que Dios tiene en sí, la entrega a la familia. Y una familia es realmente familia cuando es capaz de abrir los brazos y recibir todo ese amor.

Cuando el hombre y su esposa se equivocaron y se alejaron de Dios, Dios no los dejó solos. Tanto es su amor, que empezó a caminar con la humanidad, con su pueblo, hasta que llegó el momento maduro, y le dio la muestra de amor más grande, su Hijo. Y a su Hijo ¿dónde lo mandó? ¿A un palacio, a una ciudad, a hacer una empresa? ¡Lo mandó a una familia! Dios entró al mundo en una familia. Y pudo hacerlo porque esa familia era una familia que tenía el corazón abierto al amor, que tenía las puertas abiertas al amor.

¿Saben qué es lo que más le gusta a Dios? Encontrar las familias unidas, encontrar las familias que se quieren, encontrar las familias que hacen crecer a sus hijos, los educan, los llevan adelante y crean una sociedad de bondad, de verdad y de belleza.

En las familias hay dificultades. En las familias discutimos, en las familias a veces vuelan los platos, en las familias los hijos traen dolores de cabeza. No voy a hablar de la suegra, pero en las familias siempre, siempre, hay cruz. Pero en las familias también, después de la cruz, hay resurrección. Porque el Hijo de Dios nos abrió ese camino. Por eso, la familia es una fábrica de esperanza, de esperanza de vida y resurrección. Dios fue el que abrió ese camino. En la familia hay dificultades, pero esas dificultades se superan con amor. El odio no supera ninguna dificultad. La división de los corazones no supera ninguna dificultad, solamente el amor es capaz de superar la dificultad. La familia es bella, pero cuesta. Trae problemas. En la familia a veces hay enemistades. El marido se pelea con la mujer o se miran mal, o los hijos con el padre… Les sugiero un consejo: nunca terminen el día sin hacer la paz en la familia. En una familia no se puede terminar el día en guerra. Que Dios los bendiga, que Dios les dé fuerzas, que Dios los anime a seguir adelante. Cuidemos la familia, defendemos la familia, porque ahí, ahí se juega nuestro futuro” (26-IX-2015).

ACTUAR

Valora tu familia; cuídala; gózala; no la destruyas. Sacrifícate para salvarla, y verás los buenos frutos.

Que tu grupo, tu parroquia, tu diócesis propongan iniciativas a favor de una buena pastoral familiar.