Nacido en Muro, ubicado a unas cincuenta millas de Nápoles, en abril de 1726. Murió el 16 de octubre de 1755, beatificado por León XIII el 29 de enero de 1893 y finalmente canonizado por Pío X el 11 de diciembre de 1904. Su única ambición fue la de acompañar a Jesucristo padeciendo sus sufrimientos y humillaciones. Su padre, Dominic Majella murió cuando todavía era un niño. Fue entonces cuando la piadosa madre de Gerardo, sumida en la pobreza, acudió a un sastre para que fuera su aprendiz. Su maestro lo amaba, mientras que su condiscípulo lo trataba cruelmente. Su reverencia hacia el sacerdocio junto con su amor por el sufrimiento lo llevaron a servir en casa de un prelado que era muy difícil de complacer. Luego de la muerte del prelado, Gerardo volvió al comercio, al principio como comerciante itinerante y ya más adelante por cuenta propia. Sus ganancias en este tiempo las dividió entre su madre y los pobres así como también en ofrendas por las pobres almas del purgatorio. Después de numerosos intentos en vano, primero de convertirse en franciscano y luego en ermitaño, entró en la Congregación Redentorista en 1749.
Dos años mas tarde hizo sus profesiones perpetuas y a los usuales votos, añadió uno por el que se obligaba a hacer siempre lo que a él le pareciera más perfecto. San Alfonso lo consideraba como un milagro de obediencia, no solo obedecia las órdenes de los superiores cuando estos se encontraban presentes, si no que cuando estos estaban ausentes sabía y obedecía los deseos de los superiores. Aunque era de contextura delgada y tenía poca fuerza Gerardo hacía el trabajo de tres y fue su enorme caridad la que le ayudo a consagrarse como el “Padre de los pobres”. Fue un modelo de toda virtud, a tal punto que cuando le rezaba a Jesús en el tabernáculo, tenía que hacerse violencia a sí mismo para apartarse de allí.
Considerado un ángel de pureza, fue acusado de un vergonzoso crimen; pero respondió a la acusación con tal paciencia que San Alfonso dijo: "El hermano Gerardo es un santo". Fue favorecido con profusos conocimientos del más alto grado, el don de profecía, el discernimiento de espíritus, la lectura de los corazones, y con lo que parecía un poder ilimitado sobre la naturaleza, las enfermedades y los demonios. Cuando acompañaba a los Padres en las misiones, o simplemente cuando le encargaban algún asunto, convirtió más almas que muchos de los misioneros. Llego a predecir el día y la hora de su muerte. Fue un maravilloso trabajador a lo largo de su vida y así ha permanecido desde su muerte.
J. MAGNIER
Transcrito por Gerard Loiselle
Traducido al castellano por Gino De Andrea