Tú eres mi Hijo, el amado, el predilecto.
Con la fiesta del Bautismo del Señor que celebramos en el segundo domingo de Enero se cierra el tiempo de Navidad para introducirnos en la liturgia del tiempo ordinario. En la Navidad y Epifanía hemos celebrado el acontecimiento más determinante de la historia del mundo religioso:
Dios ha hecho una opción por nuestra humanidad, por cada uno de nosotros, y se ha revelado como Aquél que nunca nos abandonará a un destino ciego y a la impiedad del mundo. Esa es la fuerza del misterio de la encarnación: la humanidad de nuestro Dios que nos quiere comunicar su divinidad a todos por su Hijo Jesucristo.
Iª Lectura: Isaías (42,1-4.6-7): Te he hecho luz de las naciones
I.1. De las lecturas de la liturgia de hoy, debemos resaltar que el texto profético, con el que comienza una segunda parte del libro de Isaías (40), cuya predicación pertenece a un gran profeta que no nos quiso legar su nombre, y que se le conoce como discípulo de Isaías (los especialistas le llaman el Deutero-Isaías, o Segundo Isaías), es el anuncio de la liberación del destierro de Babilonia, que después se propuso como símbolo de los tiempos mesiánicos, y los primeros cristianos acertaron a interpretarlo como programa del profeta Jesús de Nazaret, que recibe en el bautismo su unción profética.
I.2. Este es uno de los Cantos del Siervo de Yahvé (Isaías 42, 1-7) nos presenta a ese personaje misterioso del que habla el Deutero-Isaías, que prosiguió las huellas y la escuela del gran profeta del s. VIII a. C.) como el mediador de una Alianza nueva. Los especialistas han tratado de identificar al personaje histórico que motivó este canto del profeta, y muchos hablan de Ciro, el rey de los persas, que dio la libertad al pueblo en el exilio de Babilonia. Pero la tradición cristiana primitiva ha sabido identificar a aquél que puede ser el mediador de una nueva Alianza de Dios con los hombres y ser luz de las naciones: Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.
IIª Lectura: Tito (2,11ss): la maravilla de la "gracia de Dios"
II.1. La lectura tomada de la carta a Tito es verdaderamente magistral y en ella se habla de la “gracia de Dios” como salvación de todos los hombres. Dios es nuestro Salvador, que ha manifestado su bondad y su ternura con los pecadores. Esta lectura pretende ser, en la liturgia de este domingo, como la forma práctica de entender qué es lo que supone el bautismo cristiano: un modo de entroncarnos en el proyecto salvífico de Dios; un acto para acogernos a la misericordia divina en nuestra existencia; un símbolo para expresar un proyecto de vida que se fundamenta en una vida justa y religiosa y no en la impiedad mundana; una opción por la salvación que viene de Dios, como gracia, como regalo, y no por nuestros méritos.
II.2. La teología de la gracia que se nos propone en esta segunda lectura de la fiesta del Bautismo de Jesús, pues, marca expresamente la dimensión que llama al hombre a la vida y a la felicidad verdadera. Quien se adhiere a la Palabra de Dios toma verdadera conciencia de ser su hijo. Si no somos capaces de vivir bajo esa conciencia de ser hijos de Dios, estamos expuestos a vivir sin identidad en nuestra existencia.
Evangelio. Lucas (3,15-16;21-22): Bautismo: ponerse en las manos de Dios
III.1. La escena del Bautismo de Jesús, en los relatos evangélicos, viene a romper el silencio de Nazaret de varios años (se puede calcular en unos treinta). El silencio de Nazaret, sin embargo, es un silencio que se hace palabra, palabra profética y llena de vida, que nos llega en plenitud como anuncio de gracia y liberación. El Bautismo de Jesús se enmarca en el movimiento de Juan el Bautista que llamaba a su pueblo al Jordán (el río por el que el pueblo del Éxodo entró en la Tierra prometida) para comenzar, por la penitencia y el perdón de los pecados, una era nueva donde fuera posible volver a tener conciencia e identidad de pueblo de Dios. Jesús quiso participar en ese movimiento por solidaridad con la humanidad. Es verdad que los relatos evangélicos van a tener mucho cuidado de mostrar que ese acto del Bautismo va a servir para que se rompa el silencio de Nazaret y todo el pueblo pueda escuchar que él no es un pecador más que viene a hacer penitencia; Es el Hijo Eterno de Dios, que como hombre, pretende imprimir un rumbo nuevo en una era nueva. Pero no es la penitencia y los símbolos viejos los que cambian el horizonte de la historia y de la humanidad, sino el que dejemos que Dios sea verdaderamente el “señor” de nuestra vida.
III.2. Es eso lo que se quiere significar en esta escena del Bautismo del evangelio de Lucas, donde el Espíritu de Dios se promete a todos los que escuchan. Juan el Bautista tiene que deshacer falsas esperanzas del pueblo que le sigue. El no es el Mesías, sino el precursor del que trae un bautismo en el Espíritu: una presencia nueva de Dios. Lucas es el evangelista que cuida con más esmero los detalles de la humanidad de Jesús en este relato del bautismo en el Jordán, precisamente porque es el evangelista que ha sabido describir mejor que nadie todo aquello que se refiere a la Encarnación y a la Navidad. No se duda en absoluto de la historicidad del bautismo de Jesús por parte de Juan, pero también es verdad que esto, salvo el valor histórico, no le trae nada a Jesús, porque es un bautismo de penitencia.
III.3. Jesús sale del agua y “hace oración”. En la Biblia, la oración es el modo de comunicación verdadera con Dios. Jesús, que es el Hijo de Dios, y así se va a revelar inmediatamente, hace oración como hombre, porque es la forma de expresar su necesidad humana y su solidaridad con los que le rodean. No se distancia de los pecadores, ni de los que tensan su vida en la búsqueda de la verdadera felicidad. Por eso mismo, a pesar de que se ha dicho muy frecuentemente que el bautismo es la manifestación de la divinidad de Jesús, en realidad, en todo su conjunto, es la manifestación de la verdadera humanidad del Hijo de Dios. Diríamos que para Lucas, con una segunda intención, el verdadero bautismo de Jesús no es el de Juan, donde no hay diálogo ni nada. Incluso el acto de “sumergirse” como acción penitencial en el agua del Jordán pasa a segundo término. Es la oración de Jesús la que logra poner esta escena a la altura de la teología cristiana que quiere Lucas.
III.4. El bautismo de Jesús, en Lucas, tiene unas resonancias más proféticas. Hace oración porque al salir del agua (esto se ha de tener muy en cuenta), y estando en oración, desciende el Espíritu sobre él. Porque es el Espíritu, como a los verdaderos profetas, el que cambia el rumbo de la vida de Jesús, no el bautismo de penitencia de Juan. Lucas no ha necesitado poner el diálogo entre Juan y Jesús, como en Mt 3,13-17, en que se muestra la sorpresa del Bautista. Las cosas ocurren más sencillamente en el texto de Lucas: porque el verdadero bautismo de Jesús es en el Espíritu para ser profeta del Reino de Dios; esta es su llamada, su unción y todo aquello que marca una diferencia con el mundo a superar del AT. Se ha señalado, con razón, y cualquiera lo puede leer en el texto, que la manifestación celeste del Espíritu Santo y la voz que “se oye” no están en relación con el bautismo, que ya ha ocurrido, sino con la plegaria que logra la revelación de la identidad de Jesús. El Hijo de Dios, como los profetas, por haber sido del pueblo y vivir en el pueblo, necesita el Espíritu como “bautismo” para ser profeta del Reino que ha de anunciar.
Fray Miguel de Burgos Núñez
Lector y Doctor en Teología. Licenciado en Sagrada Escritura