UNOS BRAZOS Y UN CORAZÓN ABIERTOS, sobre aquella cruz trono de gracia, fueron el epílogo de aquella taimada persecución desarrollada a la sombra de la sinagoga, en contra de aquél Rabí Nazareno que en otro tiempo fuera anunciado como gozo y alegría para todo el pueblo. Su nacimiento era motivo de júbilo, pues había llegado El Salvador. Nunca jamás nadie hablará como lo hiciera Jesús. Los hombres nunca han oído palabras tan consoladoras que reanimaran en forma tan vigorosa su miseria espiritual y material. Aquél cielo color grisáceo, se colorea de esperanza, porque el desprecio y el odio deberán ser sustituidos según aquella novedosa doctrina por el amor hacia el prójimo. Este amor será la piedra de toque para probar la sinceridad y profundidad del amor a Dios. Debe ser un amor efectivo y operante; universal y que pase por encima de las diferencias que levantan la clase y posición social. Un amor que se traduzca en obras a grado tal que haya disposición a sacrificarse a sí mismo, y dar cuanto se pueda y posea. «Ejemplo les he dado, para que, así como Yo he hecho con ustedes, lo hagan unos con otros». Por fin, aquél pueblo había encontrado alguien que servía, sin exigir ser servido. Alguien que abrazaba los intereses populares, sin importarle el odio de las castas privilegiadas. Pasó entre las turbas derramando alegría y bendiciones; curando enfermos y saciando hambrientos. Lento en la ira y rico en clemencia que encontraron, la adúltera arrepentida y la meretriz que enjugó con sus lágrimas los pies del Salvador. El publicano Zaqueo y el doctor Nicodemo que de buena fe le buscaron. Su doctrina tiene como nota fundamental el amor. Que es fuerza expansiva y cohesiva que unirá a los hombres de buena voluntad en una familia abierta y pronta para recibir y ayudar al hermano.
SU VIDA, y su doctrina siempre son un testimonio de paz y de amor. Hasta en la cruz moribundo abre sus brazos para abarcar a todos los hombres incluyendo sus verdugos y al malhechor arrepentido. No tiene otras palabras para ellos más que de perdón y recompensa. «Padre perdónalos, porque no saben lo que hacen». «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso». No dudó ni un momento para pedir por sus asesinos y otorgar el premio. Hoy mismo gozará el malhechor de una recompensa eterna. Bastó pedir con sinceridad un recuerdo, para poseerlo todo. Es que Dios no se deja vencer en generosidad con el que se arrepiente. Cuando predicaba su doctrina había expuesto muchos ejemplos de misericordia para con el pecador, llevándose el primer lugar la parábola del «Hijo Pródigo». Él es el Padre que recibe con brazos abiertos aquél hijo que se había alejado de su lado. Sin reprocharle nada le devuelve todos sus derechos de hijo. Aquél malhechor tuvo una oportunidad y no la desperdició. Aquella muerte empezaba a dar sus frutos y a tener sus consecuencias. Jesús será signo de salud y reprobación. Para unos es locura, necedad para otros y para otros vida.
TRAS LA MUERTE, LA VIDA. La muerte entró al mundo por la desobediencia de un hombre, pero por la obediencia de otro vino la vida. Y aquél que venció en un árbol, fue vencido en el árbol de la cruz. Jesús con su muerte, triunfa sobre la misma muerte, y ésta ya no tendrá dominio sobre El. Su muerte para nosotros es la llave de la vida y el retorno a lo que habíamos perdido. Su inmolación cruenta es el acto cumbre de su misión salvífica. Hoy recordamos la muerte que nos trajo la salud. Hoy la cruz tiene el lugar principal dentro de la liturgia, con sus dos trozos de madera que nos recuerdan el cielo y la tierra. Dios y los hermanos. Esa cruz que es trono de gracia, que nunca la soslayemos, por miedo a sus exigencias. Que no sea solo un objeto decorativo y de ornato, porque de ser así, estamos saboteando el Misterio de Cristo. Que no nos acostumbremos a mirar impasibles un crucifijo, porque de ser así hemos perdido el sentido del pecado. Que la sangre de Jesús reditúe frutos abundantes gracias a la buena voluntad del pecador. Somos responsables de su muerte, ya que lo dio todo, para que tengamos vida en abundancia. Tomemos respecto a éstos misterios una postura sinceramente cristiana y evangélica, y no pagana.