Esta verdad teológica y dogmática, tiene un particular relieve dentro de la vida de la comunidad eclesial, aunque ha sido punto de fricción, con protestantes y ortodoxos. Sin embargo dentro del corazón de los Verdaderos Cristianos esta verdad, ha calado en lo más íntimo y la celebramos en forma especial cada -8- de diciembre. Desde el Papa Sixto -IV- se inició la intervención pontificia en favor de esta verdad, y siguen más Papas, hasta que el Papa -Pio XII- el -8- de Septiembre de -i953- puntualiza con precisión magistral y afirma que en las sagradas escrituras aparece el fundamento de esta verdad. Y desde entonces la figura inmaculada de nuestra Madre la Virgen María, es el modelo de la realización del Adviento Mesiánico. Esta verdad ya estaba en los planes divinos, por su excepcional colaboración en la redención de la humanidad. Y el Magisterio eclesiástico guiado por el Espíritu Santo, ha reflexionado en estas palabras evangélicas y ha proclamado la inmaculada concepción de la Virgen María; que forma parte del designio salvífico de Dios.
Estudiando el saludo dado por el ángel y el diálogo que se da entre María y el mensajero celestial, aparece claro que María era Virgen y que tenía una decisión muy personal de conservar la virginidad, ya que pronuncia la frase: “YO NO CONOZCO VARON” no sólo como hecho, sino como obstáculo, para el proyecto propuesto por el ángel. Una vez solucionado el problema de que su virginidad quedará intacta, porque la concepción del Hijo de Dios, será por obra del Espíritu Santo, al cual estará asociada en forma singular; acepta la maternidad divina, causa y consecuencia principal de la virginidad. Ella iba a ser aquella Virgen de quien habló Isaías (Is. 7, 14). Su misma Inmaculada Concepción está igualmente postulada por su altísima dignidad de ser madre de Dios.
Hay que aclarar que María no tuvo más hijos, como algunos quieren creer, por algunos textos evangélicos que leemos “hermanos y hermanas” Lo que sucede es que ni el hebrero, ni el arameo tienen un término equivalente a “primo” es por ello que se ha usado la palabra “hermano” para designar los diversos grados de parentesco. Santiago, José, Simón y Judas eran descendientes de la misma rama Davídica y por lo mismo parientes de Jesús, pero no hermanos, hijos de la misma madre.