Lecturas del viernes, tercera semana del tiempo ordinario, ciclo A

Pastoral: 
Litúrgica
Date: 
Vie, 2017-01-27

“ No renunciéis a vuestra valentía ”

Primera lectura
Lectura de la carta a los Hebreos 10,32-39:

Recordad aquellos días primeros, cuando, recién iluminados, soportasteis múltiples combates y sufrimientos: ya sea cuando os exponían públicamente a insultos y tormentos, ya cuando os hacíais solidarios de los que así eran tratados. Pues compartisteis el sufrimiento de los encarcelados, aceptasteis con alegría que os confiscaran los bienes, sabiendo que tenlais bienes mejores, y permanentes. No renunciéis, pues, a vuestra valentía, que tendrá una gran recompensa. Os falta constancia para cumplir la voluntad de Dios y alcanzar la promesa. «Un poquito de tiempo todavía, y el que viene llegará sin retraso; mi justo vivirá de fe, pero, si se arredra, le retiraré mi favor.» Pero nosotros no somos gente que se arredra para su perdición, sino hombres de fe para salvar el alma.

Salmo
Sal 36,3-4.5-6.23-24.39-40 R/. El Señor es quien salva a los justos

Confía en el Señor y haz el bien, habita tu tierra y practica la lealtad; sea el Señor tu delicia, y él te dará lo que pide tu corazón. R/. Encomienda tu camino al Señor, confía en él, y él actuará: hará tu justicia como el amanecer, tu derecho como el mediodía. R/. El Señor asegura los pasos del hombre, se complace en sus caminos; si tropieza, no caerá, porque el Señor lo tiene de la mano. R/. El Señor es quien salva a los justos, él es su alcázar en el peligro; el Señor los protege y los libra, los libra de los malvados y los salva porque se acogen a él. R/.

Evangelio del día
Lectura del santo evangelio según san Marcos 4,26-34

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa simiente en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo la cosecha ella sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega.» Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña, pero después brota, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros pueden cobijarse y anidar en ellas.» Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Compartimos la Palabra

No renunciéis a vuestra valentía

Los cristianos debemos vivir «Teniendo siempre presente al Señor» como vivía el salmista, y, como nos invita el autor de la Carta a los Hebreos: vivir intensamente el presente sin perder de vista nuestros principios, lo que ofrecimos al Señor, y, los apuros por los que pasamos para no decaer en nuestra perseverancia, para ello contamos con el fundamento de nuestra fe «recordar».

Lo que pretendía el autor de esta carta es ayudar a estos cristianos que tuvieron duros comienzos y que, en el momento de escribir la carta, podían estar cayendo en la apatía espiritual.

Es un buen consejo recordar que hemos pasado momentos malos en los que hemos estado dispuestos a todo, porque la fe nos daba alas para seguir adelante, soportando con gozo lo que nunca creímos que nos podría ocurrir: «Teníamos siempre presente al Señor, con Él, a nuestra derecha, nunca vacilamos».

Estar vigilante para evitar caer en la apatía nos ayudará a no perder el fervor inicial de nuestra entrega, siendo constantes, pacientes, perseverantes, confiados.

El caudal de vida espiritual que Dios nos regala, no podemos perderlo por el cansancio o la desgana. La recompensa que nos espera supone constancia, perseverancia paciente, fe viva durante el tiempo de espera a la venida del Señor.

La mirada al bien futuro, lejos de ser una evasión cobarde de este mundo, es una aceptación plena del mismo con la valentía de quien quiere beber el Cáliz del Señor.

Quien vive por la fe, vive la victoria diaria de una lucha. Sólo los valientes logran el premio de la vida. Sólo los granos que mueren brotan, crecen y dan fruto de forma callada y misteriosa.

Es importante que no nos dejemos atar por cadenas exteriores como el relativismo, la búsqueda del poder… Debemos tener la valentía de recordar y transmitir los valores del Evangelio, evitando con ello el peligro del individualismo.

Debemos pedir al Señor con tenacidad, con humildad y con paciencia que nos ayude y nos sostenga con el Don de la perseverancia, que nos acompañe cada día hasta el final, aunque pasemos por valles oscuros.

El Don de la perseverancia nos da la alegría y la certeza de que somos amados por el Señor y que este Amor nos sostiene, nos ayuda y no nos abandona en nuestras debilidades.

La semilla y el grano

La liturgia de hoy nos ofrece dos breves parábolas de Jesús: la de la semilla que crece por sí misma y la del grano de mostaza.

En la primera parábola, la atención se centra en el dinamismo del sembrado: la semilla que se echa en la tierra, crece por sí misma.

Esta parábola se refiere al misterio de la creación y de la redención, del trabajo fecundo de Dios en la historia. Él es el Señor del Reino, el hombre su humilde colaborador, el que contempla y disfruta de la acción creadora divina y espera pacientemente los frutos.

La cosecha final nos recuerda la intervención de Dios al final de los tiempos, cuando Él establezca la plenitud su Reino.

El momento actual es el momento de la siembra, y el crecimiento de la semilla está asegurada por el Señor. Todo cristiano, por tanto, sabe que debe hacer todo lo posible pero, que el resultado final depende de Dios.

La parábola del grano de mostaza utiliza también la imagen de la semilla, pero esta es una semilla particular, la más pequeña de todas las semillas.

A pesar de su pequeñez está llena de vida, y al partirse nace un brote capaz de romper el suelo, de salir a la luz solar y de crecer hasta convertirse en “la más grande de todas las plantas del jardín”: la debilidad es la fuerza de la semilla, el partirse es su fuerza.

Así es el Reino de Dios en nosotros: una realidad humana pequeña, compuesta por quien es pobre de corazón; por quien no confía solo en su propia fuerza, sino en la del amor de Dios; por quien no es importante a los ojos del mundo; no obstante, a través de ellos, irrumpe el poder de Cristo y transforma aquello que es aparentemente insignificante.

¿Soy consciente de que anunciar el Reino de Dios es, ante todo, hablar de Dios, anunciarle como Dios verdadero, Creador y Santificador?
¿Soy consciente de que hablar de Dios y hablar con Dios deben ir siempre juntos porque el anuncio de Dios lleva a la comunión con Dios en la comunión fraterna, fundada y vivificada por Cristo?

Monjas Dominicas Contemplativas
Monasterio de Santa Catalina de Siena (Paterna)