Ciudad del Vaticano, 13 junio 2012 (VIS).-La experiencia contemplativa y la fuerza en la plegaria narradas por San Pablo en la Segunda Carta a los Corintios fueron el tema central de la catequesis de Benedicto XVI durante la audiencia general de los miércoles que tuvo lugar en el Aula Pablo VI.
A los que contestaban la legitimidad de su apostolado, Pablo no responde enumerando las comunidades que ha fundado, ni si limita a recordar las dificultades encontradas para anunciar el Evangelio, indica en cambio, dijo el Papa, “su relación con el Señor (...) tan intensa que estaba caracterizada por momentos de éxtasis y de contemplación profunda”. Y habla de su debilidad durante los años en que vivió en silencio y contemplación, afirmando: “Me gloriaré de mi debilidad para que habite en mí la presencia de Cristo (...) porque cuando soy débil es cuando soy fuerte”.
Con su actitud, el apóstol de las gentes nos hace comprender que “cualquier dificultad en el seguimiento de Cristo y en el testimonio de su Evangelio pueden superarse si nos abrimos con confianza a la acción del Señor. (...) San Pablo entiende con claridad cómo hacer frente a cualquier acontecimiento y cómo vivirlo, sobre todo el sufrimiento, las dificultades, las persecuciones; cuando experimentamos nuestra debilidad, sentimos que se manifiesta la potencia de Dios, que no nos abandona, ni nos deja solos, sino que se convierte en nuestro apoyo y nuestra fuerza”.
“A medida que crece nuestra unión con el Señor -observó el Santo Padre- y se intensifica nuestra oración, nos acercamos a lo más esencial y comprendemos que no es la potencia de nuestros medios la que realiza el Reino de Dios (...) sino es Dios que obra maravillas precisamente a través de nuestra debilidad”.
La intensa contemplación de Dios experimentada por San Pablo, recuerda la de los discípulos en el monte Tabor, “al mismo tiempo fascinante y tremenda”. Contemplar al Señor es “fascinante porque nos atrae hacía Sí, nos eleva a su altura, haciéndonos experimentar la paz y la belleza de su amor; tremendo porque pone al desnudo nuestra debilidad humana, nuestro ser inadecuados, la fatiga de vencer al Maligno que insidia nuestra vida”.
“En un mundo en que se corre el riesgo de confiar solamente en la eficacia y la fuerza de los medios humanos, estamos llamados a descubrir y dar testimonio del valor de la plegaria (...)con la que crecemos cada día, conformando nuestra vida a la de Cristo, dijo el Papa recordando a continuación la figura del premio Nobel por la Paz, Albert Schweitzer, el teòlogo protestante que afirmaba: “Pablo es un místico y nada más que un místico”: un hombre verdaderamente enamorado de Cristo y talmente unido a Él, como para decir: Cristo vive en mí. La mística de San Pablo no se funda solo en los eventos excepcionales que vivió, sino en su relación, intensa y cotidiana, con el Señor, que lo sostuvo siempre con su gracia”.
“También en nuestra vida de oración podemos experimentar momentos de gran intensidad en que sentimos más viva la presencia del Señor, pero lo que importa es la constancia, la fidelidad de la relación con Dios, sobre todo en las situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento (...)Solamente si estamos aferrados al amor de Cristo, podremos afrontar cualquier adversidad, como Pablo, convencidos de que todo lo podemos en Aquel que nos da fuerzas”.
“Cuanto más espacio demos a la oración, más nos daremos cuenta de que nuestra vida se transforma y se anima con la fuerza concreta del amor de Dios. Este fue el caso de la beata Madre Teresa de Calcuta que, en la contemplación de Jesús (...) encontraba la razón última y la fuerza increíble para reconocerlo en los pobres y en los abandonados, no obstante la fragilidad de su persona.”
“La contemplación de Cristo en nuestra vida -finalizó el Papa- no nos aleja de la realidad; al contrario, nos hace todavía más partícipes de las vicisitudes humanas, porque el Señor, atrayéndonos hacia Sí, en la oración, nos acerca a todos nuestros hermanos en su amor”.