III Domingo de Cuaresma, ciclo A

“ Señor, dame esa agua ”

Iª Lectura: Éxodo (17,3-7): Masá y Meriba: Dios siempre da de beber

I.1. Los nombres de Masá y Meribá -en los que se ha establecido una relación etimológica con el hecho “de tentar y de contender” (reyerta y tentación), de que habla el relato-, son con toda seguridad nombres de lugares antiguos que se han cargado de mito y leyenda. Pero también ha venido a tener su simbología en la actitud por la que pasa el pueblo y por la que pasan por los todos los creyentes; por eso no importa mucho si ignoramos en dónde están y en qué desierto. La leyenda judía ideó que esa roca iba siguiendo a los israelitas por el desierto. Y de ahí tomó pie Pablo para hacer una lectura midráshica, como han puesto de manifiesto los especialistas y glosar, desde la perspectiva del cristiano que ve en Cristo el gran signo de Dios: "Y la roca era Cristo" (1 Cor 10,4).

I.2. La roca del Horeb sobre la que debía golpear Moisés para dar agua al pueblo en el desierto, en las fuentes de Meribá, ha tenido una gran tradición en el Antiguo Testamento, especialmente en los Salmos (78; 95; 105; 106; Sab 11,4). Ya se sabe que el desierto es el lugar de la prueba, especialmente por la necesidad de beber. El agua, en Israel, era y es un tesoro, porque es una pequeña región rodeada de desierto. Un poco de agua es como un milagro y toda sequía es como un castigo y una tentación. Al pueblo, en el desierto, no le compensa su libertad frente a los faraones; no quieren morir en el desierto, aunque podían haber muerto esclavos y explotados cerca de la pirámides de Egipto. Pero así es el sino de todo tipo de liberación.

I.3. “¿Está o no está el Señor en medio de nosotros?” Es la pregunta del pueblo sediento… ¿de qué vale la libertad conquistada? El texto quiere reafirmar la fe de un pueblo en Dios, pase lo que pase y suceda lo que suceda. Es más, las dificultades y adversidades deben ser las que ponga de manifiesto la fe en Dios, porque siempre Él, de una manera o de otra, nos “da del agua de la roca”… Dios está en medio de nosotros, pero no podemos exigirle que lo muestre como nosotros queremos, sino que sepamos buscar “el agua” que nos proporciona de rocas que en su entraña llevan una fuente. Sin la vara de Moisés, sin el milagro de la magia, sino con la confianza y la fortaleza de ánimo, porque Dios ¡sí está en medio de nosotros!

IIª Lectura: Romanos (5,1-8): Dios nos ofrece la salvación "por amor"

II.1. La segunda lectura nos ofrece una enseñanza clave en esta carta paulina. La verdad es que la liturgia no ha tomado la totalidad de este conjunto, uno de los más fuertes y densos de este escrito paulino. El apóstol comienza en este instante el meollo de su carta (5,1-8,39) y lo hace con una significativa proclamación kerygmática de lo que Dios ha hecho por la humanidad, por medio de Cristo que “lo ha llevado” hasta dar la vida por todos. Esto es básico en el pensamiento de Pablo y en la proclamación de la condición de la religión cristiana. Vemos aquí que es Dios el que sale al encuentro del hombre, no el hombre el que sale a la búsqueda de Dios. Por eso debemos seguir afirmando que el cristianismo es la religión de la gracia, de la oferta, del milagro de la misericordia y gratuidad divina.

II.2. Pablo, aquí, centra su pensamiento en lo que significa en la vida presente para los creyentes ser justificados por la fe. La salvación, pues, es una gracia de Dios que se nos otorga mediante nuestra confianza en Jesucristo. El enunciado de esto es de un calado teológico sin precedentes, dicho, además, por alguien que procede del judaísmo, como Pablo. Esta gracia es lo que define la justicia de Dios y la vida cristiana. De esto es de lo que debe gloriarse el cristiano, de creer y experimentar la gracia que nos llega por medio del Espíritu de Dios. Pablo está queriendo decir que no hay que gloriarse del esfuerzo que debemos hacer para salvarnos, porque entiende que la salvación es una gracia, un regalo; pero también los regalos hay que saber acogerlos y agradecerlos.

II.3. ¿Qué significa, pues, la proclamación kerygmática de Rom 5,1-11? Pues que la justificación ó si queremos la salvación, para ser más directos, tiene una estrategia que ha establecido el mismo Dios, por medio de Cristo. Aunque Pablo no se va a poder liberar del lenguaje propio del AT, de los sacrificios y de la muerte, no debemos quedarnos en eso, sino en lo que se afirma. Cristo murió por los “impíos”… y puesto que Dios nos ama (v. 8), Cristo dio su vida por nosotros. ¿Era necesaria esa muerte? Para Dios no era necesaria, y no es Dios quien entrega a la muerte a Jesús, sino los hombres. Pero la formulación de Pablo quiere dejar clara la iniciativa divina. Esto ha ocurrido porque Dios nos “ha amado” y nos ama…

Evangelio: Juan (4): El agua viva de una religión de gracia

III.1. El evangelio, de san Juan (en este domingo se prescinde de Mateo), nos ofrece una de las escenas y diálogos mejor construidos del cuarto evangelista. Todo hemos escuchado alguna vez esta narración de Jesús y la samaritana; aunque no siempre hayamos podido abarcar todo su significado y profundidad. Puede que hoy no la oigamos completa, pero su sentido es el mismo que exponemos. Jesús pasa por territorio de herejes, como eran considerados los samaritanos por los judíos ortodoxos. Es una vieja historia de odios y rencores a causa de la religión. Los samaritanos se consideraban herederos de los patriarcas, tenían su Pentateuco, creían en Yahvé, en Dios, pero unos y otros pensaban que su “dios” era mejor que el otro, y su templo, y su monte santo, y su agua y sus fuentes. La escena se sitúa en Samaría.

III.2.Los samaritanos proceden de la unión de tribus asirias y de judíos del reino del Norte antes de su destrucción en el año 721 a. C.. Después se llegó a un verdadero cisma entre judíos y samaritanos, como rigorismo de la reforma judía que sigue al destierro de Babilonia. Los samaritanos se opusieron a la construcción del nuevo Templo de los judíos. Construyeron otro santuario para ellos en el monte Garizim que fue destruido en el año 129 a C.. Los samaritanos se consideran descendientes de los Patriarcas, y estaban orgullosos del pozo que -decían- les había dejado su padre Jacob por medio de José (Gn 33,19;48,22; Jos 24,32). Los samaritanos solamente creen en los cinco libros del Pentateuco; aún hoy existen tribus samaritanas. Un judío religioso debía evitar todo contacto con los samaritanos, no solamente impuros, sino herejes, y lo que menos se podía pensar era en pedirle a ellos de comer o beber (Cf. Eclo 50,25-26; Lc 9,52; 10,33; Mt 10,5). En este relato van a coincidir una serie de factores, muchos tipológicos, para enseñar verdades que nunca deberíamos olvidar. Jesús fatigado del camino, deja Jerusalén, va hacia Galilea y pasa por Samaría que era un lugar que evitaban los judíos piadosos. El, Jesús, un hombre, un judío, y si queremos Dios «pide» a una mujer pecadora y herética. Jesús, a una samaritana, a una persona que por herejía solo podía dar hastío y maldición, le pide. Ya sabemos que Jesús le pide para dar él mucho más. El diálogo es sabroso, es un diálogo con alguien maldito. Y Jesús ofrece a cambio «agua viva». Esta expresión en el AT significaba: los valores de la vida, la revelación, la Sabiduría divina y la Ley (Cf: Jer 2,13; Zac 14,8; Ez 47,9; Prov 13,14; Is 44,3; Jl 3,1). En nuestro caso, a cambio, Jesús ofrece por el agua del pozo (que puede significar el judaísmo con lo que prometía y no daba, ya que los samaritanos también eran judíos), «agua viva» que según el mismo Juan es el Espíritu que da la vida eterna (cf: Jn 7, 37-39).

III.3. Jesús no pasa por casualidad por aquél camino, ya que a la ida o vuelta de Jerusalén, había que evitar este territorio central de Tierra Santa; había elegido él mismo el camino por el que debía pasar; se siente cansado, pero, más bien que por el camino, a causa de estas disputas religiosas sin sentido y le pide a la mujer (representante de todo un pueblo odiado y condenado) agua, llega pidiendo, no ofreciendo. Existe desconfianza, aunque Jesús ha venido para ofrecer a estos herejes un espíritu nuevo, un agua viva, un culto nuevo, un Dios verdadero. El agua del pozo estaba encerrada y el pozo era hondo; representa el judaísmo y el samaritanismo. Es una crítica a las religiones que ponen tanto empeño en sus cosas, en sus tradiciones, en sus costumbres y en sus normas. A una y otra religión les faltaba el agua viva, carecían de Espíritu y verdadera adoración. Vemos a Jesús que escucha las quejas de la mujer samaritana contra los judíos; pero Jesús, en el evangelio no representa a los judíos, aunque sea confundido con uno de ellos. Advirtamos que Jesús pide, para dar; pregunta, para responder; siente sed, para ofrecerse como agua viva.

III.4.Con esa dinámica de contraste, la teología joánica de este pasaje, emblemático a todas luces, propone una religión nueva y un culto nuevo: el culto en Espíritu y verdad. El Espíritu dará a conocer cuál es el culto que tiene sentido: el conocer a Dios y el adorarlo como Padre. Pero los judíos y los samaritanos no adoran precisamente a un Dios como Padre, sino a un dios que ellos mismos se han creado a su modo y manera; el dios que justifica sus odios y rencores. Esa religión, que muchas veces sigue siendo la dinámica de nuestras religiones actuales es un contra-Dios y anti-evangelio. Hoy, pues, también podemos aprender mucho desde el punto de vista ecuménico en la celebración de la eucaristía con este evangelio joánico. Ese no pasar de lejos por el terreno, por el mundo o la vida de los malditos; ese pedir para dar y ofrecer en nombre del Dios vivo la felicidad y la vida verdadera… es lo propio de la “religión” de Cristo. Son muchos los desafíos que esta narración evangélica nos sugiere. El relato nos muestra a un Jesús que en este caso no es un simple judío, sino el Logos de Dios, que habla y dialoga con una mujer (que representa a un pueblo con sus influencias sincretistas, pero al fin y al cabo una mujer)… que descubre algo nuevo que viene de Dios. Y entonces todo cambia… se dejan de lado historias pasadas, reglas que atan el corazón y el alma de la gente religiosa… y hacen posible descubrir a Dios como Padre.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)