XIII Domingo del Tiempo Ordinario, ciclo A

“ El que pierda su vida por mí... ”

Iª Lectura (2Reyes 4,8-11.14-16)

La Iª Lectura del II.' Libro de los Reyes recoge un tradición muy común de la Biblia, en la que el profeta Eliseo le concede a una mujer sunamita el que sea bendecida por un hijo. Es la felicidad mayor de toda mujer ser madre y el profeta de Dios no puede concederle otra cosa, como sucedió con Sara, como sucedió con Ana la madre de Samuel y como sucederá con Isabel, la madre del Bautista. En la Biblia siempre se ha interpretado la maternidad tardía como una bendición, ya que las tradiciones populares religiosas consideraban la esterilidad como una maldición divina. Eliseo, a diferencia de Elías, es un hombre de Dios menos carismático, aunque más taumaturgo o milagrero, cuyas historias están recogidas para mostrar que Dios actúa siempre misteriosamente y contradiciendo lo que los hombres piensan o proyectan al margen de Él.

El relato forma parte del ciclo especial de Eliseo, y verdaderamente habría que leer casi todo este c. 4 de 2Re para completar toda la narración en la que se engrandece la figura taumatúrgica de discípulo del gran Elías. Porque ese hijo que nace como don de la 'acogida" que la sunamita ofrece al hombre de Dios, muere, para que todavía sea engrandecido más el nombre de Dios y de su profeta, que ora a Él. Pero habría que resaltar más que otra cosa el empeño y la confianza que esta mujer pone en aquél que le trae la 'palabra de Dios". No desespera en la adversidad, sino que busca confiadamente al "taumaturgo" para que le asista.

¿Es verdadera confianza? o ¿verdadera religión? No podemos negar que estas cosas extraordinarias de la Biblia quieren mostrar que Dios actúa misteriosamente en las historias más humanas. Aunque las "leyendas" no están ausentes de estos relatos, cosas extraordinarias acontecen para nosotros y hay que saber interpretarlas. La mujer, en el relato, ni siquiera había pedido un hijo. Pero es eso lo que le ofrece el "hombre de Dios", tal como ella llama a Eliseo. Incluso rechaza que el profeta hable a favor de ella o de su marido al rey o al jefe de los ejércitos.

No necesitaba prestigio, porque ella dice que vivía feliz "entre Ios suyos". El relato, en su conjunto, intenta engrandecer el poder de Eliseo. Pero es la mujer la que, en este caso, nos interesa escuchar y observar. Es ella la que "acoge", la que lleva la iniciativa de construirle una pequeña morada al "hombre de Dios". Es ella la que rechaza que el profeta interceda ante las autoridades, porque está contenta con lo que tiene y entre los de su clan. Pero como a una verdadera mujer hebrea, le faltaba "ser madre". No expresa ella en el relato este deseo, sino que lo interpreta o lo adivina el ayudante o discípulo del profeta, pero ese anhelo lo llevaba dentro de su corazón. Y es eso, lo que "Dios" le concede; lo que no pide.

Porque al final, este es el verdadero regalo de la "acogida" sincera del hombre de Dios. Y en la Biblia, quien acoge a un "hombre de Dios”, acoge a Dios mismo, como sucede en el famosísimo relato de Gn 18, 1-15 de Abrahán y Sara.

IIª Lectura (Romanos 6,34.8-11):

El texto de Romanos 6 es una catequesis magistral de Pablo sobre el sentido y las consecuencias del bautismo cristiano. Pablo ha venido planteando en los capítulos precedentes de esta carta el tema de la justificación, de la salvación del pecador, por medio de la muerte de Cristo. Ahora quiere sacar consecuencias que esclarezcan la misma praxis de la vida cristiana. Por ello va a partir del misterio del bautismo que lo presenta como un ser "cosepultados" con Cristo, un ser "co-crucificados" con Cristo y un ser "co-resucitados" en El (verbos que se compone con la partícula griega "syn").

Se piensa que aquí el apóstol ha podido usar cierta ideología de los ritos mistéricos de las religiones que conocía. Es posible que en su lenguaje Pablo no pueda substraerse a ello. Pero en el fondo de toda esta catequesis aparece una confesión de fe cristiana muy primitiva con la que se expresaba que la fe es una participación en la vida de Cristo. Y es el bautismo, el sacramento de iniciación en el nombre de Jesús, donde se comienza este misterio de solidaridad cristológica en su eficacia más significativa. El bautismo es una sepultura del hombre viejo, y un símbolo que nos introduce en una vida nueva, la que Jesús nos ha ganado con su muerte y resurrección. Pero el bautismo es el inicio, que debemos proseguir con la praxis de la fe.

Esta dimensión teológica de la fe es la que da sentido al mismo bautismo. No es el bautismo lo determinante, sino la fe que nos lleva a vivir "co-sepultados" (abandonar el hombre viejo); a vivir "co-crucificados" (entregarse a la causa de Jesús); a vivir "co-resucitados", es decir, en una vida nueva de amor y de esperanza; de compromiso y de solidaridad con los hombres. Pero es, a su vez, una experiencia de victoria sobre el pecado. Porque aunque el pecado nos acecha de muchas formas y maneras, debe haber, para el creyente, una confianza de victoria sobre el mal estructural del mundo y sobre lo más personal de nuestro corazón.

Evangelio (Mateo 10,37-42): Las verdaderas radicalidades evangélicas

El evangelio de este domingo vuelve sobre el "discurso de misión". Mateo señala para su comunidad que ser discípulo y seguidor de Jesús lleva consigo el vivir en conflicto. Perseverar en el discipulado supone romper ciertas tradiciones que nos atan, hasta las más familiares. No se trata de romper afectos familiares, sino lazos que no nos dejan libres. En un "crescendo" eficaz de la alternativa radical que se nos presenta en esta parte del discurso misionero, se pone de manifiesto que cuando la familia nos impone sus criterios de amor o de odio, de intereses mundanos o de herencia, el discípulo estará en conflicto. Pero Mateo pone de manifiesto que nadie puede estar por encima del evangelio. Jesús, al pedir amarle a El más que a la familia, no está desestabilizándola; está proponiendo una nueva forma de ser hijo, de ser padre o madre y de ser hermano. Estos dichos son famosos, porque algunos discí1)1105 itinerantes los llevaron hasta sus últimas consecuencias, como se refleja en el documento que le sirve a Mateo (Documento Q) para elaborar estas enseñanzas.

El "seguimiento" de Jesús, en verdad, es algo que está lleno de 'radicalidades". Las cosas radicales son aquellas sin las cuales no es posible que nada subsista. El evangelio no podría ser el evangelio si se imponen a los discípulos otros criterios distintos de autoridad y prestigio. Los "dichos" de Jesús recogidos en este discurso están expresados semíticamente y pueden sonar a algo imposible: ¿es posible odiar al padre y a la madre por seguir a Jesús? ¡sería un "contra-dios"! Pero quieren decir algo muy importante. Incluso sabemos que este tipo de "dichos" de Jesús sobre aborrecer a la familia y llevar la cruz obedece a actitudes escatológicas de algunos grupos cristianos que fueron más allá de lo que Jesús quería exigir.

Es una nueva propuesta en la que no se imponen o no se deben imponer imperiosamente los lazos de sangre, el clan familiar, la cultura heredada, los criterios impositivos de los más fuertes o de lo que siempre se debe hacer. El cristiano seguidor de Jesús, amante de la verdad del evangelio, debe amar al padre, a la madre, al hermano, pero nunca debe, a causa de ellos, ceder al odio, al rencor, a la violencia, a la maldición. El cristiano está llamado a una cadena mucho más grande de solidaridad, hasta dar de beber un vaso de agua a cualquiera, sea quien sea, incluso al enemigo nuestro o de nuestra familia. Así es como debemos entender estas palabras del evangelio de la misión.

Tampoco es cuestión de "endulzar" las exigencias por el hecho de que se hayan expresado de una forma semítica en que las que prevalecen los contrastes. Dicen lo que dicen y exigen lo que exigen: algo radical. Pero no se entienda como algo radical por difícil o por imposible, sino por sentido y por coherencia. Se trata de algo vital, porque si no hay raíces, no crece la vida. Eso es lo mismo que el amor a los enemigos: el evangelio no permite el odio de ninguna de las maneras. Por tanto, cuando hay enemigos o nos los creamos en nuestra mente y en nuestro corazón, estamos lejos de Jesús, de su causa del evangelio y de su Dios: cuando hay odio muere el evangelio.

De la misma manera, si seguimos a Jesús, debemos renunciar a nosotros mismos y a lo nuestro. Eso significa lisa y llanamente "llevar su cruz". Pero ¡cuidado!: no veamos aquí solamente renuncia total a la voluntad propia, al honor, a la dicha terrena, recorriendo el duro camino de Jesús por el sendero señalado por Dios, lo que Jesús exige de sus discípulos. Quien acepte el evangelio debe hacerlo por voluntad propia, por honor, y por disfrute personal. Quien acepte estas radicalidades, no debe hacerlo en contra de su voluntad y de su libertad. Si fuera así, ser cristiano, seguir Jesús, sería un drama inhumano inaceptable. Si mi familia, mi clan, mi pueblo nacionalista, me imponen los criterios de mi existencia, de mi libertad y de mi paz, entonces yo estoy con Jesús antes que con los míos. Y ésta, y no otra, es la "cruz", entiendo, que debe llevar el discípulo.

Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)