I. Contemplamos la Palabra
Lectura del libro de Isaías 10,5-7.13-16:
Así dice el Señor: «¡Ay Asur, vara de mi ira, bastón de mi furor! Contra una nación impía lo envié, lo mandé contra el pueblo de mi cólera, para entrarle a saco y despojarlo, para hollarlo como barro de las calles. Pero él no pensaba así, no eran éstos los planes de su corazón; su propósito era aniquilar, exterminar naciones numerosas. Él decía: "Con la fuerza de mi mano lo he hecho, con mi saber, porque soy inteligente. Cambié las fronteras de las naciones, saqueé sus tesoros y derribé como un héroe a sus jefes. Mi mano cogió, como un nido, las riquezas de los pueblos; como quien recoge huevos abandonados, cogí toda su tierra, y no hubo quien batiese las alas, quien abriese el pico para piar." ¿Se envanece el hacha contra quien la blande? ¿Se gloría la sierra contra quien la maneja? Como si el bastón manejase a quien lo levanta, como si la vara alzase a quien no es leño. Por eso, el Señor de los ejércitos meterá enfermedad en su gordura y debajo del hígado le encenderá una fiebre, como incendio de fuego.»
Sal. 93 R/. El Señor no rechaza a su pueblo.
Trituran, Señor, a tu pueblo,
oprimen a tu heredad;
asesinan a viudas y forasteros,
degüellan a los huérfanos. R.
Y comentan: «Dios no lo ve,
el Dios de Jacob no se entera.»
Enteraos, los más necios del pueblo,
ignorantes, ¿cuándo discurriréis? R.
El que plantó el oído ¿no va a oír?;
el que formó el ojo ¿no va a ver?; R.
el que educa a los pueblos ¿no va a castigar?;
el que instruye al hombre ¿no va a saber?
Porque el Señor no rechaza a su pueblo,
ni abandona su heredad:
el justo obtendrá su derecho,
y un porvenir los rectos de corazón. R.
Lectura del santo evangelio según san Mateo 11,25-27 :
En aquel tiempo, exclamó Jesús: «Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.»
II. Compartimos la Palabra
Revelado a los sencillos
Hace unos cincuenta años, terminado el Concilio Vaticano II, oí la descripción que se hizo de la sencillez, en forma de viñeta que nunca llegué a ver. Aparecía el desierto, en él una roca, y, sobre ella, dos sotanas con dos sombreros eclesiásticos inconfundibles, describiendo a dos teólogos del entonces reciente Concilio. Tenían la mano derecha en la frente haciendo de visera intentando ver a Dios. Al Dios que, detrás de ellos, jugaba con dos niños, y los tres se reían de los fracasados teólogos.
Esto no significa crítica alguna hacia los teólogos, cuyo encomiable trabajo nunca agradeceremos lo suficiente, sino manifestación de la predilección que Dios siente hacia los de corazón limpio, los que, siendo adultos, confían, aman y esperan como niños, y, como ellos, son transparentes, cándidos e inocentes.
¿Excluye esta predilección a los otros? Dios no excluye a nadie. Pero sucede que, a veces, hay personas que piensan que no necesitan a Dios; y, así, se excluyen ellos mismos. En el Evangelio tenemos ejemplos de personas sencillas, atendidas incondicionalmente por Jesús; escribas y fariseos que creían no necesitarle para nada; y algunos otros fariseos –Nicodemo, José de Arimatea, Simón, etc.- que, siendo instruidos, acuden a Jesús y creen en él. Así hay que entender el “Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla”.
“Venid a mí los que estáis cansados”
Este es el párrafo que encontraríamos si siguiéramos leyendo lo correspondiente al evangelio de hoy, y que completa la primera parte. “Venid”, vosotros, los cansados, los perdedores, los que no contáis. Podéis venir también los triunfadores, los ricos, los que ostentáis el poder fáctico en el orden que sea; venid, porque también vosotros necesitáis que “Alguien” os explique las Escrituras, que os hablen del sentido de la vida, de vuestra vida, hoy, aquí y ahora. Venid, incluso, las que, como la Samaritana, hayáis tenido cinco maridos; los que, como Zaqueo, no os falte, aparentemente, de nada en la vida. La invitación es universal, porque ilimitado es el cansancio, el agobio y la soledad. “Venid”, no para descansar definitivamente, sino sólo para cargar pilas con el alivio de su palabra y su persona.
La diferencia entre ir a él o a algún otro reclamo entre tantos como demandan nuestra adhesión a sus filas, ideas y personas, nos la mostró él un día que, sentado junto a un pozo, se hizo el encontradizo con una mujer, prototipo de todas y todos los cansados y agobiados, la Samaritana. El agua, como el poder y el dinero, calman, no la sed, sino sólo la del agua, la hegemonía y el poderío. Sólo el agua que nos ofrece Jesús puede calmar la sed de felicidad y eternidad que todos sentimos
Siendo adulto ante los hombres, ¿cómo me siento ante Dios?
¿Me considero de los sencillos o de los sabios y entendidos a quienes Dios revela o esconde “estas cosas”?
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez
La Virgen del Camino