CATEQUESIS DE JESUCRISTO SOBRE LA IMPORTANCIA DE LA SOLEDAD, EL SILENCIO Y EL REPOSO EN EL PASTOR (Mc. 6, 30 - 34).
Muy estimados hermanos Jesús eligió preferencialmente para la gran misión que su Padre le encomendó, la actitud, la manera de comportarse como pastor, porque actuando como tal tuvo la oportunidad maravillosa de estar siempre cerca de las ovejas, de nosotros; de escucharnos personalmente a cada uno, de proponernos según nuestra situación real, los caminos de crecimiento y de superación, de amarnos entrañablemente, como Dios lo sabe hacer, de caminar junto con la comunidad para orientarla seguramente hacia la Casa Paterna, siempre en cualquier circunstancia, Él delante de nosotros.
El mismo Jesús nos habla hoy en su catequesis, sobre la importancia que tiene el silencio, la soledad y el descanso, en la vida del pastor y de las ovejas. Y nos asegura que en esta situación encontramos la mejor manera de poner orden en nosotros mismos, de compartir en calma y gratuidad nuestras experiencias misioneras, de saborear y valorar correctamente la alegría de la amistad, de encontrarnos con la verdad y la presencia de Dios. Sólo en esta situación podemos descubrir la auténtica realidad de la vida. Asimilando esta grande esperanza que brota de esta especial situación, somos capacitados para afrontar el futuro con claridad y entusiasmo.
Jesucristo nos clarifica cuál es la misión del pastor y de las ovejas: siempre unidos buscar la unidad, superando todo lo que nos divide y construyendo siempre en comunidad un hombre nuevo, que edifique y viva la paz; manifestando, aún en medio de la cruz, que somos capaces de anunciar la Buena Nueva de la vida, y tendremos la fuerza unos y otros de acercarnos al Buen Padre Dios, siempre movidos por la acción de un mismo Espíritu, de un mismo amor, como lo afirma San Pablo en (Ef. 2, 13 - 18).
Para lograr esto es imprescindible que vivamos pastor y ovejas siempre cercanos, siempre encontrándonos mutuamente, dejándonos siempre enseñar, guiar por Jesucristo, contando sin lugar a dudas de la mirada, de la providencia misericordiosa de Dios Padre, teniendo como única norma de nuestra vida el amor, sin simulaciones, ni apariencias, de unos a otros, que nos motive y nos dé la esperanza y el entusiasmo de darle a nuestra existencia, el sabor de vida eterna.