2016-03-08 Radio Vaticana
Las “preguntas desnudas del Evangelio”
(RV).- Prosiguen, en la Casa del Divino Maestro de la localidad de Ariccia, los Ejercicios Espirituales del Papa Francisco junto a la Curia Romana en preparación a la Pascua, guidaos por el padre Ermes Ronchi, de la Orden de los Siervos de María, bajo el tema general de “las preguntas desnudas del Evangelio”. El Padre Ronchi ha extrapolado diez de las más de 220 preguntas que presenta el Evangelio. Preguntas que – tal como él mismo ha dicho – representan una comunicación que relanza el diálogo, implicando a la persona y dejándola libre.
Las meditaciones de este martes se basan en las preguntas: “Pero, ¿quién dicen que soy yo?” (Lc 9, 20); “Y volviéndose hacia la mujer, dijo a Simón: ¿ves a esta mujer?” (Lc 7, 44), ambas tomadas del Evangelio de Lucas.
En cambio ayer por la tarde, durante la segunda jornada de estos ejercicios, el predicador propuso la pregunta: “Ustedes son la sal de la tierra. ¿Pero si la sal pierde sabor, luego será salada con qué?” (Mt, 5, 13), según el Evangelio de Mateo.
Desde la época del mundo antiguo – recordó el predicador – la sal ha sido un elemento precioso y denso de significado, y siempre símbolo de la conservación de lo que vale y de lo que debe mantenerse, como sucede con los alimentos. Además – afirmó – los discípulos, como la sal, preservan lo que alimenta la vida en la tierra: la Palabra de Dios, el Evangelio que, al penetrar en las cosas hace que duren. De hecho – dijo – Jesús se refiere a los apóstoles como la sal de la tierra y la luz del mundo. Lo que significa que su humildad es modelo para la Iglesia y sus discípulos:
“He aquí la humildad de la sal y de la luz. Que no llaman la atención sobre sí, no se ponen en el centro, sino que valorizan lo que encuentran. De este modo, la humildad de la Iglesia, de los discípulos del Señor, que no deben orientar la atención sobre sí mismos, sino sobre el pan y sobre la casa, sobre el inmenso campamento de los hombres, sobre su hambre tan grande a veces que para ellos Dios no puede dejar de tener la forma de un pan”.
Como la luz, también nosotros deberíamos tener miradas luminosas – explicó el Padre Ronchi – que cuando se posan sobre las personas hagan que emerja lo más bello que hay en el ser humano y, como la sal, no somos nosotros quienes debemos tener un valor, sino el valor del encuentro:
“Observo la sal. Mientras permanece en su recipiente, en un cajón de la cocina no le sirve a nadie. Su finalidad es salir y perderse para hacer más buenas las cosas. Se da y desaparece. Iglesia que se da, se disuelve, que enciende, que vive para los demás. Si me encierro en mi yo, incluso si estoy engalanado con todas las virtudes más bellas, y no participo en la existencia de los, como la sal y la luz, si no soy sensible y no me abro, puedo carecer de pecados y sin embargo vivo en una situación de pecado. Sal y luz no tienen la finalidad de perpetuar a sí mismos, sino de derramarse. Y así es la Iglesia: no una finalidad, sino un medio para hacer más buena y más bella la vida de las personas”.
Pero puede suceder que se pierda el Evangelio, que ya no se tenga sentido ni sabor. Y esto sucede – observó el predicador – cada vez que no somos capaces de comunicar amor a cuantos encontramos, ni esperanza, ni libertad, que son dones de Dios. Cuando nos homologamos al sistema sin querer ir contracorriente, encarnando las bienaventuranzas, y cuando siguiendo el Evangelio, no crecemos en humanidad:
“Somos sal que ha perdido el sabor si no somos hombres resueltos, si no nos hemos liberado de máscaras y miedos. Las personas quieren tomar del discípulo de Jesús fragmentos de vida, no fragmentos de doctrina. No si se nos ha puesto a Dios entre las manos, sino qué cosa hemos hecho de aquel Dios”.
El padre Ronchi también recordó la gran confianza que Dios ha puesto en los hombres. En efecto, Jesús no dice “esfuércense para llegar a ser luz, para tener sabor”, sino “sepan que ya lo son”. La luz es el “don natural de quien ha respirado a Dios” y “tener un sabor de vida es el don de quien ha vivido el Evangelio”. Nos corresponde a nosotros – subrayó el predicador – tener conciencia y transmitir luz y sabor al mundo. De modo que nuestro deber, para que la luz y la sal no se pierdan – concluyó su meditación el padre Ermes Ronchi – es dar un encanto nuevo a la existencia, dejar que Cristo penetre en nuestra vida y vivir en comunión con los demás:
“Una parábola hebrea dice que cada hombre viene al mundo con una pequeña llama sobre la frente, que sólo se ve con el corazón, y que es como una estrella que camina delante de él. Cuando dos hombres se encuentran, sus dos estrellas se funden y se reaniman – cada una da y toma energía de la otra – como dos cepas de madera puestas juntas en el hogar. El encuentro genera luz. En cambio, cuando un hombre permanece durante mucho tiempo sin mantener encuentros, solo, la estrella que resplandecía en su frente poco a poco se consume, hasta que se apaga. Y el hombre va, ya sin la estrella que caminaba delante de él. Nuestra luz vive de comunión, de encuentros, de compartir. No nos preocupemos por cuantos lograremos iluminar. No cuenta ser visibles o relevantes, ser mirados o ignorados, sino ser custodios de la luz, vivir encendidos. Custodiar la incandescencia del corazón”.
(María Fernanda Bernasconi - RV).