2012-06-14 L’Osservatore Romano
La unión con Dios no aleja del mundo. Es más, da la fuerza para vivir realmente y hacer lo que se debe hacer. Él obra maravillas «a través de nuestra debilidad, nuestra inadecuación al cargo». A nosotros sólo nos queda «no confiar en nosotros mismos», sino «trabajar, con la ayuda del Señor, abandonándonos a él como frágiles vasijas de barro». El Papa interrumpió, en más de una ocasión, la lectura del texto preparado para la audiencia de esta mañana, miércoles 13 de junio. Lo hizo para subrayar aún más la ayuda que viene de Dios al hombre frágil -precisamente como «una vasija de barro»- en el momento en que está expuesto a las pruebas más duras, a los sufrimientos más grandes, a la fatiga para rechazar el ataque «del emisario del Maligno» que «insidia nuestra vida», una «espina clavada también en nuestra carne». Y -dirigiéndose a los fieles que participaron en la habitual audiencia general, en el aula Pablo VI- propuso la experiencia vivida por el apóstol san Pablo, para reafirmar la fuerza de la oración, que «no es solamente la respiración del alma», ocasión para comprender «la propia debilidad» y experimentar «el poder de Dios, que no abandona, no deja solos, sino que se transforma en apoyo y fuerza».
El hombre, al desnudo en su debilidad y en su inadecuación, a través de la oración convencida logra dejarse atraer por Dios hasta su misma altura, allí donde puede experimentar «la paz, la belleza de su amor», ese amor que le da la fuerza necesaria para vencer las insidias del Mal.
Hoy existe una gran necesidad de esta fuerza, inmersos como estamos «en un mundo en el que corremos el peligro de confiar solamente en la eficiencia y en el poder de los medios humanos» y en «situaciones de aridez, de dificultad, de sufrimiento».
Durante el encuentro con los fieles, por último, Benedicto XVI dirigió su «afectuoso pensamiento» y su «saludo y bendición» a la Iglesia que está en Irlanda con ocasión de la celebración del Congreso eucarístico internacional, que tiene lugar en estos días en Dublín. «Una valiosa ocasión -dijo- para reafirmar la centralidad de la Eucaristía en la vida de la Iglesia».