2012-05-23 L’Osservatore Romano
El cristianismo no es «una religión del miedo, sino de la confianza y del amor», porque revela al hombre la verdadera naturaleza de un Dios que se hace llamar «padre». Lo recordó Benedicto XVI en la audiencia general del miércoles 23 de mayo, en la plaza de San Pedro, invitando a los fieles a «experimentar en la oración la belleza de ser amigos o, más aún, hijos de Dios, de poder invocarlo con la familiaridad y la confianza que tiene un niño con sus padres que lo quieren».
La «paternidad de Dios», como destacó el Papa a propósito, es una verdad que a duras penas es percibida por el hombre de hoy. También porque la ausencia de la figura paterna en la vida de los hijos representa «un gran problema de nuestro tiempo». El Evangelio de Cristo, en cambio, nos revela que así es como actúa «un verdadero padre», mostrándonos «en su profundidad lo que quiere decir para nosotros que Dios es padre».
Es doble la dimensión de la paternidad divina que emerge de las Escrituras. «Sobre todo —explicó el Pontífice— Dios es nuestro Padre porque es nuestro Creador». Por tanto para él «no somos seres anónimos, impersonales, sino que poseemos un nombre», como demuestra también las palabras conmovedoras del Salmo 119: «Tus manos me hicieron y me formaron». Además, la encarnación, la muerte y la resurrección del Hijo confirman una vez más nuestra «pertenencia» al Padre, porque de esta manera «hemos entrado realmente más allá de la creación en la adopción con Jesús» convirtiéndonos en «hijos de un modo nuevo, en una nueva dimensión».
Esto explica la propensión natural del hombre a la oración. «Nosotros no podríamos orar —afirmó el Papa— si no estuviera escrito en la profundidad de nuestro corazón el deseo de Dios, el ser hijos de Dios. Desde que existe, el homo sapiens está siempre buscando a Dios, intenta hablar con Dios, porque Dios se grabó a sí mismo en nuestros corazones».
Además, la oración no es un simple gesto individual, sino un acto de toda la Iglesia. «Cuando nos dirigimos al Padre en nuestra estancia interior, en el silencio y en el recogimiento —reconoció Benedicto XVI— nunca estamos solos. Estamos en la gran oración de la Iglesia, formamos parte de una gran sinfonía que la comunidad cristiana, esparcida en todas las partes de la Tierra y en todos los tiempos, eleva a Dios».