¿Qué tenemos que hacer?

de J. Trinidad Zapata Ortiz
Obispo de Papantla

HOMILÍA EN EL DOMINGO III DE ADVIENTO

So 3, 14-18; Is 12; Flp 4, 4-7; Lc 3, 10-18

Queridos hermanos llegamos al domingo tercero de este tiempo de adviento. En este domingo la Palabra de Dios, por medio del profeta Sofonías, nos invita, con un grito, a la alegría porque Dios ha anulado la sentencia que pesaba sobre Jerusalén y ha expulsado al enemigo, pero sobre todo porque: “El Señor tu Dios, tu poderoso salvador, está en medio de ti. Esta palabra se repite dos veces en la breve lectura por lo cual es motivo no sólo para estar alegre, sino de bailar de pura alegría porque Dios quiere y está en medio de su pueblo.

En este domingo como salmo tenemos un cántico de Isaías en el que se nos dice que Dios es nuestro salvador y nuestra fuerza, por lo cual hay que darle gracias e invocarlo y gritar jubilosos porque Dios ha sido grande con su pueblo. El mismo grito e invitación a la alegría lo encontramos en la lectura de san Pablo a los Filipenses: “Alégrense siempre en el Señor; se lo repito: ¡alégrense!”. Pablo no dice que el Señor esté en medio de la comunidad, pero lo supone cuando dice: “Que la paz de Dios, que sobrepasa toda inteligencia custodie sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús”.

El motivo de la alegría cristiana no puede ser otro que Dios. Ya en el Antiguo Testamento se tenía la firme convicción de la presencia de Dios en medio de su pueblo. Lo que nunca se imaginaron es lo que haría Dios en los últimos tiempos: encarnarse por medio de la Santísima Virgen María, la cual nos lo dio a luz y por eso celebramos la Navidad porque vino la luz de Dios en persona al mundo. Este es el motivo central por el que debemos estar alegres y por el que debemos preparar nuestro corazón en este tiempo de adviento para la venida del Señor.

En el evangelio nuevamente aparece la figura de Juan el Bautista. Recordemos que Juan había invitado a preparar el camino del Señor. Pues bien, aquí aparece, en primer lugar, la respuesta o reacción de diversos grupos sociales a la predicación de Juan. La pregunta que le hacen es: “¿Qué tenemos que hacer?” Esta pregunta exige respuestas concretas para preparar el corazón para la llegada del Señor. En este sentido, la respuesta de Juan a cada uno de los grupos que se dirigen a él es muy concreta para que cambien su corazón.

A la gente le decía: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”. Se trata simple y sencillamente de vivir la caridad, es decir de compartir lo que se tiene. Si todos compartiéramos de lo poco o mucho que tenemos este mundo sería más humano, más solidario y más fraterno. Según las estadísticas, la pobreza que hay en diversas partes del mundo se debe a que las riquezas se acumulan en unas cuantas manos. La pregunta que le hacían a Juan sigue siendo válida: ¿Qué tenemos que hacer? Desde el 8 de diciembre hemos iniciado el año de la misericordia, cuyo lema es “misericordiosos como el Padre”, es decir que no se trata sólo de encontrarnos con Dios, sino también de encontrarnos con nuestros hermanos y ser misericordiosos con ellos. Una forma concreta de serlo es compartiendo de lo que tenemos para que tengamos un mundo más justo.

A los publicanos, es decir a los cobradores de impuestos, de aquel tiempo, Juan les decía: “No cobren más de lo establecido”. Parece que en aquellos tiempos los cobradores de impuestos no tenían un sueldo propiamente dicho, sino que agregaban una comisión a lo que cobraban y con eso se enriquecían, como Zaqueo que era jefe de cobradores de impuestos. En nuestros días los cobradores de impuestos no pueden cobrar más de lo debido, pues la tasa ya está fijada. Pero, en todo caso, se podría aplicar esta palabra a todo servidor público que exige dinero extra para realizar algún servicio.

A unos soldados les dijo Juan: “No extorsionen a nadie ni denuncien a nadie falsamente, sino conténtense con su salario”. Según esta palabra, tal parece que, en aquellos días, los soldados no gozaban de muy buena estima. Actualmente los soldados gozan de mejor estima, por lo que esta palabra de Juana hay que aplicarla a otros grupos sociales o personas que, para ganar dinero, se valen de la delincuencia en todas sus formas. En efecto: “La raíz de todos los males es el afán del dinero” (1 Tm 6, 3). Esto sucede cuando, hay ausencia de Dios en nuestra vida y el dinero se persigue como fin y no como medio. Juan, por un lado, invita a compartir de lo que tenemos y, por otro, a ganarlo honradamente.

Volviendo a la pregunta de la gente: “¿Qué tenemos que hacer?”. Juan ciertamente les daba una repuesta concreta e inmediata: “Quien tenga dos túnicas, que dé una al que no tiene ninguna, y quien tenga comida, que haga lo mismo”. Para dar una respuesta concreta, a esta palabra, el Papa nos propone simple y sencillamente poner en práctica las obras de misericordia, las cuales unas son corporales y otras espirituales. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir a los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos; las espirituales: dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos. Estas son acciones concretas a la pregunta ¿Que tenemos que hacer?

Ahora bien, para poder vivir lo anterior en la vida ordinaria, se necesita el Espíritu Santo que Jesús nos puede dar. En este sentido, en la segunda parte del evangelio se nos dice que: “El pueblo estaba en expectación y todos pensaban que quizá Juan era el Mesías”. Sin embargo, Juan no aprovechó la circunstancia para apropiarse honores que no le correspondían y definió su persona y su misión subordinada a la persona y misión de Jesús. De Jesús dice tres cosas: que es más poderoso que él, que bautizará con el Espíritu Santo y que tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja. El bautismo de Juan, como vimos el domingo pasado, invitaba a la penitencia, pero no daba el perdón de los pecados; en cambio Cristo, más poderoso que Juan, murió por nosotros, resucitó para nuestra justificación y nos ha dado su Espíritu para el perdón de los pecados.

Cuando Juan dice que Cristo: “Tiene el bieldo en la mano para separar el trigo de la paja”, significa ciertamente que él es nuestro salvador, pero también es nuestro juez. Por tanto, bajo la acción del Espíritu santo, demos respuesta a la pregunta: “¿Qué tenemos que hacer?, en este sentido no sólo hay que esperar la salvación, sino también conquistarla. Dado que el Señor quema la paja y guarda el trigo en su granero, es decir en el cielo, pidámosle a Jesús que nos bautice con el Espíritu Santo para que seamos trigo y no paja. ¡Que así sea!