Santa María Josefa Rosello

Date: 
Miércoles, Julio 28, 2021
Clase: 
Santa

El 27 de mayo de 1811, en la hermosa ciudad costera de Albisola Marina, próxima a Génova y Savona, ciudad natal de los papas Sixto IV y Julio II, vio la luz por vez primera Josefa María Rosello, la cuarta de diez hijos del matrimonio de Bartolomé Rosello y María Dedone, humildes alfareros de la Liguria.
Ya de niña, la pequeña María dio señales de energía y decisión, cualidades que le valieron de su padre, el apodo de “pequeña capitana” por verla líder e influyente entre sus amistades. Por entonces aprendió a modelar la arcilla y ayudar en las faenas del hogar, especialmente el cuidado de sus hermanos lo que permitió a su madre atender otras responsabilidades.
Vocación religiosa

Siendo adolescente manifestó interés por el estudio y la asistencia a los pobres, naciendo a partir de entonces su devoción a la Santísima Virgen y la Cruz de Cristo.

A los 16 años se hizo terciaria franciscana siendo una de sus primeras misiones evangélicas el cuidado de un rico ciudadano, el señor Monleone, que yacía paralítico desde hacía tiempo.
Ocho años de su vida le dedicó a esa labor con tanto amor que, fallecido el dueño de casa, su viuda la hizo heredera de la cuantiosa fortuna familiar, cosa que ella rechazó por considerar que sólo había servido a Dios. Un tiempo antes había manifestado a su confesor la decisión de hacer clausura pero dada su vitalidad y espíritu de emprendimiento, aquel la disuadió. Era evidente que ese modo de vida no se ajustaba al temperamento de María Josefa y que no era lo que el Señor tenía reservado para ella.

En vano intentó ingresar en el Instituto de las Hijas de Nuestra Señora de las Nieves, dedicado a la caridad, pero fue rechazada por no haber logrado reunir la dote necesaria para ser aceptada, algo que provocó en ella un profundo dolor.

Por entonces, el destino había golpeado duramente a la muchacha. En primer lugar falleció su madre, poco después lo hizo su hermana Josefina, de solamente diecisiete años de edad, luego un segundo hermano y finalmente su padre, por lo que María Josefa se vio en la necesidad de tomar las riendas del hogar.

Nuestra Señora de la Misericordia

Las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia
Supo entonces que el obispo de Savona, monseñor Agustín De Mari, se hallaba muy preocupado por la gran cantidad de niñas que vivían en la calle. Por esa razón se presentó a él para ofrecerle sus servicios, iniciativa que el prelado, complacido, aceptó inmediatamente por ver en ello una excelente posibilidad de rescatar aquellas almas miserables de la promiscuidad y la perdición.

Encomendándole la tarea, el obispo aconsejó a María Josefa encarar la labor con otras jóvenes que tuviesen su misma vocación.

María Josefa tenía 27 años cuando en 1837 fundó la congregación de las Hijas de Nuestra Señora de la Misericordia, también llamada de la Merced. El obispo le buscó una casa y ella se ocupó de reclutar a las primeras voluntarias, Ángela y Dominga Pescio y Paulina Barla, con las que puso manos a la obra de manera inmediata.

Cuenta el padre Jorge Papasogli que estando internada por una dolencia, supo la fundadora que una niña de color, recogida de la calle, yacía gravemente enferma en una cama contigua y que su cuadro se agravaba profundamente. La madre Josefa insistió en visitarla y pese a su estado de salud se dirigió hasta su lecho, asistida por otras hermanas. “Escucha- le dijo al verla- cuando tengas la dicha de hablar con Jesús, con María y San José, ¿me puedes hacer un favor?”. La niña respondió afirmativamente y entonces María Josefa agregó:“Necesito, y mucho, abrir una casa para niñas como tú, pero no tengo dinero. Cuando estés con ellos, ¿les pedirás que me ayuden?”. Haciendo un esfuerzo supremo la niña dijo que sí y al tiempo, expiró.

Obra misionera
Así nació la congregación, de manera humilde y sencilla, siendo su lema que cualquier muchacha con deseos de ingresar en ella fuese aceptada aún sin dote. Poco después, el obispo le permitió organizar un grupo destinado a impulsar las vocaciones sacerdotales y les consiguió un lugar donde iniciar su obra.

Se trataba de una ruinosa casona provista de unos pocos muebles viejos, cuatro colchones de paja tirados en el piso, un crucifijo y un cuadro con la imagen de Nuestra Señora.

Confiando plenamente en la Divina Providencia la fundadora se abocó de lleno a su obra aplicando siempre el lema “ El corazón a Dios y las manos al trabajo”.

De esta manera comenzó la heroica misión de la Madre Rosello en el mundo, liberando, criando, educando e insertando en la sociedad a las niñas esclavas traídas desde África, la mayor parte compradas e incluso “robadas” por el Padre Olivieri que, de inmediato, las entregaba a las hermanas, quienes las recibían como verdaderas hijas, tratándolas con una dulzura que les era completamente desconocida.

Fue tal el impulso inicial de la congregación que las deudas crecieron considerablemente. Sin embargo, al morir, la señora Monleone le dejó en herencia su fortuna con la cual la Madre fundó nuevas casas.

Albisola Marina, en la bella costa Ligur, cuna de Santa María Josefa Rosello y de los Papas Sixto IV y Julio II

La congregación en la Argentina
El 14 de noviembre de 1875 zarpó del puerto de Génova el "Savoy", llevando a bordo a quince religiosas de las Hijas de la Misericordia encabezadas por su superiora, sor María Claudia Terrati. Con ellas viajaban los primeros padres salesianos enviados por Don Bosco a nuestro país, quienes fondearon en el puerto de Buenos Aires el 14 de diciembre del mismo año para iniciar, ambas congregaciones, su gigantesca misión.

Las hermanas, que antes de partir recibieron la bendición del santo, se dedicaron a la atención de los enfermos, acudiendo a los domicilios particulares cuando sus servicios eran requeridos. Actuaron con absoluto desinterés incluso en tiempo de las epidemias de viruela y cólera que hicieron nuevamente estragos en nuestra capital, como en 1867 y 1871.

Cumpliendo con las directivas impartidas por la fundadora, las hermanas inauguraron la primera casa del continente americano y con ella colegios, hospitales, refugios y obras de caridad.

En 1877 adquirieron una propiedad en la calle Lorea 269 de la Capital, y allí abrieron el primer colegio al que siguieron otros como el de San Fernando, provincia de Buenos Aires, fundado en 1894. Con anterioridad, el cura párroco de San Nicolás de los Arroyos les confió el Hospital “San Felipe Benicio” al que siguieron el de Nuestra Señora de la Misericordia de Córdoba, el Hospital Muñiz de la Capital Federal, el “San Juan de Dios” de La Plata y el de Niños de la misma ciudad, del que se hizo cargo la beata María Ludovica De Angelis en 1908 para iniciar desde allí una labor ímproba que le abriría el camino a los altares.

Desde la Argentina, la congregación se expandió por todo el continente alcanzando Uruguay, Bolivia, Perú, Chile, Jamaica, Haití, República Dominicana, Estados Unidos y muchos otros países donde la caridad de las religiosas, inspiradas en la Madre Rosello, se hizo sentir con fuerza.

Sus últimos años
Sor María Josefa Rosello estuvo al frente de su comunidad por espacio de cuarenta años sin descuidar las tareas más sencillas como la atención personal de los enfermos, la limpieza, la cocina, etc. Todo ello, sumado a sus grandes responsabilidades, debilitaron sus energías pero, tras quince días de descanso ordenados por el obispo, se recuperó. Trabajó varios años más hasta que una serie de males minaron su salud, falleciendo rodeada por sus hijas de la congregación, el 7 de diciembre de 1880. Su cuerpo fue depositado en la capilla de la Casa General y su corazón en la de la Casa Madre, en Savona. S.S. el Papa Pío XII la proclamó santa el 12 de junio de 1949.

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