"Un cielo nuevo y una tierra nueva"

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Tipo: 
Nacional

Martes, 17 de Abril de 2012 22:29
Escrito por  Mons. Christophe Pierre

Saludo de Mons. Christophe Pierre, Nuncio Apostólico en México, Apertura de la XCIII Asamblea Plenaria de la CEM

Queridos hermanos en el episcopado:

Me alegra encontrarme con ustedes al comienzo de esta XCIII Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano. Muchas cosas han sucedido desde la reunión de noviembre en la que dedicaron un gran esfuerzo a reflexionar sobre la propuesta educativa que la Iglesia necesita impulsar en su interior y hacia el exterior para contribuir a edificar una nueva sociedad.

Toda esta reflexión que ustedes hicieron no debe quedar encerrada en las palabras de un eventual documento episcopal sino que está llamada a ser un dinamismo transversal para toda actividad ad intra y ad extra de nuestra Iglesia. Recuerdo con entusiasmo que una de las tesis que aparecieron en el borrador que estudiaron y aprobaron, dice así: “Toda estructura eclesial habrá de colocarse en estado de misión precisamente para hacer de Cristo un camino educativo pertinente a los hombres y mujeres de hoy”.

En efecto, lo que permite que un esfuerzo pastoral de cualquier orden se mantenga y ayude a la auténtica maduración de la fe, es que este esfuerzo sea educativo, es decir, que haga crecer nuestra humanidad de manera continua. Por ello, toda la propuesta que Aparecida nos hace sobre la importancia de construir comunidades de discípulos misioneros y sobre la relevancia de una misión continental, no es otra cosa que afirmar que una verdadera experiencia de fe requiere de un método educativo, basado en un seguimiento confiado que nos permita crecer personal y comunitariamente con ayuda de Otro. Este “Otro”, que es Cristo, nos da luz, nos da Esperanza y nos indica una dirección precisa para recomenzar en cada nuevo desafío que tenemos que afrontar.

Me llena de alegría saber que en esta ocasión la pastoral familiar ocupa un lugar especial en los trabajos de todos ustedes. La familia es una `communio personarum´, una comunidad de personas, que a imagen de la Trinidad, existe y vive por el amor que entre todas ellas se comparte. El amor que todo ser humano anhela puede descubrirse de una manera particularmente bella en la familia, cuando los padres se perdonan, los hijos comparten la vida y los bienes y cuando se afrontan diversos retos y pruebas con la confianza que brota de la certeza de que un Amor más grande que toda miseria nos sostiene y nos precede.

La familia es Iglesia doméstica, es escuela de la fe, y por ello, también es escuela de humanidad. Nuevamente, en el corazón de la familia nos topamos con la importancia de descubrir su dimensión educativa. Los padres son los principales responsables de la educación de los hijos. Sin una vocación educativa, la familia se disuelve, deja de cumplir su misión y se torna víctima de los poderes del mundo.

El Papa Benedicto XVI, en su homilía durante la misa celebrada con motivo del Bicentenario de la Independencia de los países latinoamericanos, el 12 de diciembre pasado, nos dijo que debemos: “tutelar igualmente la familia en su genuina naturaleza y misión, intensificando al mismo tiempo una vasta y capilar tarea educativa que prepare rectamente a las personas y las haga conscientes de sus capacidades, de modo que afronten digna y responsablemente su destino”.

En la medida en que colaboremos a educar a las familias mexicanas en la fe y en los valores que ayudan a mantener su unidad, contribuiremos de manera sustantiva en la necesaria paz y reconciliación que hoy necesita la sociedad mexicana. Dicho de otro modo: la paz de México se construye educando a la familia.

La familia se encuentra estremecida por viejas y nuevas esclavitudes. El pecado personal, la violencia intrafamiliar, el divorcio, los llamados “nuevos modelos de familia”, la falta de recursos materiales mínimos para poder vivir con dignidad, son como la matriz desde la cual se gesta todo aquello que hoy lastima al pueblo mexicano: la falta de participación cívico-política, el crimen organizado, la inequidad en la distribución de la riqueza, y la corrupción de muchas autoridades.

Esta compleja realidad social necesita ser atendida no sólo por el gobierno sino por toda la sociedad.  A la Iglesia compete, en fidelidad a su misión, el anuncio alegre y valiente del evangelio que trascendiendo todo proyecto político puede iluminar aún las situaciones más complejas.

Justamente el Papa Benedicto XVI, en su pasada visita pastoral, nos ha enseñado cómo hacer esto con gran tino y profundidad. Si estudiamos con atención los mensajes que nos ha dejado podemos constatar que el Santo Padre está verdaderamente atento a la realidad que vive la sociedad y la Iglesia en México.

Por supuesto, en la palabra del Papa no encontramos recetas mágicas ni intromisiones en ámbitos que no le corresponden como Pastor. Lo que encontramos es un juicio sobre la dolorosa realidad que viven muchos mexicanos pero construido desde la certeza que nos da el triunfo de Jesucristo sobre el pecado y sobre la muerte.

El Papa, a través de sus mensajes, nos mostró una vez más que una mirada condicionada por el interés, la vanidad o el poder no logra descifrar el significado de la vida de una persona, de una sociedad o de la Iglesia.

El Santo Padre ha dejado un verdadero tesoro en la enseñanza que nos compartió durante la visita. Quisiera subrayar cinco ideas que me provocan particularmente y que tal vez sean de utilidad también para todos ustedes:

CINCO AÑOS DESPUÉS DE LA CONFERENCIA DE APARECIDA, BENEDICTO XVI EN SU SEGUNDA VISITA A AMÉRICA LATINA RETOMA SUS ORIENTACIONES: La reflexión y el compromiso pastoral de la Iglesia en América Latina realizados hace cinco años fueron un momento de gracia que no deja de animar la vida de todos los obispos en la región. El Papa nos ha dicho:
“En Aparecida, los Obispos de Latinoamérica y el Caribe han sentido con clarividencia la necesidad de confirmar, renovar y revitalizar la novedad del Evangelio arraigada en la historia de estas tierras «desde el encuentro personal y comunitario con Jesucristo, que suscite discípulos y misioneros» (Documento conclusivo, 11). La Misión Continental, que ahora se está llevando a cabo diócesis por diócesis en este Continente, tiene precisamente el cometido de hacer llegar esta convicción a todos los cristianos y comunidades eclesiales, para que resistan a la tentación de una fe superficial y rutinaria, a veces fragmentaria e incoherente. También aquí se ha de superar el cansancio de la fe y recuperar «la alegría de ser cristianos, de estar sostenidos por la felicidad interior de conocer a Cristo y de pertenecer a su Iglesia. De esta alegría nacen también las energías para servir a Cristo en las situaciones agobiantes de sufrimiento humano, para ponerse a su disposición, sin replegarse en el propio bienestar»”.

BENEDICTO XVI ESCLARECE EL VERDADERO SIGNIFICADO DEL REINO: cuántas veces en México y en otras partes del mundo hemos escuchado expresiones que dicen de un modo o de otro que ‘debemos construir el reino’, que el reino es el ‘proyecto de Jesús’, que ‘Cristo Rey’ es la bandera que puede levantarse para convocar a una lucha que someta por la fuerza a los enemigos de Dios. Ante estas y otras ideas, el Papa, en las inmediaciones del Cerro del Cubilete, nos recuerda que el Reino es un don gratuito fundado en el amor:
“En este monumento se representa a Cristo Rey. Pero las coronas que le acompañan, una de soberano y otra de espinas, indican que su realeza no es como muchos la entendieron y la entienden. Su reinado no consiste en el poder de sus ejércitos para someter a los demás por la fuerza o la violencia. Se funda en un poder más grande que gana los corazones: el amor de Dios que él ha traído al mundo con su sacrificio y la verdad de la que ha dado testimonio. Éste es su señorío, que nadie le podrá quitar ni nadie debe olvidar. Por eso es justo que, por encima de todo, este santuario sea un lugar de peregrinación, de oración ferviente, de conversión, de reconciliación, de búsqueda de la verdad y acogida de la gracia”.

EL PAPA SUBRAYA CON GRAN FUERZA LA VOCACIÓN Y MISIÓN DE LOS FIELES LAICOS: una de las expresiones más enérgicas de todos los mensajes de Benedicto XVI en México, la encontramos en el momento en que el Papa preside las Vísperas en la Catedral-Basílica de León. En ese lugar, frente a los representantes de todos los episcopados de América Latina y el Caribe el Papa invita a los Pastores a dar atención a todos los miembros del pueblo de Dios: sacerdotes, seminaristas, consagrados. En cuanto a los laicos todos hemos notado la fuerza de sus palabras:
“Una atención cada vez más especial se debe a los laicos más comprometidos en la catequesis, la animación litúrgica, la acción caritativa y el compromiso social. Su formación en la fe es crucial para hacer presente y fecundo el evangelio en la sociedad de hoy. Y no es justo que se sientan tratados como quienes apenas cuentan en la Iglesia, no obstante la ilusión que ponen en trabajar en ella según su propia vocación, y el gran sacrificio que a veces les supone esta dedicación”.

EL PAPA NOS INVITA A AMAR SIEMPRE A TODOS: fácilmente un exhorto de esta naturaleza puede pasar de largo o puede parecer parte de una retórica pastoral ya por todos conocida. Sin embargo, en nuestro interior el mal puede albergarse y obstaculizar la realización del plan de Dios en nuestras vidas. Esto es importante para la vida de cada uno de nosotros. Particularmente relevante para la sociedad mexicana es que al ser víctima de muchas heridas, puede sentirse tentada a responder al mal con el mal. El Papa Benedicto XVI nos dice:
“El discípulo de Jesús no responde al mal con el mal, sino que es siempre instrumento del bien, heraldo del perdón, portador de la alegría, servidor de la unidad. Él quiere escribir en cada una de sus vidas una historia de amistad. Ténganlo, pues, como el mejor de sus amigos. Él no se cansará de decirles que amen siempre a todos y hagan el bien. Esto lo escucharán, si procuran en todo momento un trato frecuente con él, que les ayudará aun en las situaciones más difíciles”.

LA ESPERANZA NO SE EXTINGUE NI DEFRAUDA: el Papa vino a un país marcado por el dolor y la violencia. Es fácil que en un contexto como este las personas y las comunidades pierdan de vista las razones para perseverar en la vida y para perseverar en el bien. Las tentaciones pueden ser muchas y muy sutiles. También para nosotros los obispos. Por eso es importante recordar las palabras del Papa:
“La situación actual de sus diócesis plantea ciertamente retos y dificultades de muy diversa índole. Pero, sabiendo que el Señor ha resucitado, podemos proseguir confiados, con la convicción de que el mal no tiene la última palabra de la historia, y que Dios es capaz de abrir nuevos espacios a una esperanza que no defrauda (cf. Rm 5,5)”.

“La confianza en Dios ofrece la certeza de encontrarlo, de recibir su gracia, y en ello se basa la esperanza de quien cree. Y, sabiendo esto, se esfuerza en transformar también las estructuras y acontecimientos presentes poco gratos, que parecen inconmovibles e insuperables, ayudando a quien no encuentra en la vida sentido ni porvenir. Sí, la esperanza cambia la existencia concreta de cada hombre y cada mujer de manera real. La esperanza apunta a «un cielo nuevo y una tierra nueva» (Ap 21,1), tratando de ir haciendo palpable ya ahora algunos de sus reflejos. Además, cuando arraiga en un pueblo, cuando se comparte, se difunde como la luz que despeja las tinieblas que ofuscan y atenazan”.

Por esto, los obispos en México no podemos sino ser testigos de la Esperanza. La Esperanza no es un mero optimismo. Es la seguridad existencial que brota en quien está convencido que Jesucristo no nos deja solos nunca y que su compañía permanecerá también en lo que haya de venir. Sólo con Esperanza el dolor es soportable. Sólo con Esperanza podemos colaborar a despejar “las tinieblas que ofuscan y atenazan”.

Termino esta breve reflexión con gran alegría y con profunda gratitud por los dones que el Señor nos ha dado tras la visita del Santo Padre. Dones principalmente sobrenaturales que ahora no debemos archivar, sino que estamos obligados a hacerlos fructificar.

¡El Papa confía en los obispos mexicanos! ¡Con la ayuda de Dios entreguemos nuestras vidas con generosidad en el ministerio que El nos ha confiado! ¡Que la Virgen Santísima purifique nuestros corazones y nos permita ser testigos de la Verdad y del Amor que salvan!

¡Muchas gracias!