“ Bien, siervo bueno y fiel ”
Este “penúltimo” domingo del año litúrgico nos mete de lleno en la esfera religiosa escatológica; nos instruye y nos motiva a pensar en las últimas cosas de la vida, esas sobre las que no queremos hablar casi nunca, porque nos parece que no forman parte de nosotros mismos; como si fueran de otro mundo. Sin embargo, la liturgia nos recuerda que son del nuestro, de nuestra intimidad más profunda a la que debemos asomarnos con fe y esperanza. Existen las últimas cosas, que llegan cuando nuestra vida, aquí, ya se ha agotado. Por ello, nos permitimos una reflexión de más alcance sobre el concepto bíblico de “parusía” que impregna el sentido de las lecturas de este día:
1) La palabra griega que sustenta este concepto no es directamente bíblica, sino que está tomada del helenismo donde significaba la «visita» o la «presencia» del rey en una ciudad. Si un rey o un gran mandatario visitaba una ciudad, se hacían grandes obras para el momento, se preparaban fiestas con alabanzas y sacrificios en los templos; a esto se le llamaba «parusía». E incluso viene a simbolizar una nueva era para la ciudad o para la provincia o territorio. De ahí la tomaron los cristianos, sin duda, ya que aparece muy poco en el AT (cuatro veces en la Biblia griega de los LXX). Su sentido técnico es manifiesto, pero mucho más su sentido religioso. De esa manera se aplicó a la venida de Cristo, a su vuelta al final de los tiempos, para llevar a cabo el triunfo sobre este mundo y manifestar la grandeza y el poderío del reinado de Dios. Esta vuelta, tal como creían los primeros cristianos, no estaba lejos (así en 1Tes 2,19; 3,13; 4,15; 5,23; 2Tes 2,9; 1Cor 15,23). Sin embargo, un cambio de actitud se va imponiendo poco a poco hasta ir desapareciendo paulatinamente de la visión escatológica y de las ideas del cristianismo. En los evangelios, ni el mismo Hijo del hombre conoce la fecha (Mc 13,32; Mt 24,36); y en la 2Tes se intenta justificar el retraso de la parusía por algo que escapa a los cristianos. En realidad era una forma de curar cierta fiebre apocalíptica ante dificultades y persecuciones. Ello fue beneficioso para valorar mucho más la transformación que el Reino de Dios debía tener en la historia actual, según el mensaje del mismo Jesús.
2) Sin embargo, hay que decir que el cristianismo no bebe exclusivamente en el helenismo su visión de lo que conocemos técnicamente como «parusía», sino que en el fondo es más fuerte un concepto bíblico de carácter profético que se conoce como el «día de Yahvé», el «día del Señor» y así lo usa también San Pablo (1Tes 4,18). Eso supone que los cristianos han reinterpretado un antiguo concepto bíblico de carácter escatológico y apocalíptico.
3) ¿Qué es el día del Señor? Como en casi todas las culturas religiosas, el día del Señor tiene dos aspectos: uno positivo, de salvación, de liberación, de triunfo de Dios sobre el mal y sobre los enemigos; por otra, desde la perspectiva de la predicación profética monoteísta, es el día del juicio, por ejemplo, contra todo orgullo humano (Is 2,6-22). Numerosos textos proféticos y apocalípticos apoyarían este doble sentido (cf Am 5,18-20; Jl 4,12ss; Sof 1,7-14 de donde se toman la expresión «dies irae, dies illa»; Ez 7,7-27).
4) ¿Qué sentido, pues, tiene la parusía? Reinterpretando todo lo que el AT y el NT nos sugieren, debemos tratar de entender que el día del Señor, el día de la parusía, no es un tiempo cronológico de un momento, o una fecha del calendario. Es una nueva situación que hay que aceptar por la fe y la esperanza en Dios. Es un concepto de excelencia en el que la salvación de Dios anunciada por los profetas y manifestada en la vida de Jesucristo es una realidad sin vuelta atrás. Por eso no es cuestión de ajustar el día de la parusía, o el día del Señor, o el día de la salvación, a un momento, a una hora, a un día, a un año. Se trata de reconocer la acción de Dios por los hombres. E incluso podemos afirmar que, desde la fe cristiana, supone reconocer la acción por la que Dios transformará la historia. De ahí que debamos entender y aceptar que la parusía ha comenzado en la Resurrección de Jesús y no terminará hasta que todos los hombres que existen y existirán serán resucitados como Jesús (así lo ve ya Pablo en 1Tes 4,13 y en 1Cor 15). Y eso será el signo definitivo, el día por excelencia, en el que la historia, es decir, la creación de Dios habrá llegado a su plenitud.
Iª Lectura: Proverbios (31,10…31): La sabiduría de las grandes decisiones
I.1.El ejemplo del libro de los Proverbios (31, 10...31) nos presenta precisamente a una mujer, la “mujer fuerte”, hija, hermana o madre en la que se puede confiar. Como la Biblia no es antifeminista, aunque su cultura esté impregnada por una mentalidad patriarcal, sí acierta en ver a la mujer como más abierta a lo escatológico, a lo espiritual, al amor por los pobres. Por eso, esta lectura, justamente, propone desde dónde se deben afrontar las últimas cosas de la vida. No conviene, de ninguna manera, hacer una lectura “contracultural”. La mujer no está reducida al hogar, a la casa, a los hijos… Lo importante en esta lectura es la gran capacidad de “decisión”.
I.2.La mujer judía, encargada de mantener el fuego en el hogar, y de encender las luces del shabat, experimentó desde muy pronto lo que significó su llamado al Reino. Ella encarnaba en Israel la sofía de Dios y, por lo tanto, debe enseñarla, iniciar a sus hijos en su camino. En el hebreo bíblico espíritu (ruah) y sabiduría, (hokma), son términos femeninos. Sofía, como una niña que danza ante Dios, (Prov 8,22ss), es el rostro humano del pensamiento divino y por lo tanto es a la madre a quien corresponde la iniciación de sus hijos en la prudencia. Israel valoró a la mujer como a una perla, desde su escondimiento e invisibilidad, pero también la apreció como profetisa, guerrera y reina. A pesar del patriarcalismo de la Biblia, sus autores no callaron totalmente nombres como el de Myriam, Débora, Judith, Ester, Ana... Ellas y muchas otras mujeres encarnaron el ideal de Israel, quien llegó a identificarse como nación con la "amada" del Cantar. La amada de Yahvé a quien profetas y sabios dieron nombres y destinos femeninos, al reprender en sus desvíos la respuesta del pueblo a un amor de Alianza. Israel fue la elegida, la virgen, la esposa, la ramera... Oseas, Jeremías y Ezequiel vituperaron las infidelidades de Israel con nombres femeninos.
I.3.La mujer es más religiosa que el hombre; siempre lo ha sido. Y el elogio de la mujer en el capítulo último de los Proverbios es toda una analogía (y subrayo “analogía) para que demos importancia a lo que no queremos darle, como si eso fuera cosa de mujeres. Las cosas que merecen la pena, y especialmente las cosas de Dios, deben tener en nosotros la gran oportunidad que “la mujer”, la madre, la hija, la hermana, da a los suyos. Y todos, varones o mujeres, tenemos que tomar grandes decisiones. En realidad aquí se habla de la mujer como si se tratara de la “sabiduría”. Esa sabiduría bíblica, que es una sabiduría práctica, es la que se propone aquí en la imagen de la mujer.
II Lectura: Tesalonicenses (5,1-6): Esperar en la luz, sin miedo
II.1. La segunda lectura, en continuación con la del domingo pasado, nos muestra al Pablo primitivo al que la comunidad de Tesalónica le plantea grandes cuestiones y, concretamente, en lo que se refiere a la venida del Señor. Los primeros cristianos estuvieron obsesionados con ello. Esta es la segunda instrucción del apóstol sobre dicho acontecimiento. Para su enseñanza se vale del lenguaje profético veterotestamentario, de la literatura apocalíptica (mucho de ello lo encontramos en los textos de Qumrán): vendrá como cuando una mujer da a luz, que casi siempre es un momento inoportuno, entre la luz y las tinieblas, entre el velar y el dormir.
II.2. Pero el objetivo de Pablo es liberar la tensión que pesa sobre el momento y la hora de la venida e incidir en la actitud que hay que tener, como lo más importante: ese debe ser un instante de luz porque es evento de salvación, para lo cual se debe estar preparado. Por eso, el falso problema de cuándo, con su angustia e incerteza, se cambia por el cómo: desde la luz, desde la praxis del amor, la justicia, la solidaridad y el perdón. Así viviremos con Cristo.
Evangelio: Mateo (25,14-30): No «enterrar» el futuro
III.1. El evangelio de Mateo (25,14-30) nos muestra, tal como lo ha entendido el evangelista, una parábola de "parusía" sobre la venida del Señor. Es la continuación inmediata del evangelio que se leía el domingo pasado y debemos entenderlo en el mismo contexto sobre las cosas que forman parte de la escatología cristiana. La parábola es un tanto conflictiva en los personajes y en la reacciones. Los dos primeros están contentos porque “han ganado”; el último, que es el que debe interesar (por eso de las narraciones de tres), ¿qué ha hecho? :“enterrar”.
III.2.Los hombres que han recibido los talentos deben prepararse para esa venida. Dos los han invertido y han recibido recompensa, pero el tercero los ha cegado y la reacción del señor es casi sanguinaria. El siervo último había recibido menos que los otros y obró así por miedo, según su propia justificación. ¿Cómo entendieron estas palabras los oyentes de Jesús? ¿Pensaron en los dirigentes judíos, en los saduceos, en los fariseos que no respondieron al proyecto que Dios les había confiado? ¿Qué sentido tiene esta parábola hoy para nosotros? Es claro que el señor de esta parábola no quiere que lo entierren, ni a él, ni lo que ha dado a los siervos. El siervo que “entierra” los talentos, pues, es el que interesa.
III.3. Parece que la recompensa divina, tal como la Iglesia primitiva pudo entender esta parábola, es injusta: al que tiene se le dará, y al que tiene poco se le quitará. Pero se le quitará si no ha dado de sí lo que tiene. Y es que no vale pensar que en el planteamiento de la salvación, que es el fondo de la cuestión, se tiene más o menos; se es rico o pobre; sino que la respuesta a la gracia es algo personal que no permite excusas. La diferencia de talentos no es una diferencia de oportunidades. Cada uno, desde lo que es, debe esperar la salvación como la mujer fuerte de los Proverbios que se ha leído en primer lugar. Tampoco el señor de la parábola es una imagen de Dios, ni de Cristo, porque Dios no es así con sus hijos y Cristo es el salvador de todos. Es una parábola, pues, sobre la espera y la esperanza de nuestra propia salvación. No basta asegurarse que Dios nos va a salvar; o aunque fuera suficiente: ¿es que no tiene sentido estar comprometido con ese proyecto? La salvación llega de verdad si la esperamos y si estamos abiertos a ella.
Fray Miguel de Burgos Núñez
(1944-2019)