2012-06-10 L’Osservatore Romano
El cardenal secretario de Estado da una conferencia, la tarde del sábado 9 de junio en el Seminario mayor de Łódź, en Polonia, en un encuentro con una representación del mundo de la cultura y de la ciencia.
La dimensión fundamental de la cultura es la ética. «Asegurando la precedencia de esta dimensión —dijo Juan Pablo II— aseguramos la precedencia del hombre. El hombre, en efecto, se realiza como hombre fundamentalmente mediante su proprio valor moral». Karol Wojtyła, ya en un plano humano, fue un artífice de cultura, como poeta, actor, filósofo. En 1980, en la Unesco, afirmó que «la cultura es aquello a través de lo cual el hombre, en cuanto hombre, se hace más hombre, “es” más, accede más al “ser”. (...) El hombre, y sólo el hombre, es “autor” o “artífice” de la cultura; el hombre, y sólo el hombre, se expresa en ella y en ella encuentra su proprio equilibrio». La cultura es en verdad sinónimo de civilización, y su «civilización de la vida» se nutre de la «cultura de la vida».
Durante el citado discurso dijo: «El hombre vive una vida verdaderamente humana gracias a la cultura (...)
Soy hijo de una nación que ha vivido las mayores experiencias de la historia, que ha sido condenada a muerte por sus vecinos en varias ocasiones, pero que ha sobrevivido y que ha seguido siendo ella misma. Ha conservado su identidad y, a pesar de haber sido dividida y ocupada por extranjeros, ha conservado su soberanía nacional, no porque se apoyara en los recursos de la fuerza física, sino apoyándose exclusivamente en su cultura. Esta cultura resultó tener un poder mayor que todas las otras fuerzas».
La vida entera de Wojtyła fue un gran testimonio de la cultura de la vida, especialmente en los momentos de sufrimiento. Se dijo que el sufrimiento fue su otra encíclica. El cardenal Dziwisz escribió: «Karol Wojtyła aprendió a convivir con la enfermedad y el sufrimiento. Esto fue posible sobre todo gracias a su espiritualidad, gracias a la relación personal con Dios».
El Papa Juan Pablo II nunca mantuvo en secreto su enfermedad, nunca intentó esconderla. A través de su sufrimiento físico nos recordó el valor del “Evangelio de la vida” que compromete a todos, individuos, familias, asociaciones e instituciones, a trabajar «para que las leyes del Estado no perjudiquen de ningún modo el derecho a la vida», es decir, que promuevan «la defensa de los derechos fundamentales de la persona humana, especialmente de la más débil», sea embrionaria o moribunda.