de Eugenio Andrés Lira Rugarcía
Obispo Auxiliar de Puebla y Secretario General de la CEM
Artículo publicado en La Razón
En México, como en muchas partes del mundo, se debaten grandes temas que tienen que ver con el libre desarrollo de la personalidad del individuo. Me refiero, no sólo a cuestiones de orden jurídico, sino también a situaciones que le afectan profundamente, como la educación, los servicios de salud, la desigualdad social, la inseguridad y la violencia.
En estas consideraciones es indispensable tener en cuenta que el ser humano, aún siendo único e irrepetible, lleva en su constitución una innegable dimensión social, por lo que, el desarrollo de la personalidad individual siempre estará relacionada con su entorno.
El filósofo Jaime Balmes afirmaba: “un entendimiento claro, capaz y exacto, abarca al objeto entero; le mira por todos sus lados, en todas sus relaciones con lo que le rodea”. Quien comprende esto, descubre que para conocer qué constituye el auténtico desarrollo de la persona es indispensable una visión integral de la misma.
"El hombre –afirma Jacques Maritain– es una persona que se gobierna a sí misma por su inteligencia y su voluntad. Es un microcosmos que, merced al conocimiento, abarca el gran universo en toda su extensión; y merced al amor puede darse libremente a otros seres que son para él como otros él”.
Maritain hace notar que la sociedad es “natural” al hombre. “Esa vida social –comenta– subordina el individuo al bien común, mas de tal suerte que el bien común revierte y se distribuye entre las personas individuales, y gozan éstas de aquella libertad de expansión e independencia que aseguran las garantías económicas del trabajo y de la propiedad, los derechos políticos, las virtudes cívicas y la cultura del espíritu”.
La dignidad de la persona exige el respeto de todos, especialmente de las instituciones políticas y sociales, que deben promover su desarrollo integral, conscientes de que ella es el fin último de la sociedad. Sólo es justa una sociedad que respeta la dignidad trascendente de la persona humana.
A todos, particularmente a quienes están investidos de responsabilidad política, jurídica o profesional, corresponde ser conciencia vigilante de la sociedad y promover una convivencia civil y digna del ser humano. Sólo teniendo en cuenta la integralidad humana y su dimensión social, será posible ofrecer los elementos para el libre desarrollo de la personalidad.