2012-08-23 L’Osservatore Romano
«Todos mis razonamientos —escribe Simón Bolívar en la carta al general Urdaneta de septiembre de 1830— llegan a una misma conclusión: no tengo esperanzas de salvar a la patria. Este sentimiento, o mejor dicho, esta convicción, ahoga mis deseos y me sume en la desesperación. Soy de la opinión que todo está perdido y para siempre (...) Si sólo se tratase de hacer un sacrificio, aunque fuese de mi felicidad, de mi vida o de mi honor, créanme que no vacilaría. Pero estoy convencido de que este sacrificio sería inútil, porque cambiar el mundo está por encima del poder de un hombre, y como soy incapaz de hacer la felicidad de mi país, me niego a gobernarlo».
Don Julián de la Morena, uno de los organizadores, cita las palabras del pater patriae por antonomasia de América Latina para ilustrar el tema de la exposición «Utopías y significado: dos banderas de la independencia hispanoamericana. 1808-1824», preparada en el Meeting de Rímini con ocasión del bicentenario. Un recorrido expositivo realizado con vídeos y paneles, oscurecidos por las telas de una inmensa nave estilizada, que quiere proponer una mirada más completa sobre un fenómeno complejo, no reducible ni a aquella vulgata histórica que insiste en la «modernidad» de América, caracterizada —desde el principio— por una búsqueda precoz de la independencia, ni al lugar común de una filiación dirigida por la revolución francesa, bajo el impulso de los ideales de «libertad, igualdad y fraternidad».
«Los hombres y las mujeres —continúa De la Morena— protagonistas de aquellos episodios que se extendieron desde California hasta la Tierra del Fuego, así como los grupos ideológicos y las grandes potencias que tomaron parte en el conflicto se movilizaron por ideales e intereses bien precisos». Aunque es verdad que «la figura de Napoleón —admite el organizador— y las ideas que encarnaba, incluso después de haber sido derrotado en todos los campos de batalla de Europa, conquistaron a muchos líderes, especialmente militares, que vieron la posibilidad de crear un nuevo orden y se entusiasmaron con la idea de luchar por un continente libre», no hay que olvidar que «la mayor parte de los grandes hombres que buscaron la independencia en América latina, después de haber conseguido la victoria por la cual habían combatido, sufrieron una profunda desilusión, que no se puede explicar en todos sus factores a causa de las dificultades normales que derivan de la vida política. Esta constatación nos ha hecho buscar las “dos banderas” por las que lucharon los insurgentes. Por una parte, el lema ideal ya conocido por todos, o sea, el ser independientes y protagonistas en las tierras del continente americano. Por otra, la más misteriosa, que es un pensamiento dominante en todos los hombres: el deseo de infinito».
Silvia Guidi