El término "inteligencia católica" puede resultar chocante, así que lo explicaré con mas cuidado para evitar confusiones. La Iglesia católica, nuestra diócesis, en su milenaria historia nunca había tenido un laicado tan bien formado, altamente profesional y dispuesto a trabajar en comunión con la clerecía, como ahora lo tenemos. Lo que urge es darle espacio, cuerpo y forma en nuestra Iglesia Diocesana.
Formar y articular una "inteligencia" católica quiere decir que los académicos e intelectuales sean capaces de proponer y dialogar con un mundo plural y diverso, siempre en amoroso compromiso con el magisterio y con la comunidad de fieles, en dialogo con la religiosidad del pueblo, fieles a la doctrina de la Iglesia y orientados por su doctrina docial.
Se trata de hombres y mujeres del común, profesionistas y trabajadores de la cultura en cualquiera de sus manifestaciones que estén dispuestos a estudiar, a formarse y a dar testimonio de su Fé, para dar razones de su esperanza, para dar batalla en el terreno de las ideas, tan confundido en este campo, en la construcción de la civilización del amor en colegios, universidades, medios de comunicación tradicionales y de vanguardia tecnológica, parroquias, oficinas y un largo etcetera.
Aqui está la razón, el motivo principal, por el cual nos estamos lanzando a construir un centro de formación de líderes católicos, que sea punto de referencia y donde se forme adecuadamente, la inteligencia católica en nuestra diócesis, que tenga su voz propia y su expresión laical, el mundo de los profesionistas y de todos aquellos que quieran prepararse para este gran reto en nuestra comunidad diocesana.
Riesgos y Ventajas
En este proceso de participar en el debate cultural para promover el Evangelio, observo un riesgo claramente. La tentación de generar documentos y proyectos, de formar comisiones y cosas por el estilo. Ceder a esta tentación es tanto como quedarse en la inacción, que es lo mismo que retroceder en la acción pastoral. Planear mucho, formar muchas comisiones, mas allá de lo necesario conduce a la formación de burocracias, con lo que se genera una impresión de actividad cuando, en realidad no estamos actuando bien. No creo que en nuestra diócesis, que en México, necesitemos más planes, mas proyectos, mas comisiones, mas agobio para los laicos, diáconos, religiosos y religiosas, presbíteros y obispos. Por lo que toca a los documentos, con el Concilio Vaticano II, el Magisterio Pontificio,el documento de Aparecida, las cartas pastorales de la Conferencia del Episcopado Mexicano de 2000 y de 2010, y por supuesto teniendo como base insustituible la Palabra de Dios y la Tradición viva de la Iglesia, tenemos una riqueza impresionante. Lo que necesitamos para dar la batalla es armonizar el método de discernimiento con nuestro modo de ser Iglesia, de suerte que dejemos amplio espacio y aire para que circule a sus anchas el Espiritu Santo.
La principal riqueza de la Iglesia está en la multiplicidad de sus carismas. Entenderlos y promoverlos, es nutrir a la comunidad de los bautizados, abrir canales de expresión, reflexión y acción. Como ya he señalado, esto significa un gran reto para nosotros los pastores; pues los pastores tienen la capacidad de unir la diversidad sin anular la pluralidad, sólo los pastores auténticos pueden dar cauce y fuerza a los múltiples carismas en la Iglesia. Necesitamos en la actualidad laicos y clérigos unidos armónicamente, religiosos y religiosas y fieles en general que trabajemos de común acuerdo y bien organizados, trabajando por el Reino de Dios, codo con codo. Es muy saludable consolarnos mutuamente, confirmarnos en la fé, acompañarnos efectivamente en la jornada, alentarnos sin descanso, impulsarnos por el cariño mutuo, corregirnos, teniendo como norma el Evangelio, unir nuestras fuerzas y con esa prudencia y valentía que solo Cristo dá, seamos testimonios vivientes de la unidad, que Él tanto anheló. Sólo así podemos ser auténticos gestores de la unidad en la caridad, en nuestra Iglesia Diocesana.
La cultura de la violencia ha desatado una terrible tormenta sobre nuestra sociedad y la existencia de una conciencia fragmentada nos impide hacerle frente con claridad e inteligencia. No olvidemos contar siempre con Cristo, en esta situación actual; pues sólo Él nos dará la solución a seguir, pues hasta los vientos le obedecen y Él nos salvará del naufragio. Dejemos que Él se pare al frente de nuestra barca para que, en libertad, cada quien asuma su propia e insustituible responsabilidad. No es la tormenta la que debe dominar, sino la viril presencia del Resucitado en la proa de la barca de Pedro.
A través de una acción cultural y educativa la Iglesia puede colaborar como pocas instancias, en este país para formar, empezando con los miembros de la Iglesia, una nueva ciudadanía comprometida con la persona humana y, por consecuencia, firme en sus valores, respuetuosa de los derechos fundamentales, comprometida con la vida, la justicia, la libertad, la familia y los jóvenes, pensando siempre desde y para el más débil. La construcción de esta cultura no puede conocer tibiezas de nuestra parte debe realizarse en dialogo con todos los sectores de la sociedad, en donde el dialogo no significa disolver nuestra identidad, sino afirmarla de manera clara, firme y respetuosa, dando razones de nuestra esperanza y testimonio de nuestra Fé. Significa decir siempre la verdad en la caridad. Toda vez que, crear esta nueva ciudadanía es labor que incumbe a creyentes y no creyentes, hombres y mujeres de buena voluntad; es necesario relizarla a través de un encuentro en la razón y desde la razón proponer las verdades del Evangelio. Hoy mas que nunca, ser católico debe de significar ser un ciudadano ejemplar. Hoy, mas que nunca, la emergencia es educativa porque la raíz del problema es cultural.
+ Felipe Padilla Cardona
Obispo de Ciudad Obregón