Uno de los documentos antiguos más impresionantes es la Carta que los prisioneros sobrevivientes de la matanza de cristianos en Lyon escribieron a las demás iglesias, narrando lo que sucedió a su obispo San Potino y a los valerosos mártires que prefirieron morir antes que renegar de su religión.
Leamos con todo respeto y devoción lo que dice este documento tan antiguo al cual un escritor calificó como "la perla de la literatura cristiana en el siglo segundo". Dice así: "Es imposible narrar por escrito los terribles sufrimientos que llegaron a los seguidores de Cristo en la persecución de tiempos del gobierno de Marco Aurelio en Lyon, a causa del furor de los enemigos de nuestra santa religión. Los cristianos más conocidos e importantes fueron llevados a los tribunales y condenados a prisión. Viendo el modo tan injusto como eran juzgados, un joven gritó en pleno tribunal: ‘No estoy de acuerdo con que a estos hombres los condenen sin más ni más, sin permitirles ninguna defensa’. El juez le preguntó al joven ‘¿Es que usted también es cristiano?’. ‘¡Si lo soy, por la gracia de Dios!’, respondió el muchacho, e inmediatamente fue llevado también a la cárcel".
"Y sucedió que en la cárcel eran tantos los sufrimientos y tan terribles las humillaciones que los más cobardes empezaron a renegar de sus creencias. Y nosotros empezamos a sentir un temor de que por miedo a las torturas fueran a renegar varios más. Y entonces nos dedicamos todos a rezar con gran fervor, pidiendo a Dios que no permitiera que ninguno de los creyentes se fuera a alejar de las santas verdades de la fe, por miedo. Y todos los días llegaban a la prisión más y más cristianos, acusados de un solo delito: el de pertenecer a nuestra santa religión".
Los enemigos de nuestra religión nos inventaron que nosotros éramos unos antropófagos que comíamos carne humana y que celebrábamos reuniones nocturnas llenas de maldad. Y esto hizo que muchos del pueblo, que antes nos estimaban, se volvieran contra nosotros, y así se juntaron el odio popular y la crueldad de los que tenían la autoridad y cebaron sus venganzas en todos los que se proclamaban amigos de Jesucristo.
El obispo Potino, a pesar de ser un venerable anciano de 90 años fue arrastrado por las calles y llevado al tribunal. Delante del gobernador declaró que no es cierto que los cristianos sean antropófagos que comen carne humana o que celebren reuniones nocturnas para cometer maldades, sino que en la Eucaristía comen el Cuerpo Santísimo de Cristo Jesús y se reúnen en vigilias nocturnas para rezar y meditar en la Palabra de Dios. El obispo se declaró cristiano para siempre, y le fueron golpeadas las manos y los pies hasta que perdió el sentido. Lo llevaron luego a la cárcel y allá a los dos días murió.
"Había una joven llamada Blandina, de quien todos teníamos temor de que por su debilidad natural sintiera miedo y renegara de la fe, pero Dios le concedió un valor tan grande, que a pesar de que los verdugos quedaron rendidos de tantos azotes, y su cuerpo quedó destrozado a fuetazos, ni por un momento dejó de proclamar su fe en Jesucristo".
"Un buen grupo de mártires, presididos por dos fieles llamados Santos y Atalo, fueron presentados a las fieras para ser devoradas. Pero las fieras los respetaron".
Entonces se dedicaron los verdugos a atormentarlos con toda clase de objetos martirizadores, pero estos atletas de Cristo demostraban cada vez más valor. Les declararon que quedarían libres si renunciaban a ser cristianos pero todos proclamaban que querían permanecer fieles hasta el último momento a nuestra santa religión.
Y sigue diciendo la carta: "Los mártires permanecían llenos de caridad y de humildad. Rezaban por sus perseguidores y declaraban que les perdonaban todo. Repetían la oración de San Esteban ‘Dios mío, no les tomes cuenta de este pecado’. Y los que al principio sentían mucho miedo, al ver el ejemplo de los más valientes se fueron animando y llenando de valor. Llegó un médico muy afamado, llamado Alejandro y empezó a animarlos a todos. El juez le preguntó: ‘¿Es que Ud. también es cristiano?’. ‘Si soy cristiano’, respondió Alejandro e inmediatamente lo llevaron también para atormentarlo. Un muchacho de sólo quince años fue atormentado atrozmente y no lograron que dejara de decir que amaba a Jesucristo. A una joven la echaron entre una red y la llevaron a la plaza a que la cornearan los toros muy feroces, y ella murió gritando que amaba a Dios y creía en Cristo. La gente decía que nunca habían visto una muchacha tan valiente".