Unir nuestra vida a la vida de Jesús
Primera lectura: (Génesis 14,18-20)
Marco: El contexto es el relato de la victoria de Abrahán contra los reyes poderosos y el encuentro con la figura misteriosa y simbólica del sacerdote Melquisedec.
Reflexiones
1ª) ¡Melquisedec, sacerdote del Dios Altísimo, ofreció pan y vino y bendijo a Abrahán!
La reflexión puede dirigirse en tres direcciones: en primer lugar, la figura misma de este misterioso personaje. Su mismo nombre significa rey de justicia; se le presenta como rey de Salén, como sacerdote del Altísimo. Salén significa paz y forma parte del nombre de Jerusalén. Igualmente se afirma de él que es sacerdote del Dios Altísimo. Es sorprendente su aparición y su desaparición; sólo se hace presente para salir al encuentro de Abrahán, realizar determinadas acciones y pronunciar algunas palabras y vuelve a desaparecer. La fuerza simbólica de esta figura la ha desarrollado de una manera original el autor de la carta a los Hebreos, especialmente en el capítulo 7. En segundo lugar, los elementos que ofrece al Dios Altísimo: pan y vino. Esta ofrenda, con fuerte sentido simbólico, evoca, por una parte, el culto y, por otra, los alimentos básicos. En tercer lugar, las palabras de bendición a Dios y a Abrahán. La bendición dirigida a Dios es el reconocimiento de su grandeza y bondad, y la dirigida a Abrahán es la consolidación de la que ya había recibido de Dios en el momento de su vocación. Todos los rasgos narrativos están cargados de un sentido simbólico que nos ayuda para la comprensión de la Eucaristía.
2ª) ¡Reconocimiento y gratitud de Abrahán!
Y Abrahán le dio el diezmo de todo. La entrega de los diezmos y primicias son un signo de agradecimiento, por una parte y, por otra, de reconocimiento del señorío de Dios sobre todas las cosas. Las primicias y los diezmos los entrega el menor al mayor. Este aspecto del relato está también cargado de sentido simbólico que conviene resaltar y explotar para la comprensión del conjunto. El reconocimiento de los dones recibidos de Dios está en la entraña misma de nuestra fe y experiencia religiosa. En un mundo en que todo es valorado en términos mercantiles es conveniente insistir que estamos rodeados de dones recibidos gratuitamente y que Dios espera que el hombre los disfrute, y disfrutándolos esté sobre ellos y no dominado por ellos, y siendo el señor de todos ellos recuerde y agradezca a su Dios la gratuidad que ha tenido con él y los comparta generosamente con sus hermanos, especialmente los más necesitados.
Segunda lectura: (1Corintios 11,23-26)
Marco: Es la respuesta de Pablo a los problemas surgidos en la celebración del ágape fraterno que precedía a la celebración de la Eucaristía.
Reflexiones
1ª) ¡La Iglesia vive la presencia de Jesús a través de un gesto que procede del mismo Maestro!
Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan... Las palabras utilizadas por Pablo reflejan la convicción de que la celebración eucarística arranca del mismo Jesús y que ha sido transmitida fielmente. Jesús mismo, en la Última Cena, realizó signos y pronunció palabras que los primeros cristianos, presididos por los apóstoles y los presbíteros, reiteran constantemente. Con ello seguían el mandato del Maestro. No es un rito que la Iglesia descubra más tarde, aunque, ciertamente, para la formulación exacta intervino la experiencia iluminada y asistida por el Espíritu. Los creyentes de todos los tiempos pueden celebrar la Eucaristía seguros de estar reproduciendo un gesto del propio Jesús. Las palabras tratan de explicar el contenido misterioso del Pan y del Vino. Ciertamente siempre estaremos ante un misterio desbordante.
2ª) ¡El pan y el vino son el mismo Jesús personalmente!
Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros... Esta es la nueva alianza sellada con mi sangre. Jesús dijo en realidad: esto soy yo mismo transformado o presencializado en el pan y el vino. En adelante cuando los creyentes celebren su "memoria" en el sacramento habrán de participar de la gozosa experiencia de encontrarse personalmente con Él. Unas palabras que encontramos en la Didajé explicarían adecuadamente este pensamiento: Lo mismo que los granos que estaban dispersos por los montes han sido reunidos en este pan, así, Señor, reúne a tu Pueblo (que ahora participa en la comunión de este pan) en tu reino (IX,4). Si la alianza que se estableció en el tiempo de las figuras expresaba ya una viva comunión entre los pactantes de la misma, y la sangre era el signo visible de esta alianza, ¡cuánto más la nueva alianza sellada con una Sangre mejor y de más valor como es la de Jesús mismo! La participación en la misma Sangre nos hermana a todos, nos iguala y rompe todo tipo de barreras económicas, sociales o culturales. Todos recibimos la misma donación.
Evangelio: (Lucas 9,11b-17)
Marco: Pertenece a la última etapa del ministerio de Jesús en Galilea.
Reflexiones
1ª) ¡Dadles vosotros de comer!
Jesús les dijo: Dadles vosotros de comer... El lugar no permite fácilmente proveerse de alimentos porque están en descampado. El tiempo ya no es oportuno para realizar gestiones que permitan la adquisición de los alimentos necesarios: porque atardece. Las gentes le han seguido porque han visto sus signos y han escuchado su palabra. Jesús es presentado en Lucas como un modelo ejemplar e irrepetible de compasión para con las gentes, especialmente para con los necesitados. Los apóstoles reaccionan, en el plano narrativo, con su lógica. Las gentes han de ir a buscar su alimento y alojo porque la tarde está ya de caída. Eso es lo razonable y lo conveniente, en su opinión y en su modo de entender la vida. Por eso piden a Jesús que los despida. Lucas ha logrado una escena dramática y significativa. Hay que dirigir la mirada en tres direcciones: la primera, a la multitud que necesita urgentemente una solución; la segunda, a los apóstoles que ofrecen una sensata solución, desde su punto de vista; tercera, a Jesús que, como siempre, escucha pero actúa a su estilo y según su talante y la realidad de su misión. Jesús invita a los apóstoles a que adopten una actitud singular que no alcanzan a comprender: Y Jesús, como siempre, actúa más allá de lo verosímil, de lo ordinariamente establecido, y rompe el molde a favor de los necesitados, a favor de los hombres, porque es el enviado de la bondad y compasión de su Padre. Realizará un significativo milagro. Es un anticipo de la oferta del Pan de la Eucaristía. Lucas sabe la práctica de la Iglesia de su tiempo que entiende que la participación en el banquete eucarístico viene precedido del ágape (banquete fraterno) y empuja a la koinonía (compartir los bienes materiales porque se comparten los bienes espirituales). La escuela joánica ha llevado este sentido muy lejos (Jn 6: donde se desentraña todo el valor simbólico y teológico de la multiplicación de los panes). Los discípulos de Jesús tenemos la misión de hacer del banquete eucarístico y de la presencia real de Jesús en la Eucaristía un compromiso de hacer visible y creíble la koinonía cristiana.
2ª) ¡La multiplicación de los panes símbolo de la Eucaristía!
Este signo de la multiplicación de los panes ha de ser entendido desde su significación simbólica y dentro del marco de la comensalía abierta que Jesús, en su vida terrena, había practicado, es decir, que comían con él todo tipo de gentes: pecadores, personas marginadas (que eran muchas en su tiempo) o personas de bien. Una mesa austera pero, a la vez, grande y abierta. La significación simbólica queda expresada de una manera adecuada en los gestos de Jesús sobre el pan que anticipan y evocan los gestos de la Última Cena. Los signos tratan de hacer creíble y fiable la obra y mensaje de Jesús, son un punto de partida para entrar en la fe o se pide la fe para que pueda realizarse el signo. Fe y signo van siempre imbricados y se apoyan mutuamente, predominando la actitud de fe a cuyo servicio está el signo. Hoy, como ayer, es necesario dar signos convincentes de la fe que proclamamos. Es necesario encontrar en la participación eucarística la apertura a todos, la solidaridad comprometida. Los hombres y mujeres de nuestro tiempo esperan que la Iglesia ofrezca esos signos convincentes.
Fr. Gerardo Sánchez Mielgo
Convento de Santo Domingo. Torrent (Valencia)