de Felipe Arizmendi Esquivel
Obispo de San Cristóbal de las Casas
VER
Al terminar un año e iniciar otro, de ordinario hacemos un balance: qué ha sido bueno, qué malo, y qué esperamos para lo que sigue.
Conozco personas derrotistas, amarillistas, amargadas, decepcionadas, que sólo destilan desconfianzas, descalificaciones, temores, negatividad y amargura. Otros se sienten tan mal, fracasados, incomprendidos y tan solos, que piensan en el suicidio.
No podemos ser ingenuos y pensar que todo está bien, que no hay problemas, que vamos por buen camino, que no hay que preocuparse. La verdad es que persisten muchos males, en lo personal y familiar, en lo social, cultural, político, económico y religioso.
Hay mucha gente que se refugia en el alcohol y las drogas, como una salida a su sensación de que en su hogar no se les valora, que en la escuela y el trabajo no triunfan, que en el amor no son exitosos. Y ahora se quiere permitir el libre uso de la marihuana con fines recreativos, como si con eso se resolvieran los problemas. Su uso medicinal es ya tradicional, porque disminuye dolencias corporales; pero defender que es un derecho de la libertad personal, es no comprender sus causas y sus efectos psicológicos, morales, sociales y familiares.
Persisten la violencia en el mismo hogar, la pobreza y la marginación, la desigualdad social, la falta de oportunidades, la migración forzada por la búsqueda de mejores condiciones de vida para la familia, la corrupción, y tantos otros males que denunciamos a toda hora.
¿No hay esperanza? ¿Nada se puede hacer? ¿El nuevo año será igual o peor que el que termina?
PENSAR
El Papa Francisco, en su Exhortación La alegría del Evangelio, nos dice: “No al pesimismo estéril”. Y lo explica: “Los males de nuestro mundo –y los de la Iglesia– no deberían ser excusas para reducir nuestra entrega y nuestro fervor. Mirémoslos como desafíos para crecer. Además, la mirada creyente es capaz de reconocer la luz que siempre derrama el Espíritu Santo en medio de la oscuridad, sin olvidar que «donde abundó el pecado sobreabundó la gracia» (Rm 5,20). Nuestra fe es desafiada a vislumbrar el vino en que puede convertirse el agua y a descubrir el trigo que crece en medio de la cizaña. Aunque nos duelan las miserias de nuestra época y estemos lejos de optimismos ingenuos, el mayor realismo no debe significar menor confianza en el Espíritu ni menor generosidad.
Una de las tentaciones más serias que ahogan el fervor y la audacia es la conciencia de derrota que nos convierte en pesimistas quejosos y desencantados con cara de vinagre. Nadie puede emprender una lucha si de antemano no confía plenamente en el triunfo. El que comienza sin confiar, perdió de antemano la mitad de la batalla y entierra sus talentos. Aun con la dolorosa conciencia de las propias fragilidades, hay que seguir adelante sin declararse vencidos, y recordar lo que el Señor dijo a san Pablo: «Te basta mi gracia, porque mi fuerza se manifiesta en la debilidad» (2 Co 12,9). El triunfo cristiano es siempre una cruz, pero una cruz que al mismo tiempo es bandera de victoria, que se lleva con una ternura combativa ante los embates del mal. El mal espíritu de la derrota es hermano de la tentación de separar antes de tiempo el trigo de la cizaña, producto de una desconfianza ansiosa y egocéntrica. ¡No nos dejemos robar la esperanza! (Nos. 84-96).
“Los desafíos están para superarlos. Seamos realistas, pero sin perder la alegría, la audacia y la entrega esperanzada” (No. 109).
ACTUAR
En vez de sólo quejarnos, ¿qué podemos hacer para que las situaciones mejoren en el nuevo año que llega? No exijas que los otros cambien, sino empieza por cambiar tú.
En tu hogar, ¿qué puedes hacer para que haya armonía y paz? Llega a tiempo, ayuda al trabajo doméstico, dialoga y comparte lo que te pasa y lo que sientes, evita lo que molesta a tus padres o a tus hijos, no digas palabras altisonantes, hagan oración y vayan juntos al templo.
En tu barrio o colonia, en tu comunidad, ¿qué puedes hacer? Organícense para exigir sus derechos a las autoridades, pero también promuevan iniciativas que ustedes mismos pueden llevar a cabo. De nosotros depende que haya esperanza.