de J. Trinidad Zapata Ortiz
Obispo de Papantla
HOMILÍA EN EL DOMINGO XXX DEL TIEMPO ORDINARIO
Jr, 31, 7-9; Sal 125; Hb 5, 1-6; Mc 10, 46-52
Queridos hermanos, en el evangelio de hoy se nos dice que: “Un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna”. Estaba a un lado y estaba sentado, es decir postrado y marginado. Pero era un hombre de una gran fe. La prueba es que: “Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!”, y a pesar de que: “Lo reprendían para que se callara… él seguía gritando todavía más fuerte” y nadie lo pudo parar. El hecho de que los discípulos querían impedir que llegara a Jesús nos hace recordar cuando trataban de impedir que los niños se acercan a Jesús (cfr. Mc 10, 13-14). Cuando los discípulos no siguen profundamente a Jesús, cuando no conocen profundamente su pensamiento y no están cerca de su corazón pueden, muchas veces, en lugar de ayudar, estorbar para que los necesitados se acerquen a él. Sin embargo, Jesús vence esos obstáculos y por otro lado educa a los discípulos que quieren parecerse a él.
Desde que Jesús tomó la firme determinación de ir a Jerusalén parece no querer detenerse, pero ya vimos anteriormente que un hombre rico detuvo a Jesús para preguntarle qué debía hacer para alcanzar la vida eterna; sin embargo aquel hombre se fue apesadumbrado porque no pudo desprenderse de sus muchos bienes para seguir a Jesús (cfr. Mc 10, 22). Bartimeo, por el contrario, sólo cuenta con un manto; sin embargo, se desprende de él. Cuando le dicen que Jesús lo llama: “Tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús”. Un manto parece poca cosa, pero era todo lo que tenía. Cuando Jesús dijo que era difícil que un rico se salvara, Pedro comprendió que no es cuestión de cantidad, sino de apego a las cosas, por eso dijo: “¿Entonces quién puede salvarse?”. Pedro tenía razón cuando dijo: “Nosotros lo hemos dejado todo y te hemos seguido” (Mc 10, 28), pues entre el todo de Pedro, que eran las redes, y el todo de Bartimeo, que era el manto, no hay mucha diferencia, pero era lo que podía impedirles seguir a Jesús.
Notemos que, después de curarlo, Jesús no llamó a Bartimeo a seguirlo, como en otros casos, sino que al contrario le dijo: “Vete, tu fe te ha salvado”. Sin embargo, cuando Bartimeo recobró la vista: “Comenzó a seguirlo por el camino” y Jesús no se lo impidió. Seguramente que Bartimeo sintió interiormente un llamado a seguir a Jesús, y respondió a él, incluso desobedeciendo, en apariencia, la orden que Jesús le había dado. En muchos casos de vocación encontramos una palabra imperativa de Jesús como invitación a seguirle, aquí no aparece tal cosa, pero la conclusión de este evangelio es que Bartimeo siguió a Jesús y Jesús no lo rechazó. El seguimiento a Jesús, sobre todo en nuestros tiempos, no consiste en el seguimiento a una palabra externa, sino en el seguimiento a un llamado interior. Es verdad que Jesús nos llama y nos invita a seguirle pero no oímos físicamente su voz, sino que ésta resuena en el interior de nuestro corazón. Tampoco el seguimiento a Jesús consiste en el cumplimiento externo de los mandamientos, como dijo el joven rico que lo hacía desde su juventud, sino en la fidelidad a Dios, a la luz interior de la fe.
En domingos anteriores hemos visto que los discípulos siguen materialmente a Jesús, pero con intereses muy mundanos. A Pedro Jesús le dijo tus pensamientos no son de Dios, sino de los hombres; cuando los discípulos discutían por el camino sobre quién de ellos era el más importante, les dijo “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”; cuando Santiago y Juan piden estar uno a la derecha y otro a la izquierda y los otros diez apóstoles se indignaron contra Santiago y Juan, Jesús les dijo, “No saben lo que piden”, “el que quiera ser grande que sea su servidor”, es decir que los discípulos estaban ciegos; sí, ciegos espirituales. Pues bien, Bartimeo, en cierto modo, simboliza a los mismos discípulos, que siguen materialmente a Jesús, pero en realidad están, como Bartimeo, al borde del camino, es decir a un lado. Ahora bien si Jesús se detiene para permitir que aquel que está ciego e inmóvil al borde del camino se ponga en movimiento detrás de él en su camino, eso significa que Jesús está dispuesto a detenerse para dar a los discípulos la vista que necesitan para que lo sigan verdaderamente en el camino a Jerusalén, es decir en el camino a la pasión.
En el camino a Jerusalén, Santiago y Juan habían pedido ser los primeros junto a Jesús. Bartimeo simplemente pide: “Maestro que pueda ver”, cosa que no piden Santiago y Juan, pero que era realmente lo que necesitaban, pues en realidad son ciegos en el camino del Señor, pues no ven con claridad que Jesús camina a Jerusalén pero no para tomar posesión de ella, sino para ser entregado en ella a la muerte por nuestra salvación. Bartimeo, gracias a que recuperó su vista, después se pone a seguir a Jesús, es lo que necesitaban los discípulos recuperar la vista espiritual para poder seguir verdaderamente a Jesús. La sentencia de Jesús: “Muchos primeros serán últimos y los últimos primeros” (Mc 10, 31) se realiza al pie de la letra en Bartimeo, pues él era de los últimos y ahora, siguiendo a Jesús, es de los primeros. Es la paradoja del evangelio; para estar en primer lugar hay que escoger el último; para ser grande hay que hacerse pequeño.
El Señor Jesús, que iba en movimiento, ante los gritos de Bartimeo se detiene y pone en movimiento a un ciego que estaba detenido al borde del camino. La situación de Bartimeo, que al principio estaba al lado del camino, pero a partir del encuentro con Jesús se puso en movimiento a seguirlo, pone en el centro la figura de Bartimeo, como modelo de fe y seguimiento a Jesús. Desde el principio del relato, Bartimeo aparece como un creyente que proclama su fe en el hijo de David e implora su piedad. Su curación no parece ser la causa de su fe, sino la fe la causa de su curación. Pero eso sí, a partir de que recuperó la vista, vio las cosas de otra manera, sobre todo descubrió de una manera más clara al Salvador y se vio a sí mismo como un verdadero discípulo suyo y ya no quiso separarse nunca de él.
Hermanos, la fe es una luz que ilumina el corazón de los discípulos que se han puesto en el camino del Señor y les permite descubrir más claramente a Dios y más claramente el camino para seguirlo. En este sentido Bartimeo es el símbolo de los creyentes que viven en las sombras de una fe aletargada, pero atenta al paso del Señor y que una vez que detectan su presencia o su paso cerca de su vida, hacen de su súplica o grito profundo el punto de partida que les lleve al encuentro más pleno del Salvador. Así pues, Bartimeo es modelo del discípulo suplicante que con decisión vence las dificultades, se levanta de su postración, pide su curación y no duda para ponerse en el camino de su Señor. Como decía Jesús a varios: “Ve y haz tú lo mismo”. Pidamos, por tanto, a Jesús, la luz de la fe para que podamos ver quién es él, quiénes somos nosotros y lo sigamos, como discípulos, en su camino. ¡Que así sea!