José, más tarde llamado Bernabé, entró en la historia de la salvación con un arranque de generosidad, vendiendo un campo que poseía y poniendo el dinero de la venta a disposición de los apóstoles. Había nacido en Chipre, y pertenecía a una familia levítica. Tenía una hermana o pariente próxima en Jerusalén, llamada María, que fue precisamente la madre de San Marcos.
Los apóstoles impusieron al levita José el sobrenombre Bernabé, que significa “hijo de consolación”. Su espíritu conciliador y su simpatía de “hombre bueno y lleno del Espíritu Santo y de fe” (Act 11, 24) inspiraron ese sobrenombre.
Algunos autores, como Clemente Alejandrino y Eusebio de Cesarea, suponen que San Bernabé fue uno de los 72 discípulos de los que habla el Evangelio. En cualquier caso, Bernabé aparece en la Iglesia primitiva como una figura relevante que, sin pertenecer al grupo de los Doce, merece, al lado de San Pablo, el título de Apóstol. Su vocación al apostolado fue anterior al episodio de la imposición de manos en Antioquía, antes de partir para la misión de Chipre; Bernabé había venido de la Iglesia de Jerusalén, donde ya era una personalidad destacada. Toda su actuación lleva la impronta de la dignidad apostólica. Fue Bernabé quien tomó consigo a San Pablo, lo condujo a los apóstoles y les refirió cómo en el camino había visto al Señor, y cómo en Damasco había predicado intrépidamente en el nombre de Jesús. Bernabé buscó a Pablo en Tarso para trabajar juntos durante todo un año en la organización de la comunidad de Antioquía, a la que comenzaban a afluir los griegos o gentiles, y en la que los discípulos empezaron a llamarse “cristianos”. Ambos apóstoles subieron a Jerusalén para llevar socorros a los hermanos de la Iglesia madre, víctimas del hambre, regresando a Antioquía, “cumplido su ministerio”, trayendo consigo a Juan Marcos. Bernabé había de hacer de guía, por expresa intervención del Espíritu Santo, en una celebración litúrgica, para que el Apóstol de las gentes comenzara la misión que Cristo le había confiado, y que tenía por primer objetivo la isla de Chipre.
Los misioneros comenzaron a predicar en Salamina. Les acompañaba como auxiliar Juan Marcos, sobrino o primo de Bernabé. Comenzaron a predicar en las sinagogas, llevando Bernabé la dirección. Pero ya en Pafos, Saulo tomó la iniciativa y la palabra, y castigó con la ceguera al mago Barjesús. Terminada la misión en Chipre, los apóstoles navegaron hasta Perge de Panfilia, donde Marcos los abandonó, regresando a Jerusalén. Después de evangelizar también Derbe, regresaron a Antioquía de Siria, recorriendo en sentido inverso las regiones y ciudades evangelizadas.
Siguieron después unidos para hacer frente a los judaizantes, que querían imponer a los paganos convertidos la ley mosaica, en Antioquía y en el concilio de Jerusalén, permaneciendo luego en Antioquía “enseñando y anunciando con otros muchos la palabra de Dios”. Pero cuando Pablo propuso a Bernabé volver a visitar las comunidades establecidas en la primera misión, surgió entre ambos apóstoles una disensión, seguramente providencial, que señala el término del ministerio apostólico de Bernabé conocido con seguridad. “Quería Bernabé llevar consigo también a Juan, llamado Marcos. Pablo, en cambio, no juzgaba conveniente llevar consigo a quien se había separado de ellos desde Panfilia y no les había acompañado en la empresa. La disensión llegó al extremo de separarse el uno del otro, y Bernabé, tomando consigo a Marcos, se embarcó hacia Chipre” (Act. 15, 36-39). Aunque ignoramos el resultado de esta segunda misión, parece que Bernabé colaboró con Pablo también en Corinto.
Según los Hechos y martirio de San Bernabé apóstol, obra de Juan Marcos y compuestos en Chipre en el siglo V, Bernabé coronó su segunda misión en Chipre, siendo pronto lapidado y quemado vivo por los judíos en Salamina, hacia el año 63. Su cuerpo fue hallado en el 458 d.C., llevando en el pecho el evangelio de San Mateo, que, junto con las piedras de la lapidación, constituyen los atributos de su iconografía.