Iban dos personas. Eran dos discípulos, que volvían de Emaús, pequeña aldea oculta en las montañas a sesenta estadios de la ciudad santa. Volvían a casa, a sus antiguos quehaceres, a su antigua creencia de fieles israelitas en el Dios de Abraham, de Isaac y Jacob. Tal vez llevaban en el alma, la vaga pesadumbre de haber sido infieles a la fe de sus padres, habiéndose adherido por lo menos temporalmente aquel galileo que se había presentado como mesías y arteramente había sabido cautivarlos, sin razón, sin fundamento. Ellos como todos sus paisanos esperaban la venida de un mesías, que viniera realmente a liberar a Israel. En una palabra en un mesías que realmente fuera más hijo de David, que hijo de Dios; que fuera azote de los enemigos y no acariciador de enfermos y niños. Que fuera jinete de briosos corceles de batalla y no asnos mansos. Mustios y abatidos caminaban conversando, en un hundimiento moral, viendo derrumbado su mesianismo utópico. En el fondo de aquel derrotismo estaba, sobre todo, el colosal y trágico fracaso del calvario, estrepitosamente acaecido tres días antes. A pesar de todo, el "caso de Jesús de Nazaret" constituye una obsesión en sus vidas y por eso lo comentan. Más he aquí que mientras esto hacían, aquel iluso, ese hombre en el que habían creído y en el cual ya no creen, se les junta en el camino y empareja su paso al de ellos. Era Jesús como peregrino simulado. No les parecía cara desconocida, pero por más que lo miraban, no podían recordar quien era. Entre aquel peregrino y ellos se establece una profunda corriente de intimidad y simpatías, que contribuye a levantar sus espíritus, al irles explicando que todo lo que aconteció, estaba de antemano predicho por Moisés y los profetas y que todo aquel inmenso fracaso aparente, era prueba de que la víctima era el verdadero mesías. Ellos admiran la clara visión que tiene de los acontecimientos y el corazón de aquellos dos soldados discípulos se va enardeciendo con tan justas, saludables y oportunas palabras. Pero había llegado ya a las primeras casas de Emaús. Es una pena que hayan llegado ya al término de su viaje. El peregrino va más lejos se despide. Pero ellos ahora no saben cómo desprenderse de aquel misterioso compañero y le hacen una entrañable invitación a que pase la noche en su compañía. Quédate con nosotros porque ya se hace tarde y el día va declinando, y tú también estarás cansado y necesitas comer algún bocado; y tomándolo de la mano, lo forzaron suavemente a que entrara en la casa a la cual ellos se dirigían. Le piden que ocupe la presidencia en la comida y como huésped de honor realice la bendición del pan, según la costumbre judía. Jesús accedió a sus deseos y estando a la mesa hizo la bendición del pan lo partió y se los dio; Entonces se les abrieron sus ojos y lo reconocieron. Pero el desapareció de su vista. Y en aquel mismo momento se levantaron y volvieron a Jerusalén a contar a los once y a sus compañeros todo lo que les había pasado y como lo reconocieron al partir el pan cuando en la primera vida fue amigo, no lo comprendieron; Cuando en el trayecto del camino fue maestro, no lo reconocieron más en el momento en el que tuvo el gesto afectuoso del que sirve, entonces lo vieron.
EL EMAUS DE HOY
Es el episodio de Emaús, uno de los más bellos de los más completos y más ejemplares. Es de un impresionante realismo y actualidad. Hay mucha gente que caminan por las rutas de la vida como aquellos dos discípulos, aun sin conciencia de la resurrección. Sobre ellos sigue pesando un naturalismo brutal y aplastante; Decepción y pesimismo. "Nosotros esperábamos…." Es una lamentación que hacen los cristianos aplastados por un naturalismo seudoevangélico. Tiene la tentación de reducir el cristianismo aun mesianismo temporal; quieren que el evangelio sirva primero a la liberación de las estructuras de un mundo injusto, en donde la pobreza generalizada adquiere en la vida real rostros muy concretos en los que deberíamos reconocer los rasgos sufrientes de Cristo, el Señor, que nos cuestiona e interpela. Por eso hoy muchos hablan de "Teología de la revolución" "Teología de la violencia" "Teología de la liberación y liberación de la teología" "Teología de la ciudad" etc. Otros quisieran que con la próxima venida del papa quedara arreglado, lo referente a los Ejidos, a los sindicatos; que se acabara el subempleo, el latifundio, la marginación, los cinturones de miseria etc. En fin, cada cual quiere aprovechar al Señor, sin alcanzar a distinguir que el fin trascendente del cristianismo, es salvar al hombre de su pecado para que de gloria Dios y viva plenamente su vida divina y fraternal. La finalidad directa del evangelio no es crear estructuras nuevas sino hombres nuevos, responsables y caritativos que repartan con los demás, las fuentes de trabajo, los campos deportivos, el pan, el vestido, cuando todos participemos de la vida política dentro de una democracia evangélica. No debemos olvidar que Cristo resucitado ha constituido a su Iglesia y la ha establecido de una manera visible en medio de la humanidad, como una comunidad que posee sus propias estructuras sacramentales, su propio y específico ministerio y su servicio de la palabra. No esperemos como los discípulos de Emaús cosas, o actitudes que no son propias ni del Cristianismo, ni de la Iglesia.