de Miranda Guardiola
Obispo Auxiliar de Monterrey
Aunque el Sínodo de las Familias trató muchos y diferentes temas en torno a la familia, deseo hablar particularmente sobre el tema de los divorciados vueltos a casar, incluido dentro del basto tema de las familias heridas, pero quiero hacerlo desde una óptica amplia, es decir, en un marco de 100 años.
Pues el Código de Derecho Canónico del año de 1917, hablaba de los DVC, como públicamente indignos, infames y pecadores públicos, bígamos, excomulgados o castigados con entredicho, según sea la gravedad (c. 855, par 1 y 2356).
Esta dura forma de expresarse permeó fuerte y radicalmente, toda la cultura social y eclesial hasta el año de 1980, cuando se realizó el Sínodo de la Familia en Roma, y un año después, el Papa Juan Pablo II, a luz de este Sínodo, publicó la Exhortación Apostólica: La Familia en los tiempos Modernos, en latín Familiaris Consortio (FC), donde deja atrás ese lenguaje condenatorio y discriminativo, y utiliza una forma de hablar nueva, específicamente en el número 84, donde pide a los pastores que con solicita caridad, procuren que (los DVC) no se sientan separados de la Iglesia, invitándoles a participar en ella, y buscar para ellos los medios de salvación. Aunque todavía en otra parte del documento, se habla de ellos como plaga, que invade los ambientes católicos. Y emplea para referirse a ellos, el término de “irregulares” (FC79), que, aunque mejora el lenguaje, al paso de los años sigue sintiéndose marcadamente discriminatorio.
No obstante, se trataba de un importante avance en la actitud, aunque quedaban todavía resabios de un lenguaje peyorativo. Sin duda, estas palabras y actitudes nuevas del ahora san Juan Pablo II, marcaron una pastoral específica de acogida y discernimiento en muchas regiones de la Iglesia, especialmente en Alemania, donde brotaron las más avanzadas iniciativas pastorales. Dos años después, en 1983, el nuevo Código de Derecho Canónico, incorpora esta actitud, y retira todas las palabras de discriminación y condenación. No haciendo referencia explícita a los divorciados y vueltos a casar.
Casi veinticinco años después de esta fecha, el Papa Benedicto XVI, con la encíclica Sacramentum Caritatis, del año 2007, avanza un poco más, al señalar que la Iglesia desea que los DVC, cultiven un estilo de vida cristiano, entre otras cosas, a través de un diálogo con un sacerdote de confianza o un director espiritual (29). Y 8 años más tarde, ya en el año 2015, se realiza el Sínodo Ordinario de la Familia, convocado por el Papa Francisco, cuyo texto final, culmina la evolución de casi un siglo, sobre el tratamiento de este tema, al emplear un lenguaje lleno de respecto, acogida, ternura, y misericordia para con los DVC.
Pues habla específicamente de que no solo no están excomulgados, sino que pertenecen al cuerpo de Cristo, y deben sentirse miembros de la Iglesia, y de que es necesario integrarlos, acompañarlos, y hacerlos participar en los diversos servicios eclesiales, y discernir cuáles de las diversas formas de exclusión hoy practicadas en los ámbitos litúrgicos, pastoral, educativo e institucional pueden ser superadas (n. 84). Eliminando además, de todo el texto sinodal la palabra “irregular”, para referirse a ellos y a cualquier otra familia. Lográndose con ello, pasos importantes y significativos. Señalando incluso con suficiente claridad las nuevas rutas a emplear con cada una de estas parejas, a través del discernimiento sacerdotal, de acuerdo a la Familiaris Consortio, a la enseñanza de la Iglesia, y bajo la autoridad del obispo (n. 85).
Ahora bien, no obstante todos los avances sobre éste y otros temas, este texto sinodal, sin ser un documento magisterial, pues se espera una Exhortación por parte del Papa Francisco, surge con propuestas inacabadas o incompletas, incluso en cierta forma, superadas, pues seguimos atrás en el desarrollo y profundización de muchos temas, entre ellos, la basta complejidad de la bioética, las personas con atracción al mismo sexo, la poligamia, los matrimonios mixtos, y la amplia disfuncionalidad social, económica, moral y religiosa en que viven las familias.
Rogamos a Dios, sinceramente, que no tengamos que esperar otros 35 años, para volver a tratar colegialmente esta realidad tan crucial, como es la familia, que cambia vertiginosamente.